El papel que hace ahora Nuria Gallardo, lo interpretó originalmente Ingrid Bergman en la única colaboración que tuvieron estos dos artistas que comparten el apellido sueco más famoso de la historia del cine. Su rodaje le enfrentó a ella también con sus fantasmas, tras abandonar a su hija y su marido en Estados Unidos, para vivir en Italia con Roberto Rossellini.
El relato comienza con la voz del pastor, contando cómo conoció a su esposa en un concilio luterano en Trondheim. El personaje que interpreta Gallardo (Eva) era corresponsal de una revista de la iglesia, cuando Viktor (Chema Muñoz) le propone que se casen, camino de la vicaría de su parroquia protestante. Ella había vivido con un médico varios años –con quien estuvo prometida–, pero accede inmediatamente a casarse con el pastor. Aunque es periodista y ha escrito varios libros, trabaja con él en la iglesia, en un ambiente liberal protestante. La tragedia se cierne sin embargo sobre esta casa, donde han perdido un hijo ahogado, el día antes que cumpliera cuatro años…
La mujer lee una carta a su madre en el despacho del pastor, ofreciéndola que venga ahora a su casa, ya que ha fallecido su compañero Leonardo. La pianista que interpreta Marisa Paredes (Charlotte) irrumpe así en la vicaría de esta iglesia, sin saber que allí está también su otra hija enferma, que abandonó cuando tenía sólo un año, pero ha recogido ahora su hermana.
El reencuentro resulta traumático para esta mujer, que abandonó a su esposo y a sus hijas por un amante y una carrera musical. La tensión que produce este momento, nos enfrenta al problema de la culpa y el dolor de unas heridas, que nadie parece que pueda curar…
SOBRE PADRES E HIJOS
La sociedad sueca vivió en los años setenta, lo que estamos viviendo ahora en España. Una generación herida por el abandono de la separación, se enfrenta con odio a unos padres que tienen razones para todo. Ellos no ven culpa alguna en lo que han hecho y pretenden que han mostrado un amor sincero por sus hijos, que se sienten incapaces de enfrentarse a la vida. El análisis que hace aquí Bergman del agobio emocional con que estos padres intentan compensar su abandono, es particularmente complejo. Estos padres irresponsables están llenos de sueños para sus hijos, que no pueden cumplir sus expectativas, a pesar de que intentan comportarse como se espera de ellos, para poder ganar así su afecto...
Es el cuadro de una familia rota, lejos de los ideales de los años sesenta, donde lo que predomina es el egoísmo y la manipulación, que llega hasta forzar el aborto de una hija, que es siempre visto como un fracaso en las obras de Bergman.
El punto de vista no es sin embargo el de un moralista. En el otoño de la vida, el autor asiste a la disolución de una institución, que para él está vacía, a causa del problema mismo de la vida humana. Su diagnóstico es por lo tanto existencial. No se limita a contemplar unos factores sociales, si no que se enfrenta a la tragedia, que produce un egoísmo, capaz de arruinar la vida de todos, teniendo sin embargo justificación para todo… “¡Y todo en el nombre del amor!”, dice Eva.
La lucidez que muestra Bergman en esta historia, va acompañada de una profunda desesperanza. Hay tanto dolor en estos personajes, como en las sacudidas de los espasmos de esta chica enferma, que representa Pilar Gil en la obra. La infelicidad es tal, que produce una ansiedad que no pueda liberar siquiera el llanto. Es una historia dura, pero necesaria para abrir los ojos a una realidad de la que todos queremos huir. Nos enfrenta a nuestros miedos – como el terror a la enfermedad –, pero sobre todo a la necesidad de “darnos cuenta que llevamos una culpa, como todos los demás”…
¿QUÉ CULPA?
En la esclarecedora conversación que tienen madre e hija en la habitación del niño muerto, Eva se asombra de la paradoja del ser humano. “El hombre es una creación insuperable, como un pensamiento incomprensible”, dice Ullman (interpretada ahora por Nuria Gallardo). “Todo existe en el hombre, desde lo mejor a peor” Si ha sido “creado a imagen de Dios” –como cree la esposa del pastor–, entonces “todo existe en Dios, el hombre, pero también los demonios y los santos, los profetas, los artistas y los que destruyen todo”. El misterio del mal inquieta a los personajes de Bergman, que parten del silencio de Dios.
“Sólo hay una verdad y una mentira”, dice Eva: “¡No hay perdón!” De nada le sirven
ahora las excusas de su madre, incapaz de soportar su odio. Ante el tormento que producen sus errores, sólo desea que su hija enferma muera y poder hacerse la ilusión que ha rehecho la relación con su otra hija. En el fondo lo único que le importa es ella misma, sentirse bien, siendo admirada por su trabajo.
Vivimos en nuestro pequeño mundo egoísta, para el que no importa sacrificar lo que sea, por cumplir nuestro vanos sueños de autorrealización. “¿Qué culpa tengo?”, se pregunta la madre.
“Tú siempre has pensado que hubiera excepciones para ti”, le contesta su hija. “Has establecido un acuerdo con la vida, pero en algún momento debes ver que ese acuerdo es sólo por tu parte”. Nos hacemos así la ilusión que los arreglos que hacemos para tranquilizar nuestra conciencia, hacen que finalmente podamos salir indemnes de nuestros males. La Biblia que ha conocido sin embargo Bergman desde pequeño, nos dice todo lo contrario: ¡No tenemos excusa!
EL ASOMBRO DEL PERDÓN
Todos estamos bajo la ley – dice Pablo en Romanos 2 –, escrita en tablas de piedra o en nuestros corazones, somos igualmente culpables ante ella. “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (
Ro. 3:16). ¡De ahí viene el asombro del perdón! Si exigimos justicia, estamos perdidos. Porque estamos ya sentados en el banquillo y oír la palabra del Juez que nos declara culpables.
La buena noticia es que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (
Ro. 3:24).
¡Es el escándalo del Evangelio!
Podemos intentar perdonar, pero no olvidamos. El perdón de Dios sin embargo, quita toda memoria de nuestra maldad, que no recuerda ya más para siempre. “La gracia”, como dice Bernanos, “comienza olvidándose de uno mismo”. Porque cuando encontramos así a Dios como nuestro Padre, por medio del Señor Jesucristo, su amor nos inunda con una gracia que todo lo llena. Él es el único que nos puede librar de la vergüenza, por el asombro del perdón.
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