Las primeras tesis de Lutero apuntan al hecho de que Jesucristo ordenó hacer penitencia -literalmente:
arrepentíos en el texto del Evangelio - pero que ésta es una actitud de vida que supera el sacramento del mismo nombre:
“1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo “haced penitencia”, etc, quiso que toda la vida de los fieles fuese penitencia.
2. Este término no puede ser entendido como una referencia a la penitencia sacramental, es decir, a la confesión y satisfacción realizada por el ministerio sacerdotal”
Precisamente, por ello el papa no puede remitir ninguna pena a menos que previamente lo haya hecho Dios o que sea una pena impuesta por si mismo. De esto se desprendía que afirmar que la compra de las indulgencias sacaba a las almas del purgatorio de manera indiscriminada no era sino mentir ya que el papa no disponía de ese poder:
“5. El papa no quiere ni puede remitir pena alguna, salvo aquellas que han sido impuestas por su propia voluntad o de acuerdo con los cánones.
El papa no puede remitir ninguna culpa, a no ser cuando declara y aprueba que ha sido ya perdonada por Dios, o cuando remite con seguridad los casos que le están reservados..
20... la remisión plenaria de todas las penas por el papa, no hace referencia a todas las penas, sino sólo a las que él ha impuesto.
Yerran, por lo tanto, los predicadores de las indulgencias que afirman que en virtud de las del papa el hombre se ve libre y a salvo de toda pena.
no remite ninguna pena a las almas del purgatorio que, de acuerdo con los cánones, tendrían que haber satisfecho en esta vida.
Si se pueden remitirse las penas a alguien, seguro que se limita únicamente a los muy perfectos, es decir, a muy pocos.
Por lo tanto, se está engañando a la mayor parte de la gente con esa promesa magnífica e indistinta de la remisión de la pena.””
A fin de cuentas, según Lutero, la predicación de las indulgencias no sólo se basaba en una incorrecta lectura del derecho canónico sino que además servía para satisfacer la avaricia de determinadas personas y para colocar en grave peligro de condenación a aquellos que creían sus prédicas carentes de una base espiritual cierta:
“
27. Predican a los hombres que el alma vuela en el mismo instante en que la moneda arrojada suena en el cepillo.
Es verdad que gracias a la moneda que suena en la cesta puede aumentarse lo que se ha recogido y la codicia, pero el sufragio de la iglesia depende de la voluntad divina.
31. El ganar de verdad las indulgencias es tan raro, a decir verdad, tan rarísimo, como el encontrar a una persona arrepentida de verdad.
Se condenarán eternamente, junto a sus maestros, los que creen que aseguran su salvación en virtud de cartas de perdones.
35.No predican la verdad cristiana los que enseñan que no es necesaria la contrición para las personas que desean librar las almas o comprar billetes de confesión”
En realidad, según Lutero, mediante predicaciones de este tipo, se estaba pasando por alto que Dios perdona a los creyentes en Cristo que se arrepienten y no a los que compran una carta de indulgencia. La clave del perdón divino se halla en que la persona se vuelva a Él con arrepentimiento y no en que se adquieran indulgencias. Con arrepentimiento y sin indulgencias es posible el perdón, pero sin arrepentimiento y con indulgencias la condenación es segura.
Por otro lado, había que insistir también en el hecho de que las indulgencias nunca pueden ser superiores a determinadas obras de la vida cristiana. Aún más, el hecho de no ayudar a los pobres para adquirir indulgencias o de privar a la familia de lo necesario para comprarlas constituía una abominación que debía ser combatida:
“36. Todo cristiano verdaderamente arrepentido tiene la debida remisión plenaria de la pena y de la culpa, aunque no compre cartas de indulgencia.
37. Todo cristiano, vivo o muerto, incluso sin cartas de indulgencia, disfruta de la participación de todos los bienes de Cristo y de la iglesia concedidos por Dios.
39. Resulta extraordinariamente difícil, incluso para los mayores eruditos, presentar a la vez al pueblo la generosidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
41. Hay que predicar con mucha cautela las indulgencias apostólicas, no sea que el pueblo entienda erróneamente que hay que anteponerlas a las demás obras buenas de caridad.
Hay que enseñar a los cristianos que actua mejor quien da limosna al pobre o ayuda al necesitado que el que adquiere indulgencias.
ya que mediante las obras de caridad éste crece y el hombre se hace mejor, mientras que a través de las indulgencias no se hace mejor sino que sólo se libra mejor de las penas.
