Nuestra sociedad, con el gobierno a la cabeza, optó por impulsar determinadas conductas y visiones y ya hemos empezado a recoger los primeros frutos amargos del juicio. No sólo eso. Me atrevo a decir, con temor y temblor, que estamos sólo en los primeros momentos de ese juicio y que todo irá a mucho peor con un gobierno que en apenas unas horas ha decidido promulgar un decreto que impide de manera casi total investigar lo que sucede en las clínicas abortistas y ha vuelto a insistir con varias voces en la prioridad que tiene la legalización de la eutanasia entre sus objetivos.
Por supuesto, se puede dar multitud de razones para nuestra situación que se reduzcan a lo sucedido “debajo del sol”. La incompetencia, la soberbia, la insistencia en aplicar recetas económicas y sociales rancias e ineficaces podrían ser algunas de esas causas, pero para los que creemos que hay una realidad que va más allá de la que vemos “debajo del sol” esas explicaciones –que pueden ser reales– no pasan de ser parciales.
Hay procesos espirituales que van mucho más allá de la incompetencia manifiesta del ministro de economía y entre ellos están los que afirman que Dios juzgará a las sociedades que incurran en conductas como las señaladas en
Levítico 18:1 ss o
Deuteronomio 18:9 ss.
Insisto en ello. El día del juicio ha llegado y no ha hecho más que empezar. A menos que se produzca un claro arrepentimiento –volverse hacia Dios y cambiar de mente por utilizar el contenido etimológico de las palabras usadas en la Biblia– lo que contemplaremos en los próximos meses será un desplome continuado de empresas, un crecimiento espectacular del número de parados, un aumento considerable de la inseguridad ciudadana y, finalmente, una crisis institucional de enorme gravedad.
Sé que esto no coincide con lo que hace tan sólo unos meses apuntaban distintos analistas –incluido algún hermano en la fe que contemplaba con suma benevolencia la evolución económica de España– pero es lo que creo que sucederá, lo que ya ha empezado y lo que, insisto en ello, anuncié hace años.
¿Qué hay que hacer en una situación como ésa como pueblo de Dios?
- 1.- Manifestar arrepentimiento: como pueblo de Dios hemos perdido demasiado tiempo escuchando los cantos de sirena de determinadas voces políticas y sociales. Sinceramente no creo que ni el progresismo ni el consumismo vayan a curar un mal que han generado. Es hora de regresar a las Escrituras y a una vida sencilla de acuerdo con los valores del Evangelio.
No va a ser fácil y más cuando no pocos han optado por ir asimilando los valores del mundo mientras iban dejando en el altillo los del Evangelio. En los tiempos que han comenzado vivir de acuerdo con el Evangelio será una cuestión de mera supervivencia.
No se me oculta que para muchos va a ser duro en la medida en que tengan que reconocer errores pasados, actitudes erróneas, comportamientos incluso pecaminosos. Sin embargo, sin un arrepentimiento previo que nos permita rechazar aquello que no agrada a Dios en nuestras vidas y que nos lleve a reorientar nuestras existencias bajo Su Luz no hay nada, absolutamente nada, que hacer.
- 2.- Compartir el pan: va a costar aceptarlo después del hedonismo que ha ido entrando en nuestras filas en los últimos años, pero estamos llamados a compartir el pan con otros. Como dejó claro Jesús, no deberíamos esperar que Dios lo haga llover del cielo sino que deberíamos ser nosotros los que lo entregáramos a otros en la confianza de que Dios lo multiplicará (Mateo 14:16).
- 3.- Anunciar el Evangelio: nuestra sociedad autocomplaciente que durante décadas ha creído en las predicaciones idolátricas de los que pretendían explicar todo sobre la base de memeces como el calentamiento global –en un año como éste en que ha descendido la temperatura– o la construcción nacional –en un período de dramática desconstrucción– va a darse de manos a boca con una realidad áspera, mucho más de lo que hubiera podido imaginar hace tan sólo un año.
Más que nunca necesita escuchar el Evangelio y ¿cómo podrá escucharlo si alguien no se lo proclama? (Romanos 10:14-15) y
- 4.- Proclamar arrepentimiento y esperanza: no va a ser fácil, pero hay que señalar a la sociedad que nos rodea que el juicio de Dios no se detendrá porque así le apetezca a políticos o periodistas, pero que también hay esperanza para los que se vuelven con el corazón contrito a Dios.
Nuestro mensaje no es catastrofista. Es un diagnóstico sincero y sin concesiones unido al ofrecimiento de una esperanza cuando se produce una vuelta a Jesús. Al respecto, los ejemplos en la Historia abundan.
De momento, el Día del juicio ha llegado y más vale que actuemos en consecuencia. Sobre ello seguiré reflexionando, Dios mediante, a la luz de las Escrituras.
Pero, de momento, que Dios les bendiga.
Feliz verano y hasta la vuelta.
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