Concluía así
- que de la vida de María antes del ministerio público de Jesús, sólo tenemos algunos datos gracias a dos de los veintisiete escritos del Nuevo Testamento,
- que María aparece como una joven virgen judía desposada con José
- que quedó encinta por obra del Espíritu Santo y no tuvo relaciones sexuales con José “hasta que dio a luz a su hijo primogénito”
- que le fue anunciado por un ángel que su hijo iba a ser el mesías
- que María era una judía piadosa cuya esperanza espiritual era la propia del pueblo de Israel expresada en los términos propios del judaísmo de la época, de ahí que, por ejemplo, contemplara a Dios como a su salvador y reconociera su propia “bajeza”
- que, como judía piadosa, cumplió fielmente con lo prescrito en la Torah en materia de purificación y de fiestas y
- que distaba, a pesar de su piedad, de ser perfecta no entendiendo lo que hacían los pastores en Belén y todavía menos la respuesta que Jesús le dio a ella y a José tras perderse en el viaje a Jerusalén. Precisamente porque no entendía esto, lo guardó en su corazón y lo meditaba continuamente.
¿Qué creemos los protestantes del resto de la vida de María? Pues, por decirlo de manera sencilla, lo que enseña el Nuevo Testamento. María aparece siempre como una mujer piadosa, fiel al Señor, aunque imperfecta, que no comprendía a cabalidad el ministerio de su hijo Jesús.
La primera referencia a María es, seguramente, la relacionada con
las Bodas de Caná (
Juan 2:1-11) a las que acudió junto a Jesús y algunos discípulos (
2:1-2). Cuando el vino se terminó, María se lo indicó a Jesús. No tenemos razones para pensar que María actuó movida sino por buenas razones aunque, por ejemplo, Juan Crisóstomo afirmó que sólo la guiaba el deseo de preeminencia. Desde luego, resulta obvio que Jesús no aceptó una supuesta mediación de María. En
Juan 2:4 se recoge que le dijo:
“¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”. A decir verdad, cuando se vuelca el texto griego al arameo original no hay duda alguna sobre la interpretación del texto. Jesús no sólo llama a María “mujer” rechazando la idea de que pueda tener algún privilegio por darle a luz sino que además indica que su petición no tiene lugar. Al respecto, no deja de ser significativo que la Biblia de Jerusalén – una traducción católica – señale en nota a pie de página que la respuesta de Jesús es un “semitismo que rechaza una intervención”. Así lo vemos también nosotros. Y lo debió de ver María porque se limitó a decir a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les dijera.
No es la única vez recogida por los Evangelios en que Jesús rechazó la intervención de María. Por ejemplo,
cuando María y los hermanos de Jesús – sobre los que hablaré en otra entrega – pretendieron interrumpir su predicación para hablar con él, la respuesta no pudo ser más clara:
“extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana y madre” (
Mateo 12:48-50. Véase también:
Marcos 3:31-36;
Lucas 8:19-21). Desde luego, en ningún momento, Jesús consideró que la condición de su madre fuera superior a la de otros. Para él, de manera expresa, ser su discípulo era tan importante como ser su madre algo que, dicho sea de paso, ningún católico podría aceptar. No sólo eso. Jesús insistió en que había condiciones espirituales superiores a la de ser su madre. Eso es lo que encontramos, por ejemplo, en
Lucas 11:27-28:
“mientras él (Jesús) decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”. Las palabras de Jesús no indican – como han señalado algunos historiadores – falta de afecto hacia su madre, pero sí muestran cuáles eran sus prioridades espirituales y, a sus ojos, escuchar la palabra de Dios y guardarla era mucho más importante que haber sido su madre.
Ese equilibro personal de Jesús hacia su madre explica que uno de sus últimos cometidos fuera el de procurar que su madre contara con abrigo y cobijo después de su muerte. Tal y como recoge
Juan 19:25-27, mientras se hallaba en la cruz, Jesús dejó a María al cuidado del discípulo amado, algo lógico si tenemos en cuenta que los hermanos de Jesús
“no creían en él” (
Juan 7:5). Este pasaje de Juan ha sido utilizado frecuentemente por autores católicos como una referencia a la maternidad universal de María. Se trata de un tema que abordaremos en una entrega posterior, pero ya podemos adelantar que semejante interpretación ni siquiera es aceptada por teólogos católicos de peso. Por ejemplo, L. Ott, un teólogo católico conservador, señala en relación con la supuesta maternidad de María sobre los creyentes: “Faltan las pruebas escriturísticas expresas. Los teólogos buscan apoyo bíblico en las palabras de Cristo en
Juan 19:26 ss:
“Mujer, he ahí a tu hijo” “He ahí a tu madre”, pero, de acuerdo con el sentido literal, dichas palabras se refieren sólo a las personas a quienes van dirigidas: María y Juan” (Fundamentals of Catholic Dogma, Cork, 1966, p. 214). Cualquier protestante estaría totalmente de acuerdo con esa interpretación.
Las referencias a María tras la muerte de Jesús son muy escasas. No tenemos ninguna noticia de que Jesús resucitado se le apareciera, aunque quizá, sólo quizá, formara parte de los quinientos hermanos a los que se apareció a la vez (
I Corintios 15:6). Sí sabemos que estuvo presente en las reuniones de la comunidad cristiana de Jerusalén (
Hechos 1:14) y, de nuevo quizá, que lo estuviera durante el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, aunque no se puede asegurar. De hecho, a partir de Hechos 1, 14 perdemos su rastro en la Biblia ocupada, sin embargo, de narrar la vida de personajes como Esteban, Felipe, Timoteo y, por supuesto, Pedro y Pablo. Desde luego, si los primeros cristianos vieron a María de una manera lejanamente parecida a como la ven los católicos actuales se ocuparon rigurosamente de no dejar la menor huella. Por supuesto, es más lógico deducir que simplemente nunca la contemplaron como los católicos de hoy en día.
Resumiendo, pues, los datos que tenemos sobre María en el Nuevo Testamento relacionados con el ministerio público de Jesús y con la vida de los primeros cristianos se reducen a que:- Durante el ministerio público de Jesús, María intentó intervenir en varias ocasiones y Jesús siempre rechazó esa intervención.
- Jesús subrayó una y otra vez que también era su madre aquel que escuchaba la Palabra de Dios y la obedecía, y que la condición espiritual de los discípulos era superior a la de su madre.
- Jesús encomendó el cuidado de su madre al discípulo amado.
- Carecemos de noticia de que Jesús se apareciera a María tras la resurrección y
- En el año 30 d. de C., María, junto a los hermanos de Jesús, formaba parte de la comunidad cristiana de Jerusalén. A partir de ahí, el Nuevo Testamento no dice nada de ella.
Como señalaba en la anterior entrega, todo lo que la Biblia dice de María, los protestantes lo creemos firmemente. A contrario sensu – y tendremos ocasión de verlo en próximas semanas – no creemos aquello que no enseñan las Escrituras y que incluso colisiona con lo que éstas nos muestran.
Pero sobre eso hablaremos, Dios mediante, a partir de la semana que viene.
CONTINUARÁ: Los protestantes no creen en la Virgen (3): lo que los protestantes no creen de María.
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