Hay que enseñar a los cristianos que aquel que ve a un necesitado y lo que pudiera darle lo emplea en comprar indulgencias, no sólo no consigue la venia del papa sino que además provoca la indignación de Dios.
Hay que enseñar a los cristianos que, a menos que naden en la abundancia, deben reservar lo necesario para su casa y no despilfarrarlo en la adquisición de indulgencias”.
Lutero -que seguía siendo un fiel hijo de la iglesia católica- estimaba que el escándalo de las indulgencias no tenía relación con el papa, a pesar de los antecedentes de las últimas décadas, y que éste lo suprimiría de raíz de saber lo que estaba sucediendo. En otras palabras –y este extremo resulta de enorme importancia– los representantes de la institución papal podían haber sido indignos -los casos de Alejandro VI o de Julio II eran una buena muestra de ello- pero eso en si no negaba la legitimidad de la misma:
“48. Hay que enseñar a los cristianos que el papa, cuando otorga indulgencias, más que dinero sonante desea y necesita la oración devota.
Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias del papa tienen utilidad si no las convierten en objeto de su confianza, pero muy perjudiciales si como consecuencia de ellas pierden el temor de Dios.
Hay que enseñar a los cristianos que si el papa supiera las exacciones cometidas por los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de san Pedro se viera reducida a cenizas antes que levantarla con el pellejo, la carne y los huesos de sus ovejas.
Hay que enseñar a los cristianos que el papa, como es natural, estaría dispuesto, aunque para ello tuviera que vender la basílica de san Pedro, a dar de su propio dinero a aquellos a los que se lo sacan algunos predicadores de indulgencias”
Para Lutero -que deja transparentar un concepto muy respetuoso e incluso idealizado de la institución papal- resultaba obvio que el centro de la vida cristiana, que debía girar en torno a la predicación del Evangelio, no podía verse sustituido por la venta de indulgencias.
Ésa era la cuestión fundamental, la de que la misión de la iglesia era predicar el Evangelio. Al permitir que aspectos como las indulgencias centraran la atención de las personas lo único que se lograba era que apartaran su vista del esencial mensaje de salvación, que se desviaran del Evangelio que anunciaba el verdadero camino hacia la vida eterna:
“54. Se injuria a la palabra de Dios cuando se utiliza más tiempo del sermón para predicar las indulgencias que para predicar la palabra.
55. La intención del papa es que si las indulgencias (que son lo de menor importancia) se anuncian con una campana, con una pompa y en una ceremonia, el Evangelio (que es lo de mayor importancia) se proclame con cien campanas, cien pompas y cien ceremonias.
El tesoro verdadero de la iglesia consiste en el sagrado evangelio de la gloria y de la gracia de Dios;
pero es lógico que resulte odioso ya que convierte a los primeros en últimos.
Por el contrario, el tesoro de las indulgencias resulta lógicamente agradable ya que convierte en primeros a los últimos.
Los tesoros del Evangelio son las redes con las que en otros tiempos se pescaba a los ricos;
ahora los tesoros de las indulgencias son las redes en las que quedan atrapadas las riquezas de los hombres.
Las indulgencias, proclamadas por los predicadores como las gracias de mayor importancia, deben ser comprendidas así sólo en virtud de la ganancia que procuran;
en realidad son bien poca cosa, si se las compara con la gracia de Dios y con la piedad de la cruz”
Precisamente, partiendo de estos puntos de vista iniciales -la desvergüenza y la codicia de los predicadores de indulgencias, la convicción de que el papa no podía estar de acuerdo con aquellos abusos y la importancia central de la predicación del Evangelio- Lutero podía afirmar que las indulgencias en si, pese a su carácter de escasa relevancia, no eran malas y que, precisamente por ello, resultaba imperativo que la predicación referida a las mismas se sujetara a unos límites más que desbordados en aquel momento. De lo contrario, la iglesia católica tendría que exponerse a críticas, no exentas de mala fe y de chacota, pero, a la vez, lo suficientemente cargadas de razón como para hacer daño por la parte mayor o menor de verdad que contenían:
“69. Los obispos y los sacerdotes tienen la obligación de aceptar con toda reverencia a los comisarios de indulgencias apostólicas;
pero tienen una obligación aún mayor de vigilar con ojos abiertos y escuchar con oídos atentos a fin de que aquellos no prediquen sus propias ideas imaginarias en lugar de la comisión del papa.
