No hubiera querido yo interrumpir mi serie sobre los mitos católicos acerca del protestantismo y más cuando me hallaba inmerso en tema tan jugoso como el de la predestinación, pero en los últimos días he tenido oportunidad de leer tantas necedades sobre Newman y los conversos ingleses al catolicismo que no me queda más remedio que llevar a cabo algunas observaciones.
Que la iglesia católica sufre una especie de obsesión con la iglesia anglicana resulta innegable. Desde mi infancia, no he dejado de oír como los ingleses están a punto de volver en masa al redil vaticano separándose de una visión teológica que, curiosamente, está en la base de su grandeza moderna y contemporánea.
Por supuesto, la conversión masiva no se ha producido nunca y, a decir verdad, en paralelo la iglesia anglicana –por no decir otras confesiones protestantes– han contemplado el paso a sus filas de decenas de miles de católicos no sólo en Europa sino, de manera especial, en continentes como América.
Con todo, la propaganda católica continúa como si nada. Tengo la sensación de que el Vaticano se siente más dolido por la pérdida de Inglaterra porque –a pesar de los mitos interesados– es consciente de que Enrique VIII fue cismático, pero nunca reformado; porque Isabel I estuvo entre dos aguas durante años y porque da la sensación –superficial– de que con un empujoncito Inglaterra hubiera permanecido en el seno del catolicismo. Psicológicamente, resulta comprensible, pero también da la sensación de que la Providencia decidió en esa ocasión concreta no jugar en el campo católico.
Dar con un símbolo del catolicismo inglés no ha resultado nunca fácil. Los jesuitas organizaron varios atentados terroristas contra Isabel I que fracasaron y la acción del papa estuvo vinculada a intentos de invasión de Inglaterra como el que, desgraciadamente, protagonizó España en la desdichada historia de la Armada invencible. Enmendar esa situación no resulta fácil.
Por otro lado, los candidatos no sobraban
. Tomás Moro fue ejecutado por Enrique VIII –igual que no pocos protestantes– pero tuvo su libro más famoso en el Indice de libros prohibidos hasta que éste desapareció con el concilio Vaticano II y hay que convenir en que
no deja de ser peculiar que un santo –y más si se le quiere convertir en un icono nacional– tenga su obra fundamental prohibida por las autoridades de su iglesia.
EL CASO DEL CARDENAL NEWMAN
Newman era otro cantar. De entrada, procedía del clero anglicano, tuvo siempre una inclinación por el celibato, escribió un libro en el que describió su mutación espiritual y, finalmente, realizó un aporte sensacional al catolicismo con su tesis sobre el desarrollo del dogma.
Claro que una cuestión es que a los católicos Newman les convenza y a los protestantes si les convence de algo es de todo lo contrario. Al poco de mi conversión, hace ya treinta y tres años, un sacerdote bienintencionado me regaló un ejemplar de la
Apologia pro vita sua de Newman. Lo leí con atención… y, acto seguido, di gracias a Dios por no ser católico.
Newman compendiaba para mi en su libro todo lo que resultaba inaceptable desde una perspectiva espiritual sustentada en la Biblia, Biblia, por cierto, a la que Newman apenas dedicaba unas líneas en su obra para indicar que no le servía para dilucidar lo que debía hacer con su vida espiritual.
Pero quizá lo mejor sea la manera en que Newman intentando explicar las inmensas diferencias existentes entre el dogma y las prácticas católicas escribió su
Ensayo sobre el desarrollo del dogma.
Para Newman era obvio que los primeros cristianos ni creyeron en la Asunción de la Virgen, ni en su virginidad perpetua, ni en la transubstanciación, ni en el culto a las imágenes ni muchas cosas más, pero explicaba ese abismo señalando que en las creencias de los primeros cristianos ya estaba en semilla todo eso y era sólo cuestión de siglos que la semilla fuera dando los frutos propios del catolicismo. La teoría es en si misma disparatada y sospecho que el mismo Newman lo sabía.
En su
Ensayo, el mismo Newman escribió: “Se nos dice de varias maneras en Eusebio (V. Const III, 1, IV, 23 etc), que Constantino, a fin de recomendar la nueva religión a los paganos, transfirió a la misma los ornamentos externos a los que aquellos habían estado acostumbrados por su parte. No es necesario entrar en un tema con el que la diligencia de los escritores protestantes nos ha familiarizado a la mayoría de nosotros. El uso de templos, especialmente los dedicados a santos concretos, y adornados en ocasiones con ramas de árboles; el incienso; las lámparas y velas; las ofrendas votivas al curarse de una enfermedad; el agua bendita; los asilos; los días y épocas sagrados; el uso de calendarios, las procesiones, las bendiciones de los campos; las vestiduras sacerdotales, la tonsura, el anillo matrimonial, el volverse hacia Oriente, las imágenes en una fecha posterior, quizá el cántico eclesiástico, y el Kirie Eleison, son todos de origen pagano, y santificados por su adopción en la Iglesia” (J. H. Newman,
An Essay on the Development of Christian Doctrine, Londres, 1890, p. 373).
