El término –una expresión indiscutiblemente fuerte– es utilizado en las Escrituras para referirse a
distintas prácticas morales contrarias a la ley de Dios que deben ser evitadas -aunque sean comunes entre los pueblos paganos– y que incluyen el incesto (
Levítico 18:6 ss), el adulterio (
Levítico 18:20), el infanticidio (
Levítico 18:21),
“el acostarse con varón como con mujer, porque es abominación” (
Levítico 18:22) o la zoofilia (
Levítico 18:23).
Al respecto, la enseñanza bíblica es tajante:
“No os contaminareis con ninguna de estas cosas, porque con todas estas cosas se han corrompido las naciones que expulso delante de vosotros, y la tierra fue contaminada y yo visité la maldad que había sobre ella y la tierra vomitó a sus moradores” (
Levítico 18:24-25). Los versículos siguientes del pasaje (
v. 26-30) indican que semejante riesgo de castigo no se aplica sólo a los paganos sino también al propio Israel. Si incurre en esa abominación, también recibirá el juicio de Dios.
No deja de ser revelador que esa misma tesis –la de que la abominación se manifiesta de manera especial en la práctica homosexual como una conducta especialmente degradante que indica hasta que punto el ser humano ha decidido apartarse de Dios-
volvemos a encontrarla en el Nuevo Testamento.
Pablo, por ejemplo, describe la consumación del proceso de degradación moral de los gentiles de la siguiente manera:
“Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas ante que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en si mismos la retribución debida a su extravío” (
Romanos 1:24-27).
El pasaje paulino difícilmente puede ser más revelador. El ser humano se va apartando de Dios y en ese distanciamiento llega a un punto, como el de las las prácticas homosexuales, en el que incluso traspasa las leyes marcadas por la Naturaleza.
Sin embargo, a esas alturas, es muy posible que la inmensa mayoría de la sociedad no tenga ya capacidad de reacción. En los años anteriores, ha ido insistiendo en que puede marcarse sus propias normas de vida diferentes de las establecidas por Dios, ha dispuesto del mundo que le rodea a su antojo, ha regulado el tiempo de manera disparatada y ha decidido que ancianos o niños son categorías molestas de las que más vale desprenderse. Incluso, ya ha ido asimilando que el que no se pliega a esa forma de vida es alguien indeseable.
Llegados a ese punto, ¿por qué va a reaccionar la sociedad si dos hombres deciden tener relaciones sexuales entre si o si, como relata el texto de
Génesis 19:4 ss, se requiere sexualmente a dos varones que visitan una ciudad para que se acuesten con otros varones? Un siglo, una generación, quizá unos años antes, esa conducta hubiera parecido una abominación y hubiera provocado una reacción de repulsa. Sin embargo, ahora se ha llegado a un punto en el que constituye la práctica normal y ¡ay de aquel que la cuestione!
Por supuesto, la Biblia no entra en el juego estéril y distorsionador de ponerse a analizar las causas de la homosexualidad como no lo hace con los motivos del adulterio o del infanticidio. Realmente, carece de importancia si las prácticas homosexuales son fruto de una falta de madurez psicológica, o una forma de autodestrucción de la misma manera que en otras épocas lo eran las drogas o el alcohol, o una perversión para personas cansadas del sexo normal o una opción que se decide en algún momento de la vida. Se trata de comportamientos abominables –como el adulterio o el aborto- más allá de que en ellos pueda subyacer el romanticismo, la enfermedad mental, la falta de madurez psicológica o el deseo de autocastigo.
Y no se trata sólo de que nos hallamos ante una abominación que indica el punto de degradación moral hasta el que ha llegado una sociedad, sino de que ya hemos dado el último paso.
Ahora, a una sociedad que no se ha arrepentido y que ha seguido despeñándose moralmente, sólo le queda la expectativa de recibir sobre si el juicio de Dios. Pero de eso hablaremos, Dios mediante, la semana que viene.
C ontinuará: El pecado de Sodoma (VIII): el juicio
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