El sistema capitalista surgió en las ciudades mercantiles italianas en el curso de la Baja Edad Media. La acumulación de capital y la inversión ordenada llevó a un capitalismo incipiente en Florencia que, entre otras consecuencias, tuvo el mecenazgo renacentista que nos proporcionó las obras extraordinarias de Miguel Ángel o Donatello. Hasta ahí el mito es, por lo tanto, falso. Sin embargo, sí es cierto que el capitalismo quedó pronto sofocado en el mundo católico y, por el contrario, triunfó en aquellas naciones donde hubo Reforma durante el s. XVI. La razón del fracaso del capitalismo en una parte de Europa y de su éxito en otra que, teóricamente, estaba menos dotada para ello se debe precisamente al abandono y al regreso respectivo a la Biblia.
De entrada – y en contra de lo que piensan algunos – las Escrituras contienen una serie de enseñanzas que son ideales para el desarrollo del capitalismo y, en general, de la prosperidad económica de los pueblos. No pretendo ser exhaustivo, pero sí deseo citar algunas.
1.- La desconfianza hacia el gasto público. No deja de ser curioso que uno de los grandes argumentos de Saul contra el deseo de Israel de tener un rey fuera que gastaría mucho multiplicando los puestos públicos (I Samuel 8). Por supuesto, hoy en día, hay quien piensa que cuanto más gasta un estado, mejor. Semejante punto de vista es insostenible económicamente, pero además choca con la misma enseñanza de la Biblia.
2.- La existencia de un tipo impositivo único. Aunque la Biblia se muestra muy crítica con los gobernantes que subían los impuestos – no habla bien de uno siquiera de ellos – el sistema impositivo que presenta en Israel es el que los economistas denominan actualmente de tipo único, es decir, una tasa fija e igual para toda la población. Esa tasa además era muy baja si la comparamos con los impuestos actuales ya que se fijaba en un diez por ciento. No deja de ser significativo que haya economistas que hoy en día sostengan que la tasa impositiva del IRPF debería ser única y que, generalmente, se indique una que andaría entre el 10 y el 15%. Al respecto, debería llevarnos a reflexionar que cualquier aumento de impuestos, lejos de impulsar la economía – no digamos ya la justicia – tiene como consecuencia inmediata un aumento del desempleo.
3.-
El respeto a la propiedad privada. De manera bien significativa, en la Biblia no aparece ninguna enseñanza colectivista ni se transforma el Estado en el detentador de la propiedad. Es más, se respeta tanto la libertad privada que se considera un gran pecado que un gobernante prive de ella a un súbdito. El episodio de la viña de Nabot – de la que se apoderó la reina Jezabel – fue la gota que colmó el vaso de una carrera de pecado y maldad (
I Reyes 21). Cualquier súbdito tiene derecho a conservar su propiedad por las razones que sean – en el caso de Nabot eran sentimentales – sin que el déspota de turno le prive de ella.
4.- La dignidad del trabajo. Igualmente, la Biblia no considera que haya trabajos indignos “per se” – salvo los inmorales, claro está – lo que confiere una notable dignidad al trabajo y la laboriosidad.
5.- Las virtudes del ahorro. De manera semejante, la Biblia – junto a una confianza en Dios a la que me referiré luego – muestra que el ahorro resulta deseable para proveer a las necesidades de cada persona y de su familia.
6.- La confianza en Dios para el día de mañana. Finalmente, la Biblia, a la vez que alienta la prudencia, estimula un espíritu de emprendedor basado en la confianza de Dios. No deja de ser significativo que, al final de su libro, el autor de Eclesiastés recomiende “arrojar el pan a las aguas” en la confianza de que, con el paso del tiempo, se recogerá el fruto de arriesgarse en la empresa.
En el s. XVI, entre otras consecuencias, la Reforma dividió Europa en naciones que avanzaron y naciones que quedaron rezagadas. En la Europa reformada, la carga impositiva quedó detenida y la propiedad privada se vio rodeada de un notable respeto – las revoluciones puritanas en Inglaterra estuvieron relacionadas de manera directa con esos temas – mientras que el trabajo era asumido como algo noble al que acompañaba el ahorro y el espíritu de empresa. En la Europa católica, por el contrario, se siguieron cantando las loas del pauperismo de las órdenes religiosas – un pauperismo que ha seguido hasta el día de hoy relacionado con engendros como la Teología de la liberación – se consideró que el trabajo manual era indigno (hasta finales del s. XVIII hubo que esperar para que Carlos III decretara que no era así en España) y se miró con desconfianza a mercaderes y empresarios a la vez que se seguía aumentando el gasto estatal.
