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El amor que salva

Predicación para el siglo XXI (IV)

Supongo que algunas personas se sentirán sorprendidas de que mencione el Amor de Dios en cuarto lugar dentro del listado de cuestiones que debemos predicar los evangélicos. La verdad es que las Escrituras son, al respecto, enormemente claras. De entrada, debe quedar de manifiesto que el amor no es ese sentimiento blando, algodonoso y bonachón que se proclama desde algunos púlpitos y libros y que podría resumir con l
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 27 DE SEPTIEMBRE DE 2007 22:00 h

Por eso, el Amor de Dios sólo es comprensible si tenemos en cuenta lo que es el pecado y la manera en que ese pecado quebranta la justicia divina y merece un justísimo castigo. De hecho, cuando algunos contraponen en la predicación evangélica el Amor a la justicia –como si fueran dos alternativas intercambiables– sólo dejan de manifiesto que no han captado un aspecto esencial del mensaje de salvación y de la predicación evangélica.

Al respecto, la enseñanza bíblica es clara. En Lucas 15, cuando Jesús narra la parábola del Hijo pródigo, comprendemos el amor del padre precisamente porque hemos visto antes cómo era el hijo pródigo, es decir, un estúpido prepotente y amante de los placeres que no es capaz de comprender la manera en que está arruinando su existencia hasta que desciende al nivel de los cerdos. Precisamente al reflexionar sobre la gravedad necia e injustificada del pecado del joven, entendemos el amor que le muestra el padre y nos admira aún más su reacción.

En contra de lo que el pastor de una iglesia me decía que había escuchado a una de sus ovejas (“La verdad es que yo he cometido tan pocos pecados que no sé si merece la pena que Cristo muriera por mi”), la verdad es que el conocimiento del pecado, de la justicia de Dios y de Su juicio nos permite acercarnos a comprender, aunque sea de manera limitada, al Amor de Dios.

Eso mismo es lo que describe Pablo en Romanos 5, 6 ss. El apóstol ha estado refiriéndose a una serie de pasos en la vida espiritual especialmente alentadores y casi nos parece escuchar la voz de un interlocutor que dice: “Pablo, Pablo… te estás liando. ¿Qué te hace pensar que todo lo que dices no es una invención, un fruto de la autosugestión y tu excitada imaginación religiosa?” La respuesta que da Pablo es tajante: “Porque el mesías, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Verdaderamente, ya es difícil que se muera por alguien justo, pero, a pesar de todo, cabe la posibilidad de que alguien se atreva a morir por alguien que es bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, el mesías murió por nosotros. Por lo tanto, siendo ya justificados en su sangre, mucho más seremos salvados de la ira por él. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, estando reconciliados, mucho más, seremos salvados por su vida” ( Romanos 5:6-10)
La enseñanza de Pablo es rotunda e indiscutible. Nuestro egoísmo, nuestro deseo de disfrute, nuestra soberbia, sobre todo, puede que nos digan que quebrantar la ley de Dios en aspectos como la veracidad, la sexualidad o la honradez no tiene especial importancia e incluso puede ser adecuado y deseable. La realidad es muy diferente. Esa desobediencia nos convierte en enemigos de Dios y podemos creer en Su amor porque supera ampliamente las categorías humanas. En esta vida, puede que alguna persona muera por un ser querido, pero – no cabe engañarse – nadie muere por un enemigo. En serio, ¿alguien se imagina a Gaspar Llamazares muriendo voluntaria y animosamente por el general Franco? Se puede alegar que tiene motivos para todo lo contrario. En el caso de Dios, justo juez del universo creado por El, esos motivos se multiplican hasta el infinito con cualquiera de nosotros. Sin embargo, el amor de Dios se manifiesta en que siendo enemigos de El, nos amó hasta el punto de encarnarse y morir en la cruz por nosotros. El que no capta ese punto no entiende ni de lejos lo que es el Amor de Dios y el que no predica esos términos no está predicando el Amor de Dios sino un sucedáneo nebuloso más propio de un comercial televisivo que de la Biblia.

Y es que ese Amor precisamente es el que no viola jamás la justicia ni evita el juicio. A decir verdad, ejecuta justicia y juicio, de manera rigurosa y total, pero en la persona de Jesús que ha muerto en nuestro lugar en la cruz. Precisamente, es lo que hallamos en Romanos 3:21-26, donde Pablo puede hacer hincapié en que “Dios es justo y, a la vez, el que justifica” al pecador “que cree en Jesús”.

Ese Amor precisamente –que es justo, que sobrepasa el pecado, que es sacrificial, que se encarna en la cruz- es el que debemos predicar.

Precisamente porque existe, podemos predicar un quinto aspecto que, Dios mediante, veremos la semana que viene.

CONTINUARÁ


Artículos anteriores de esta serie:
1¿Qué Evangelio debemos predicar?
2Hay y habrá justicia
3El juicio de Dios
 

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