Salvación y juicio en la predicación

Se cuenta que John Wesley realizaba una prueba sencilla con aquellos que deseaban comenzar una tarea como ministro del Evangelio. Los enviaba a predicar a pecho descubierto y después les formulaba una sencilla pregunta: “¿Se ha convertido alguien?” Si la respuesta era positiva, Wesley aceptaba al candidato, pero si era negativa le planteaba otra: “¿Se ha enfadado alguien?”. Si la respuesta era afirmativa, también lo aceptaba.

En contra de lo que piensan no pocos, si la predicación provoca indiferencia en los que nos rodean no es porque fallamos en el método, el marketing o la exposición. Es simplemente porque no incluye el mensaje de juicio que debería.

Al respecto, la Biblia es muy clara. Festo soportó a Pablo mientras el apóstol le habló de cosas como la paz -que nunca, nunca, es la que ofrece el mundo, como se preocupó de manifestar Jesús– o el amor. Sin embargo, cuando el hombre de Tarso hizo referencia al dominio propio y al juicio, Festo decidió que el lugar ideal para el apóstol era el más lejano posible (Hechos 24:24-5).

Ésa había sido la experiencia de Amós –al que un sacerdote de la época invitó cortésmente a ganarse la vida en otro sitio sin hacer olas en la barca del sistema religioso (Amós 7:12)– la del salmista -que recibía mofas y calumnias a pesar de lo cual no se apartaba de la ley de Dios (Salmo 119:51 y 69)– y, por supuesto, la del propio Jesús que en Mateo 2 y 24 afirmó cosas que muy pocos hoy estarían dispuestos a anunciar a una sociedad en la que la cultura de la muerte tiene incluso un abierto respaldo gubernamental.

Todo esto puede parecer chocante y, sin embargo la Biblia rezuma esa enseñanza.

Por volver a Pablo, basta recordar su cuadro incomparable del proceso de desintegración moral de una sociedad.

Primero, anuncia que la ira de Dios (¡ira de Dios!) caerá sobre los que suprimen la verdad, lo que se erigen en verdad sustituyendo la verdad de Dios (Romanos 1:18-23); segundo, indica que esos necios desobedientes caerán en degradaciones morales como es la práctica de la homosexualidad (Romanos 1:24-27).

Tercero, señala que en ese proceso de declive la sociedad acabará aplaudiendo a los que quebrantan la ley de Dios y persiguiendo a los que la defienden (Romanos 1:28-32).

Los creyentes deben predicar la salvación de esa situación que acabará acarreando el juicio de Dios, guste o no guste a sus contemporáneos y aceptando la más que posible persecución.

Deberán hacerlo por más que no les complazca porque el mismo Jesús no hizo o que le complació sino lo que era su deber de hijo obediente (Romanos 15:3).

Deberán hacerlo a menos que deseen participar también de ese juicio.

Continuará

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	1		El seguidor de Cristo será perseguido
	2		El Evangelio, locura a la vanidad humana
	3		Integridad y gozo ante la persecución