Sea anatema y maldito quien hable contra la verdad de las indulgencias papales;
pero sea bendito el que tenga la preocupación de luchar contra el descaro y la verborrea del predicador de indulgencias.
Lo mismo que el papa, con toda justicia, fulmina a los que de manera fraudulenta hacen negocios con gracias,
con motivo mayor intenta fulminar a los que, con la excusa de las indulgencias, perpetran fraudes en la santa caridad y en la verdad.
81. Esta predicación vergonzosa de las indulgencias provoca que ni siquiera a los letrados les resulte fácil mantener la reverencia debida al papa frente a las injurias o a las chacotas humorísticas de los laícos,
82. como: ¿porqué el papa no vacía el purgatorio en virtud de su santísima caridad y por la gran necesidad de las almas, que es la causa más justa de todas, si redime un número incalculable de almas por el funestísimo dinero de la construcción de la basílica que es la causa más insignificante?
83. también: ¿porqué persisten las exequias y aniversarios de difuntos, y no devuelve o permite que se perciban los beneficios fundados para ellos, puesto que es una injuria orar por los redimidos?
84. también: ¿qué novedosa piedad es ésa de Dios y del papa que permite a un inicuo y enemigo de Dios redimir por dinero a un alma piadosa y amiga de Dios, y, sin embargo, no la redimen ellos por caridad gratuita guiados por la necesidad de la misma alma piadosa y amada de Dios?
86. también: ¿porqué el papa, cuyas riquezas son actualmente mucho más pingües que las de los ricos más opulentos, no construye una sola basílica de san Pedro con su propio dinero mejor que con el de los pobres fieles?
89. Y ya que el papa busca la salvación de las almas por las indulgencias mejor que por el dinero ¿porqué suspende el valor de las cartas e indulgencias concedidas en otros tiempos si cuentan con la misma eficacia?”
Para Lutero, aquellas objeciones no implicaban mala fe en términos generales. Por el contrario, constituían un grito de preocupación que podía brotar de las gargantas más sinceramente leales al papado y precisamente por ello más angustiadas por lo que estaba sucediendo. La solución, desde su punto de vista, no podía consistir en sofocar aquellos clamores reprimiéndolos sino en acabar con unos abusos que, de manera totalmente lógica, causaban el escándalo de los fieles formados, deformaban las concepciones espirituales de los más sencillos y arrojaban un nada pequeño descrédito sobre la jerarquía:
“90. Amordazar estas argumentaciones tan cuidadas de los laicos sólo mediante el poder y no invalidarlas con la razón, es lo mismo que poner en ridículo a la iglesia y al papa ante sus enemigos y causar la desventura de los cristianos.
91. Todas estas cosas se solucionarían, incluso ni sucederían, si las indulgencias fueran predicadas según el espíritu y la mente del papa”
Como ya anunciamos la pasada semana, en su conjunto, por lo tanto, las 95 Tesis eran un escrito profundamente católico e impregnado de una encomiable preocupación por el pueblo de Dios y la imagen que éste pudiera tener de la jerarquía. Además, en buena medida, lo expuesto por Lutero ya había sido señalado por autores anteriores e incluso cabe decir que con mayor virulencia.
Sin embargo, el monje agustino no supo captar que la coyuntura no podía ser humanamente más desfavorable. Por desgracia, ni el papa ni los obispos eran tan desinteresados como él parecía creer y, desde luego, en aquellos momentos necesitaban dinero con una urgencia mayor de la que les impulsaba a cubrir su labor pastoral.
Quizá de no haber sido ésa la situación, de no haber requerido el papa sumas tan cuantiosas para concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma, de no haber necesitado Alberto de Brandeburgo tanto dinero para pagar la dispensa papal, la respuesta, de haberse dado, hubiera resultado comedida y todo hubiera quedado en un mero intercambio de opiniones teológicas que en nada afectaban al edificio eclesial. Sin embargo, las cosas discurrieron de una manera muy diferente y las 95 Tesis iniciaron el Caso Lutero y, al hacerlo, cambiaron de manera radical – e inesperada - la Historia.
CONTINUARÁ: La Reforma indispensable (21): La reacción a las 95 tesis de Lutero
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