Los resultados de esta última visión fueron devastadores, en especial para España. Tan sólo en el s. XVI, España tuvo tres quiebras como nación y comenzó a perder su hegemonía mundial. No deja de ser revelador que un no-creyente como Jesús Prados Arrarte, catedrático de economía de la universidad complutense en Madrid, redactara su tesis doctoral con la intención de comprender por qué la España imperial se colapsó económicamente mientras que la Inglaterra pequeña y pobre logró convertirse en una potencia de primer orden. Prados Arrarte llegó a la conclusión de que la respuesta se hallaba en la religión. A España la había hundido la cosmovisión católica, mientras que a Inglaterra la había salvado la cosmovisión de la Reforma. Semejante situación puede apreciarse incluso en el arte. Sin duda, las Meninas es una pintura extraordinaria, pero el mundo que refleja es muy inferior en términos de progreso a La lección de anatomía que pintó el protestante Rembrandt.
Que ese capitalismo surgido de la Reforma protestante implicó una fuerza dinamizadora sin parangón se refleja en el texto que reproduzco a continuación:
La burguesía ha sido la primera en dejar de manifiesto lo que puede llevar a cabo el trabajo de los hombres. Ha realizado maravillas que sobrepasan con mucho a las pirámides egipcias, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas; ha conducido expediciones que han minimizado todos los éxodos de naciones y cruzadas de tiempos anteriores… ha creado… fuerzas productivas más masivas y colosales que la suma de las originadas por todas las generaciones anteriores. La sujeción al hombre de las fuerzas naturales, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, los ferrocarriles, el telégrafo eléctrico, la preparación de continentes enteros para el cultivo, la canalización de ríos, la instalación de poblaciones.
¿Sabe el lector a qué autor y a qué obras se debe este canto a los logros incomparables del capital? ¿No? Pues bien la cita pertenece al
Manifiesto comunista de Marx y Engels. Perteneciente a una familia convertida al protestantismo y crecido en Alemania, Marx podía pretender captar el mecanismo oculto que guía la Historia, pero, en la medida de lo posible, evitaba decir majaderías.
De hecho, las naciones que se han basado en esa visión de la Biblia recuperada por la Reforma han prosperado mientras que aquellas que han preferido seguir el terrible camino del socialismo o de eso que se llama la doctrina social de la iglesia católica y que no es sino una especie de semi-socialismo de agua bendita se han topado con el atraso, en general, y no pocas veces con la miseria.
¿Exagero? Ruego a mis lectores que echen un vistazo al mapa actual de la Unión europea. ¿Cuáles son las naciones que forman parte del grupo de los denominados PIIGS en la Unión europea? Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España. Salvo Grecia – que no es una nación protestante – todas y cada una de ellas son católicas. No es casual que sean ellas las que sobrellevan peor la crisis a diferencia de otras. No lo es porque arrastran – sin saberlo – una cosmovisión muy diferente a la de la Reforma. En general, sus poblaciones creen en la bondad de un Estado providente y omnipotente como en el pasado lo era la iglesia católica cuando repartía la sopa boba; ven bien las ayudas masivas a sectores concretos de la población; desprecian el espíritu de empresa; que consideran que el trabajo es una maldición de la que sería conveniente huir; sueñan con ocupar un puesto de funcionarios y afirman que la subida de impuestos, aparte de ser una manifestación de justicia, puede solucionar todo. Pues bien de esos gravísimos pecados vienen estos castigos y sobre ello deberíamos reflexionar.
Para muchos, el hecho de que la Reforma fuera la base del desarrollo del capitalismo es un insulto y un argumento decisivo en contra del protestantismo. La Historia examinada imparcialmente obliga a pensar lo contrario ya que señala que las naciones que se descolgaron de la Reforma, también se descolgaron del avance social y económico que trajo el desarrollo del capitalismo; señala que otros sistemas han sido mucho peores incluida la comarca retratada por Tolkien en El señor de los anillos que no pasa de ser un pueblo insoportable y señala que los principios contenidos en la Biblia traen una prosperidad a los pueblos semejante a la anunciada en las Escrituras. Lo demás – mucho lo temo - es palabrería ignorante y demagógica.
Continuará: El protestantismo y el origen de la democracia
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