1.- En primer lugar, el creyente debe tener siempre presente que la persecución, en mayor o menor escala es ineludible.
Casi podría decirse que forma una parte consustancial de su vida cristiana, como el cumplimiento de los mandamientos o la oración. Al respecto, la Biblia difícilmente podría ser más clara. Jesús enseñó que seríamos perseguidos como el mismo (
Juan 15:20) o como los profetas (
Mateo 5:12) y Pablo zanjó que todos los que desean vivir piadosamente siguiendo las enseñanzas de Jesús pasarán por la persecución (
2 Timoteo 3:12).
Tengamos esto siempre presente y no nos asustemos cuando suceda porque es algo tan natural como, en la vida física, el crecimiento de un niño, el dolor o la muerte.
2.- En segundo lugar, tenemos que ser conscientes de que no estamos solos en la persecución por muy terrible que resulte.
Pablo podía indicar que tanto él como sus colaboradores habían sido perseguidos, pero no desamparados (
2 Corintios 4:9). Podemos estar seguros de que, en medio de las pruebas más terribles, el Señor siempre hará que recibamos ayuda y consuelo en el momento oportuno y de las maneras más adecuadas y sorprendentes.
3.- En tercer lugar, no deberíamos permitir que la persecución ocasione resentimiento, rencor o amargura en nuestras vidas.
Los casos de perseguidores – Pablo es el paradigma – que acabaron viendo la luz son numerosos a lo largo de la Historia del pueblo de Dios. Pero es que además esos perseguidores con su conducta nos convierten en objeto de bendición.
Cuando Pablo enseña que hay que bendecir a los que nos persiguen (
Romanos 12:14) no está cayendo ni en el masoquismo ni en el buenismo. Simplemente, asienta su enseñanza sobre la certeza de que son dichosos – bienaventurados – aquellos que se ven convertidos en objeto de persecución por seguir a Jesús (
Mateo 5:10-11).
Evidentemente, la intención de los que nos persiguen no es bendecirnos, sino destrozar nuestra fama, impedir el avance del Evangelio o incluso privarnos de la libertad y la vida. Sin embargo, con todo ello, nos bendicen y, por añadidura, es posible que dentro los inescrutables caminos de Dios ése sea el seguido para que algunos al menos al final acaben también bendecidos.
4.- Por último, debemos recordar que la Historia por definición fluye a una extraordinaria velocidad.
Los ejemplos sobran y basta para ello recordar lo que podían ser las ilusiones y proyectos de hace tan sólo un año y en lo que han quedado. Lo que pensaban algunos que les permitiría pasar a la Historia, en realidad ha pasado a la historia, pero sin ellos. ¡Recordemos que hasta el planeta se ha enfriado en el último año después de todo lo que hemos oído sobre el calentamiento global!
Y eso por no pensar en los cambios a los que hemos podido asistir en el curso de nuestra vida que es, sin duda, una porción minúscula de la Historia humana.
Sin duda, en el s. I, la mayoría pensaba que los cristianos se merecían lo que había caído sobre ellos, pero hoy seguimos llamando Pablo a nuestros hijos y reservamos el nombre de Nerón para nuestros perros.
Por ello, a pesar de que todo pasa y de la limitación de la perspectiva humana, hay dos cosas que podemos afirmar. La primera que la persecución no nos apartará del amor de Dios (Romanos 8:35) y la segunda que en Cristo somos más que vencedores (
Romanos 8:37).
Cuando la Historia concluya, todo lo sucedido nos parecerá de escasa, si es que alguna, importancia estando como estaremos a Su lado por toda la eternidad.
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