Quizá el texto tranquilice a algún católico instruido, pero desde una perspectiva protestante constituye un argumento poderosísimo para no ser católico. ¿Cómo se podría confiar en una iglesia en la que se absorbe el paganismo de manera masiva y encima se pretende que la absorción lo legitima? Más bien, una afirmación como ésa constituye una poderosísima legitimación del protestantismo. La Reforma era obligada, legítima y deseable siquiera para limpiar el cristianismo de todo el paganismo que entró en su seno desde el s. IV. Eso sin entrar en cuestiones como la de lo que debe pensarse de una persona o institución que se coloca en el lugar de Dios adoptando decisiones sobre práctica y fe que chocan frontalmente con Su Palabra (
2 Tesalonicenses 2:4). Newman debió vivir alguna tensión cuando en 1871, el papa consiguió que un cercado Vaticano I promulgara el dogma de la infalibilidad papal, pero después de tantas vueltas y revueltas, incluido el capelo cardenalicio, seguramente no era fácil salir del catolicismo que había sufrido un nuevo desarrollo del dogma.
LA ¿INFLUENCIA? DE NEWMAN
Pero quisiera ir un paso más allá. En un intento de dar a Newman una talla que no tuvo nunca se le ha convertido en origen de un inexistente “revival” católico en Inglaterra manifestado, sobre todo, en el terreno de la literatura. Al respecto, he visto mencionados a autores como Chesterton, Tolkien, Greene y Waugh. Permítaseme detenerme en ellos unas líneas.
G. K. Chesterton fue un autor notable, pero no deja de ser significativo que su
Ortodoxia fuera escrita en 1908, cuando era anglicano y cuando faltaban catorce años para convertirse al catolicismo. Es verdad que los católicos gustan mucho de este libro –incluso ha merecido alguna referencia papal– pero creo que pocos saben que surgió de una mente anglicana. Después de su conversión al catolicismo, la altura espiritual de Chesterton se acható de manera notable –salvo que consideremos las novelas del P. Brown como tratados de teología– lo que, desde luego, obliga a reflexionar.
J. R. Tolkien optó por el catolicismo por influencia materna, pero cuesta trabajo encontrar un ápice de su religión en sus libros. Es más la trilogía del Señor de los anillos fue definida por él mismo como la descripción del mundo del hombre natural previo a la Revelación. Ya es discutible ese concepto, pero es que Tolkien – buen católico en su vida privada – a diferencia de su amigo, el anglicano C. S. Lewis, no permitió que su fe se filtrara en sus obras salvo la visión bucólico-pastoril de la comarca que encaja con un catolicismo agrario de pésimas influencias para la economía. Por algo sería…
Graham Greene sí se convirtió al catolicismo e incluso escribió algunas de las mejores novelas católicas de la Historia como
El poder y la gloria. Sin embargo, la conversión le duró poco. Al cabo de muy pocos años, había dejado de comulgar, según propia confesión, y se proclamó agnóstico durante las últimas décadas de su vida.
Finalmente
E. Waugh dejó una descripción de su conversión al catolicismo de una gelidez sobrecogedora. Por añadidura, no parece que su nueva fe influyera mucho en su homosexualidad. Sé que hay gente empeñada en decir que
Retorno a Brideshead es una gran novela católica. Se trata de un texto notable, pero la verdad es que su lectura recuerda mucho al Greene poscatólico ya que difunde la visión propia de un agnóstico que observa, un tanto perplejo, como hay gente que todavía cree en “aquello”.
La influencia de Newman en todos estos personajes es muy distante, sí es que existió, pero, dicho eso, hay que reconocer que si como cosecha literaria en estos autores hay de todo, en términos espirituales, resulta de una pobreza pasmosa. Como la conversión de Tony Blair, dicho sea de paso, cuya católica esposa es una firme partidaria del aborto y de los matrimonios homosexuales.
Al parecer, Newman ha sido beatificado porque un hombre de Boston afirma haber sido curado de una enfermedad en la columna gracias a su intercesión. No puedo evitarlo, pero en ocasiones pienso que desde el s. IV ciertas situaciones no tienen remedio. Salvo volver a la Biblia como indicó la Reforma.
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