De manera bien significativa, la fuente lucana indica que nada más proceder a elegir a los Doce, Jesús dejó establecidos los principios esenciales de su enseñanza. Se trata de un dato que confirma la fuente mateana y que, ciertamente, tiene todos los visos de ser auténtico e
indica hasta qué punto, Jesús no estaba dispuesto a que se crearan equívocos sobre su doctrina.
El Sermón del Monte, la gran predicación de Jesús nos ha llegado a través de dos fuentes, la lucana y la mateana. Esta segunda –más amplia– aparece conectada exclusivamente con los discípulos, mientras que la primera –más breve– incluye entre los oyentes a las multitudes.
En el caso de Mateo, la predicación se produjo en un monte, un lugar al que se retiraba Jesús habitualmente para estar a solas con sus discípulos y en el de Lucas, nos hallamos con una predicación pronunciada en una llanura, ubicación habitual de otras predicaciones dirigidas a las muchedumbres. Ambas posibilidades resultan verosímiles y, desde luego, no implican contradicción alguna. La enseñanza de Jesús debió ser repetida en multitud de ocasiones en diferentes sinagogas y lugares de Galilea y, de manera lógica, tuvo que ser más extensa y detallada cuando se dirigía a los discípulos que compartían su vida con él que cuando su auditorio eran las muchedumbres. El contenido, sin embargo, era esencialmente el mismo.
De entrada, resulta notable el carácter de felicidad, de dicha que debía acompañar a los son súbditos del Reino y que se denomina convencionalmente “bienaventuranzas”. Sus protagonistas eran los
asherí (felices) que encontraban la verdadera dicha volviéndose hacia Dios.
Felices los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Felices los que lloran porque ellos serán consolados.
Felices los mansos: porque ellos recibirán la tierra por herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados.
Felices los misericordiosos porque ellos recibirán misericordia.
Felices los de limpio corazón porque ellos verán á Dios.
Felices los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Felices los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.
Felices sois cuando os maldigan y os persigan y digan de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.
Gozaos y alegraos; porque vuestra recompensa es grande en los cielos porque así persiguieron á los profetas que hubo antes de vosotros.
(
Mateo 5:3-12)
Si algo caracteriza, por lo tanto, a los que van a seguir a Jesús es que se convierten en receptores de dicha, de felicidad, de bienaventuranza. Sin embargo, no se trata de una promesa de bienestar perpetuo, de ausencia total de preocupaciones, de carencia de problemas.
En realidad, Jesús anunció a sus seguidores –y lo hizo desde el principio- que chocarían con dificultades no precisamente pequeñas. Sin embargo, en esas tribulaciones encontrarían encerrada la bienaventuranza.
A fin de cuentas, el mismo fue el destino de los profetas (
Mateo 5:11-12) y el mismo ha de ser el suyo porque son la sal de la tierra y la luz del mundo y si de la primera no puede esperarse que deje de salar, de la segunda no es lógico pensar que se oculte cuando debe iluminar a todos (
Mateo 5:13-14).
En otras palabras, desde una perspectiva humana, los que entran en el Reino -y por ello lloran, son mansos, ansían la justicia, tienen un corazón limpio o resultan perseguidos por causa del Reino y su justicia- pueden carecer de una apariencia de importancia o incluso ser contemplados de manera despectiva.
La realidad, sin embargo, es que la nota que los caracteriza es la de ser Felices (
Mateo 5:3-12). No sólo eso. Son la verdadera sal de la tierra, la auténtica luz del mundo que debe y puede alumbrar a todos (
Mateo 5:13-16;
Lucas 8:16). Pero esa declaración de principios tiene concreciones muy específicas.
Continuará
1) La bibliografía sobre el Sermón del Monte, igual que la referida a las parábolas, es muy extensa. Véase: W. D. Davies, The Sermon on the Mount, Londres, 1969; J. Driver, Militantes para un mundo Nuevo, Barcelona, 1978; D. Flusser, “Blessed are the Poor in Spirit” en Israel Exploration Journal, 10, 1960, pp.1-10; R. L. Lindsey, Jesus Rabbi and Lord. The Hebrew Story of Jesus Behind Our Gospels, Oak Creek, 1990.
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