A eso se suma, como no podía ser menos, una especulación sobre los últimos tiempos que, dicho sea con todos los respetos, cae no pocas veces en el ridículo y que no anda muy distante de la propia de ciertos grupos milenaristas como los Testigos de Jehová o los adventistas.
En realidad, bastaría –como siempre- con que regresáramos a una visión puramente neo-testamentaria para no caer en ninguno de estos dos extremos.
Para los primeros cristianos, resultaba obvio que los últimos tiempos NO eran un período inmediatamente anterior a la Segunda Venida de Cristo, sino el período que se extiende desde su muerte y su resurrección hasta su Parusía.
En ese sentido, Pedro podía decir con propiedad que en esos últimos tiempos había descendido el Espíritu Santo como estaba profetizado (
Hechos 2:15-22). Esa expectativa del final no apartó a los primeros cristianos de practicar la caridad o la compasión, sino que más bien les proporcionó una perspectiva justa de la época en que vivimos.
No debemos aferrarnos a este mundo porque Cristo puede regresar en cualquier momento; no debemos dar más importancia a las coyunturas actuales de la que tienen porque
“el mundo pasa y también su deseo, pero el que hace la Voluntad de Dios permanece para siempre” (
I Juan 2:17) y ésta es la última hora (
I Juan 2:18); y, no debemos dedicarnos a especular desentendiéndonos de lo que sucede cada día porque
“el que no quiera trabajar que tampoco coma” (
II Tesalonicenses 3:6 ss).
Dicho esto, el anuncio de que la Historia tendrá un final impulsado por el mismo Dios es una parte de la predicación que hay que recuperar siquiera porque une todos los aspectos que hemos indicado en anteriores entregas.
Esa consumación total y final implica que:
- 1.- Dios juzgará con justicia
: como he indicado en un capítulo anterior, no habrá reclamación de justicia que no encuentre su consumación al final cuando Dios juzgará ante el Gran trono blanco al final de los siglos (
Apocalipsis 20:11 ss)
2.- Dios manifestará Su Amor, por ejemplo, premiando a aquellos que le entregaron la vida por Él en ocasiones hasta el punto de morir confesándolo (
Apocalipsis 6:9 ss)
3.- Dios iniciará una nueva vida para toda la eternidad acabando con la situación de pecado y decrepitud que, hoy por hoy, afecta a toda la Creación y dejando de manifiesto que cualquier padecimiento actual no es nada en comparación con lo que espera a sus hijos (
Romanos 8:17-24) y
4.- Dios nos muestra cómo valorar con ecuanimidad esta existencia -¡que no es todo lo que hay!– librándonos de miedo frente a los hombres por muy poderosos que puedan resultar (
Hebreos 2:14-16) e impulsándonos a complacer al Señor en todos y cada uno de nuestros actos ya que si vivimos para El vivimos y si morimos para El morimos (
Romanos 14:7-9).
Fue Menno Simons, uno de los predicadores anabautistas del s. XVI, el que expresó esta visión de una manera especialmente exacta. Decía Simons que la Historia, en realidad, es el desarrollo del enfrentamiento entre Dios y Satanás, entre el Bien y el Mal. En esa guerra, puede darse la circunstancia –fue el caso de Simons– de que nos toque vivir un episodio en el que parezca que las fuerzas del Mal se imponen sobre las del Bien de una manera terrible. Sin embargo, no deberíamos perder el ánimo ni la esperanza. Por el contrario, tenemos que ser conscientes de que cuando acabe la lucha, nos encontraremos en el bando vencedor, el de Cristo.
Nuestra predicación debe, pues, recuperar ese sentido escatológico diferente de la idea de que siempre estaremos aquí atrapados en esta Historia. Debe hacerlo porque es cierto que la Historia quedará consumada en el Bien infinito que es Dios. Debe hacerlo porque en esa consumación se colmarán todos los anhelos de paz, justicia y dicha de los corazones humanos. Debe hacerlo porque con Cristo triunfante también nosotros recibiremos la consumación de nuestra salvación y la recompensa por nuestra fidelidad.
“Todos seremos transformados” (
I Corintios 15:51) y asistiremos a la resurrección a semejanza de Cristo y a la desaparición de la muerte (
I Corintios 15:52 ss).
Por lo tanto, estemos
“firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro (nuestro) trabajo en el Señor no es en vano” (
I Corintios 15:58). ¿Es alguien capaz de ofrecer un final mejor?
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