La palabra persecución provoca una serie de imágenes que no siempre son afortunadas. Para algunos, evoca alambradas, campos de concentración, deportaciones y, de manera comprensible, se llega a la conclusión de que no todos los creyentes –afortunadamente– deberán pasar por situaciones semejantes.
Para otros, la palabra persecución tiene un regusto a rancio y a tiempos pasados. Los de los cristianos arrojados a los leones o ardiendo como pavesas en una hoguera es una realidad innegable en términos históricos, pero impensable en un mundo como el actual, al menos en el civilizado Occidente.
Finalmente, están los que darían una vuelta más a las dos imágenes anteriores e incluso dirían que, hoy por hoy, los únicos creyentes que son objeto de persecución son aquellos que carecen de la suficiente formación como para discutir con sus tolerantes vecinos, en resumen, los fanáticos.
Imagino que aquellos que me lean con habitualidad sospecharán que estos tres puntos de vista no me parecen en absoluto acertados. Pues han dado en el blanco porque, a decir verdad, constituyen un peligroso disparate que sólo sirve para que los creyentes no sepan como reaccionar en medio de determinadas situaciones y, de paso, limen todo lo que el Evangelio pueda tener de molesto para aquellos a los que se anuncia.
De entrada, debemos dejar clara una premisa que señaló Pablo: “todos aquellos que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12).
Que el apóstol realizara tan tajante afirmación en su testamento epistolar debería llevarnos a reflexión. Ciertamente, no todos pasaremos por una cárcel, un campo de concentración o siquiera un juzgado, pero todos los que deseen – no dice consigan, sino deseen – vivir piadosamente de acuerdo a las enseñanzas de Jesús serán perseguidos.
La afirmación de Pablo, por otro lado, no hace sino repetir de manera clara y concisa las propias enseñanzas de Jesús que señaló que enviaba a sus discípulos como
“ovejas en medio de lobos”, ovejas que padecerían persecución como parte de su ministerio (
Mateo 10:16 ss).
Me consta que semejante radicalismo por parte de Jesús y Pablo –es que eran unos fundamentalistas, ¿sabe usted?– molestará a algunos.
Por ejemplo, entre los peligros que revolotean sobre los creyentes en los últimos tiempos están tanto el creer que no tenemos que sufrir enfrentamiento alguno con nadie porque nuestra postura es punto menos simpática que la de Santa Claus (o incluso más) como el estar convencidos de que el Señor ansía librarnos del menor inconveniente y, por lo tanto, se las apañará para convertir la predicación del Evangelio en motivo de solaz e incluso de beneficios personales sin cuento.
Perdóneseme el que hable tan claro, pero ambas posturas, a la luz de la Biblia, son falsas. Permítaseme además que empiece por la segunda.
De entrada, Jesús le dejó claro a Pedro –que pensaba que eso del sufrimiento no era para cristianos– que el negarse a aceptar la persecución es una postura diabólica y que además si alguien deseaba seguirlo, debía negarse a si mismo (¡¡¡negarse!!! ¿Por qué Jesús no leyó manuales de autoayuda o hizo un cursillo de coaching?), estar dispuesta a morir en la cruz como el delincuente más vil y seguirle (
Mateo 16:24).
Por supuesto, muchos lo interpretarían como una gran pérdida, pero no cabía engañarse,
“el que desee salvar su vida, la perderá y el que la pierda por causa de Mi, la salvará” (
Mateo 16:25).
Por lo que se refiere a la primera de esas posturas –junto con otros aspectos relacionados con la persecución– tengo intención de comentarla, pero, si Dios lo permite, lo haré en la siguiente entrega.
CONTINUARÁ
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