Si el pecado de Sodoma se iniciaba con la negativa a someterse a las enseñanzas de Dios, continuaba con la idea de que se puede además no sólo controlar la propia vida sino también las cosas y, sobre todo, que se puede someterlas a nuestros deseos egoístas.
Soy bien consciente de que algunos introducirían aquí el discurso demagógico –y bastante inexacto- sobre las maldades del capitalismo, del mercado o de la sociedad de consumo pasando por alto entre otras cosas que ninguna sociedad socialista se ha acercado ni lejanamente al grado de bienestar y libertad que supone el capitalismo; que el mercado es el único sistema que garantiza una distribución racional de bienes sin provocar la miseria o el mercado negro de las economías planificadas o que ellos mismos consumen siquiera porque deben comer todos los días y no pueden mantenerse del aire.
¡Hasta me he enterado de que guardan el dinero por poco que pueda ser en bancos! Y, por supuesto, no me voy a enredar en cuestiones como la ideología neo-con siquiera porque cualquiera que sepa de lo que habla conoce que los neo-con no tienen nada que ver con la economía ni han realizado nunca pronunciamientos al respecto.
Espero que mis lectores acojan con indulgencia que no pierda el tiempo con esas tonterías y me centre en la Palabra de Dios.
La visión cristiana de los bienes materiales puede compendiarse en cuatro pilares.
1.- ESTABLECIMIENTO DE PRIORIDADES.
La visión cristiana se sustenta no en una adoración del pauperismo o en una consideración de que la pobreza tenga algo bueno de por si –más bien las Escrituras indican lo contrario– sino en el hecho de que el cristiano coloca en primer lugar otra prioridad esencial que es el Reino de Dios y su justicia.
Como muy bien reconoce Jesús, lo normal entre no-creyentes es que persigan lo material, incluso que se angustien por ello, pero los hijos de Dios deben saber que su Padre conoce lo que necesitan (
Mateo 6:32) y, por lo tanto, deben
“buscar, primero, el reino de Dios y su justicia y todo esto os será añadido” (
Mateo 6:33).
2.- AUTO-SUFICIENCIA.
La Biblia también es muy clara en cuanto a las metas materiales que debería albergar un creyente. Como indica Pablo en uno de sus últimos escritos,
“gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar.
Así que, teniendo sustento y abrigo, estaremos contentos con esto” (
I Timoteo 6:6-8). La palabra que la Reina-Valera 60 traduce como “contentamiento” es “autarkeia”, de donde deriva nuestra “autarquía”. La meta del creyente es el poder bastarse a si mismo lo que se concreta con contar con alimento y con aquello que sirva para cubrirnos. Por supuesto, agradeceremos a Dios todo, supere o no lo señalado, pero debemos saber contentarnos con lo indicado por Pablo.
3.- TRANQUILIDAD FRUTO DE LA CONFIANZA EN DIOS.
Cuando alguien ha descubierto cuál debe ser su prioridad en la vida, qué es lo que cabe esperar y, sobre todo, que Dios cuida paternalmente de él, el resultado es la tranquilidad (
Mateo 6:34). Ante una situación de recesión económica, por citar un ejemplo desgraciadamente cercano, el creyente que descansa en el Padre celestial ni caerá en manos de la desesperación, ni buscará codiciosamente cómo quedarse con un trozo del pastel del dinero de los contribuyentes sin importarle lo que pueda suceder con otros, ni dará la espalda a los demás. Por el contrario, esperará en Dios.
4.- COMUNICACIÓN DE BIENES.
La persona que ha colocado su corazón en Dios, que ha decidido conformarse en términos materiales con lo señalado por Pablo y que confía en Dios no huye del mundo ni se escapa de la realidad cotidiana hacia otra realidad aislada.
Por el contrario, comunica sus bienes a los demás. En primer lugar, a la familia. Pablo señala claramente que el que no provee
“para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (
I Timoteo 5:8), un texto que merece la pena recordar en una época en que hay gente que abandona a los ancianos en las gasolineras en época de vacaciones porque son molestos o los conducen a hospitales en los que se sabe que los médicos son proclives a facilitarles el paso al otro mundo. Por cierto, y haciendo un inciso, es curioso que Pablo en los versículos anteriores vea mal que el mantenimiento de las viudas tenga que recaer sobre la comunidad en lugar de sobre sus familiares (vv. 3 ss). Reaccionario que debía ser el apóstol…
Esa comunicación de bienes también se dirige a los necesitados. En
Efesios 4:28, por ejemplo, Pablo indica que
“el que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”. La sucesión de conceptos resulta verdaderamente luminosa. Si alguien vive de los bienes de los demás, que deje de hacerlo y se ponga a trabajar para ganarse la vida. Sin embargo, debe tener en cuenta que, gane lo que gane, uno de los destinos del fruto de su trabajo debe ser compartir con el que está necesitado.
Por supuesto, también la comunidad de creyentes –la familia de la fe– debe ser objeto de nuestra comunicación de bienes (
Gálatas 6:10).
Bajo la aplicación de estos principios, habrá creyentes ricos o acomodados –algo que derivará de razones tan diversas como los bienes de fortuna familiares, como la formación profesional o como la competencia laboral– o más humildes, pero siempre será gente que sabrá que lo primero es el Reino de Dios y su justicia, que debe saber vivir con contentamiento, que debe descansar en Dios y que debe comunicar sus bienes.
Por supuesto, se puede señalar que ésta es una visión de lo material para cristianos y que no tiene que ser asumida por una sociedad. Semejante juicio es erróneo. Se puede entender que una sociedad no busque en primer lugar el Reino de Dios y su justicia, e incluso que sea víctima de la ansiedad ante los avatares telefónicos, pero una sociedad que se apodera del fruto del trabajo de los demás mediante salarios injustos o impuestos elevados; que derrocha y despilfarra el dinero tanto si es el propio como el que procede del bolsillo de los ciudadanos; que en lugar de abogar por una decorosa y ahorradora austeridad, honra el despilfarro; que en lugar de llamar a la responsabilidad individual invita a esperar todo del Estado y que concibe la felicidad en términos fundamentalmente materiales… no nos engañemos, una sociedad así está perdida a menos que se convierta.
Y, por cierto, si enfoca tan mal el aprovechamiento de los bienes, no lo hará mejor con el tiempo, pero eso, Dios mediante, lo veremos en la próxima entrega.
CONTINUARÁ:
La salida a Sodoma (IV): Una visión cristiana del tiempo
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