El danés Hans Christian Andersen (1805-1875) alcanzó la fama gracias a sus relatos y cuentos. Escribió cerca de doscientos. Muchos de los cuales se convirtieron rápidamente en clásicos de la literatura infantil. Historias como
La sirenita o
El nuevo traje del emperador, se han traducido a numerosos idiomas, pero Andersen escribió también seis novelas, poemas, comedias, varias autobiografías y muchos libros de viajes. El escritor viajó por casi toda Europa, incluida España. Sus primeras impresiones están en un libro que relata su recorrido por la Península en 1862:
Viaje por España (publicado en castellano por
Alianza Editorial en 1988). Una obra llena de plásticas descripciones, que nos revelan el detalle revelador y el tipo característico español, con una ágil y aguda prosa.
Su relato está lleno de admiración por nuestro país, pero no le faltan tampoco decepciones y malos tragos. Pero el escritor mantiene una notable capacidad de observación, así como una finísima ironía. En su viaje habló con personalidades importantes de la época, como Cánovas del Cástillo, Hartzenbusch o el duque de Rivas. Y experimentó la misma fascinación por España que otros viajeros ilustres del siglo XIX, como Richard Ford, Washington Irving, Alejandro Daumas, Teófilo Gautier o Victor Hugo. Pero sus reflexiones sobre la religión nos recuerdan sobre todo al excéntrico agente de la
Sociedad Bíblica George Borrow y su apasionante libro, traducido por Manuel Azaña:
La Biblia en España (1843)
.EN LA CATEDRAL DE CÓRDOBA
Cuando Andersen entra a España por Perpiñán, oye que “allí, a los protestantes se nos perseguía como herejes”. Al escuchar en el coro de la catedral de Córdoba alabanzas a Jesús y a la Virgen, se fija en los signos árabes que hay en las paredes de la antigua mezquita, que proclaman que “sólo hay un Dios y Mahoma es su profeta”. Todo ello provoca una amalgama de extraños sentimientos en él. Allí donde antes se reunían los fieles musulmanes, ahora se arrodillan aquellos que se creen “los únicos verdaderos creyentes, de la única Iglesia verdadera”, para cantar un
Salve Mater Dolorosa. “El protestante es para ellos un extraño, un viajero curioso, un condenado”.El autor danés se siente “entre aquellos muros, atrapado y acorralado por la falta de horizonte, por la vehemencia y por la vanidad humanas”. Ve “todo el esfuerzo de los hombres por apoderarse del único Dios verdadero”. Ya que si para el protestante, “el catolicismo es una cáscara sin grano”, el fanático católico no le concede ni cáscara ni grano. Para ellos, “somos unos condenados sin salvación”. Si la Inquisición empleaba “la espada en defensa de la fe”, ahora se grita con violencia: “Tú no eres cristiano”.
Andersen cree que “la fe cristiana es para todos los pueblos y para todas las épocas”. Por eso levanta un “loado sea Jesucristo”, frente al Islam y el judaísmo. El que el propio Dios se haya hecho hombre, es para él un “mito inexplicable”. Eso no es “lo más importante de la religión”, dice, sino “la doctrina, ese bendito manantial que proviene de Dios”. El autor muestra así la conocida dicotomía por la que el protestantismo empieza a separar ya en el siglo XIX, la doctrina de la Historia. Pero ¿es posible separar la fe de su base histórica?
DOCTRINA E HISTORIA
El cristianismo es una fe histórica, no porque haya existido desde hace muchos siglos, ni haya surgido inicialmente en medio de ciertas circunstancias históricas, sino porque no se puede separar de ciertos hechos históricos. El error de Andersen consiste una vez más en considerar la fe cristiana como una serie de pensamientos teóricos y principios éticos, que debido a su origen divino, son independientes de toda realidad histórica. Pero Dios no ha revelado su propósito, sólo por medio de palabras y mensajes, sino que ha actuado en la Historia.
Las palabras de profetas y apóstoles, son inseparables de los hechos de Dios en la Historia. Él mismo ha entrado en la Historia en la persona de Jesucristo. Los mitos romanos y griegos nos cuentan historias de dioses que se hacían humanos, participando en nuestro devenir. Pero Pedro dice: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2
P. 1:16). Contra las leyendas y supersticiones de una religión de cáscaras, el cristianismo se basa en el grano de la Historia.
La diferencia del cristianismo con otras religiones, como el budismo, es que mientras éstas se componen de ideas éticas y espirituales, la fe cristiana se sostiene o se cae sobre la verdad de unos hechos históricos. Porque las obras de Jesucristo demuestran la autenticidad de su enseñanza y autoridad espiritual. “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana”, dice Pablo a los corintios (1
Co. 15:17). Así que si Jesús no es Dios encarnado, toda su doctrina se desmorona. Ya no hay Evangelio. Es por eso que ese Cristo, sepultado entre tantas tradiciones del catolicismo español, es más importante que todo cuento de Andersen. Puesto que ¡Él es la buena noticia!
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