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La seguridad de la salvación

De algunos mitos difundidos sobre el protestantismo (XXX)
Predestinación (3)


Como habrá podido comprobar cualquiera que leyera las dos entregas anteriores, resulta obvio que la creencia en la predestinación ni es exclusiva del protestantismo ni es negada por el catolicismo. Cuestión aparte es que los jesuitas decidieran en su día –con beneplácito papal– ir en contra de lo que los teólogos cristianos habían creído durante siglos - así llegaran incl
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 07 DE OCTUBRE DE 2010 22:00 h

Con todo, sí existe una diferencia esencial entre la manera en que el catolicismo estaba dispuesto a conservar dentro de su aparato dogmático la doctrina de la predestinación y la forma en que la vieron los reformadores.

El catolicismo insiste una y otra vez –la predestinación no es una excepción– en que es imposible conocer si vamos a salvarnos salvo revelación especial. Incluso el fraile Tirso de Molina llegó a escribir un drama notable –El condenado por desconfiado- intentando demostrar la tesis de que saberlo podía ser hasta peor. La pieza es notable desde un punto literario, pero deficiente desde una perspectiva teológica. Es cierto que semejante punto de vista con el tiempo también se ha filtrado en ciertos sectores del protestantismo, pero la Biblia es muy clara al afirmar la seguridad de su salvación que tienen los convertidos y es lógico que afirme esa seguridad porque esa salvación deriva no de sus méritos sino de la Obra de Cristo en la cruz. Por lo tanto, el protestante que afirma la seguridad de su salvación no actúa con presunción –una acusación católica repetida vez tras vez- sino que reconoce humildemente que, porque todo está en manos de Dios y no en las suyas propias, puede confiar en que aquella no se perderá.

Los testimonios al respecto son numerosos, pero permítaseme detenerme en algunos.

De entrada, la Biblia señala que si no van a perderse los convertidos se debe no a sus méritos o a su sumisión a una iglesia concreta o a la práctica de ciertos rituales, sino a la labor del propio Hijo de Dios.

Así en Juan 10:27-29 leemos: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.


No sólo eso. Jesús indica claramente que nadie se pierde sino aquellos que ya estaban perdidos y afirma en Juan 17:12: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese.”

Y es que la salvación no es un proceso futuro sino ya pasado porque se opera en el momento de nuestra conversión ya que como afirma Juan 5:24: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.”


Sin embargo, ese proceso de salvación no será anulado y no lo será porque no depende de nosotros sino de El y, como señaló Pablo, en Filipenses 1: 6: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

Lógicamente, surge la pregunta respecto a aquellos que, por un tiempo, parecieron cristianos y que incluso no se limitaron a una profesión externa de ciertas creencias o a la práctica cotidiana sino que incluso parecieron adornados por gracias especiales de Dios. La Biblia señala claramente que esos personajes o regresarán como lo hizo Pedro o, en realidad, nunca fueron conocidos por Dios: “Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:23).

No deja de ser significativo que para no pocos católicos el milagro sea una prueba clara de la acción de Dios. Semejante punto de vista no es aceptable para un protestante y no lo es porque tiene en mente las palabras de Jesús. La verdad de una posición teológica no deriva de los milagros, de las obras espectaculares o de la misma aparición de un ángel sino de su armonía con lo que enseña la Biblia.

Como señaló el mismo Pablo, la creencia en el Evangelio de la salvación por gracia a través de la fe es la piedra de toque de la veracidad cristiana. “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”. (Gálatas 1:6-9).

No se puede acusar al apóstol de equívoco. Cuando se presenta otro evangelio –lo haga quien lo haga– diferente del de la gracia de Dios recibida a través de la fe se está incurriendo en el anatema no de los hombres sino de Dios.

Fue precisamente el apóstol Juan el que pudo indicar que los que “salieron de entre nosotros” lo hicieron “porque no eran de nosotros” (I Juan 2:19). Pero a diferencia de ellos, los verdaderos creyentes tienen “la unción del Santo” y conocen estas cosas (I Juan 2:20).

No sólo eso. El apóstol podía dar testimonio de una realidad que, lamentablemente, no pueden afirmar los católicos, pero resulta innegable para cualquier protestante: “Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (I Juan 5:11-12). No resulta extraño que el mismo apóstol pudiera afirmar que había escrito su carta “para que sepáis que tenéis vida eterna” (I Juan 5:13).

Como en su conjunto las doctrinas de la gracia, ésta constituye un verdadero torpedo contra la línea de flotación del sistema teológico surgido en el seno de la cristiandad durante la Edad Media.

De acuerdo con la Biblia, la salvación no arranca del sometimiento a una jerarquía eclesiástica ni de un conjunto de ritos o prácticas religiosas ni siquiera de frecuentar determinados sacramentos. La salvación fue obtenida por Cristo en la cruz y sólo puede ser asumida por nosotros “a través de la fe, sin obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Por eso, su consumación es indudable ya que no depende de nosotros sino del Señor que murió en el Calvario por nosotros. Por eso, podemos tener la plena seguridad de la que hablan las Escrituras. Por eso, resultaba inaceptable para el papado del s. XVI ya que significaba el final drástico de todo el sistema sobre el que se asentaba. Por eso, el protestantismo se extendió con extraordinaria rapidez siempre, claro está, que tuviera libertad para predicarse la Biblia. De ello, sin embargo, hablaré, Dios mediante, la próxima semana.

Continuará: El avance del protestantismo


Artículos anteriores de esta serie:
 1Juan Calvino y la Inquisición 
 2Enrique VIII y los protestantes ingleses 
 3Inglaterra y María la sanguinaria 
 4Cisneros ¿precursor de la Reforma? 
 5Juan de Valdés y la Reforma en España 
 6Juan de Valdés huye de la Inquisición 
 7Españoles del siglo XVI con la Reforma 
 8Las ekklesias y «la» Iglesia católica 
 9La verdadera Iglesia no tiene Papa 
 10Salvación por gracia, no por obras 
 11Carta de Santiago: fe, salvación y obras 
 12Obispos casados 
 13Los protestantes y la Virgen María 
 14María durante el ministerio de Jesús 
 15La Inmaculada Concepción 
 16El culto a la Virgen María 
 17La virginidad perpetua de María 
 18El culto a las imágenes 
 19La corredención de María 
 20La Asunción de María 
 21Lutero y el antisemitismo 
 22Antisemitismo de Lutero y Holocausto 
 23Protestantismo y capitalismo 
 24El origen de la democracia moderna 
 25El puritanismo y la democracia moderna 
 26Democracia: Padres fundadores de EEUU 
 27Protestantismo y revolución científica 
 28De algunos mitos difundidos sobre el protestantismo (XXIX) 
 29Catolicismo, gracia y predestinación 
 

 


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