Mis abuelas, por ejemplo, iban a misa, frecuentaban los sacramentos y seguían una serie de tradiciones religiosas populares, pero se hubieran sentido verdaderamente desconcertadas con esos apellidos. También hay que reconocer que vivieron hace mucho tiempo.
Esa situación cambió de manera radical y da la sensación de que para muchos, casi de repente, el simple hecho de ser católicos dejó de ser suficiente.
A ese catolicismo había que sumar en los años setenta y ochenta, en unos casos, la condición de socialista, de demócrata-cristiano o de nacionalista. En otros, por el contrario, a la simple condición de católico se sumó la adscripción a algún grupo que diera un especial enfoque a esa vivencia religiosa.
Las consecuencias de esos apellidos han resultado peculiares.
Por ejemplo, los
Cristianos por el socialismo acabaron siendo socialistas a secas que despojaron al cristianismo de sus aspectos esenciales.
En el caso de los
católicos nacionalistas, se ha podido ver una y otra vez cómo anteponían lo que consideraban intereses nacionales a los principios morales en temas como el aborto o la eutanasia.
Finalmente, tampoco ha faltado el enfrentamiento entre distintos grupos del catolicismo con no poco dolor de muchos católicos que no perciben la razón para esas divisiones.
Este panorama que hasta hace poco era exclusivo del catolicismo ha comenzado a entrar en las iglesias evangélicas. Empezó quizá cuando algunas iglesias locales decidieron que necesitaban añadirse el término carismático o avivado. Se trataba de una acción peculiar en la medida en que habría que deducir – y es muy dudoso que fuera verdad - que hasta entonces estaban muertas como un clavo de puerta o que determinada forma de alabanza es más espiritual que otra. Quizá, pero, personalmente, yo no acabo de ver por qué Bach es menos espiritual que algunos autores contemporáneos ni por qué el uso de palmas indica una superioridad espiritual sobre el estudio profundo de las Escrituras. Claro que siempre cabe atribuirlo a mi ceguera espiritual.
Esa necesidad de apellido ha incluido en los últimos tiempos desde la defensa de opciones políticas concretas como señal de identidad cristiana a una tendencia a judaizar tan tonta como peligrosa.
En el primer supuesto, hemos visto a gente que comenzó hablando, primero, de socialismo y legitimando después el matrimonio homosexual, y en el segundo, he contemplado a gentiles vestidos como judíos centro-europeos y mal pronunciado palabras hebreas con tan poca autenticidad como la que yo tendría disfrazado de jefe indio y pretendiendo que soy sioux.
Muy poco sólida debe ser nuestra vivencia cuando hemos comenzado a buscar apellidos que nos definan.
Desde luego, no es lo que encontramos en el Nuevo Testamento. Ni siquiera se usaba el nombre cristianos que fue un apelativo de carácter despectivo que los paganos colgaron a aquellos que de manera entusiasta siempre hablaban de Cristo.
Entre si se conocían como los hermanos (Romanos 16, 1, 15, etc), los santos (Hechos 9, 13, 32), los que invocan el nombre de Jesús (I Corintios 1, 2) o los que viven según el Camino (Hechos 19, 9, 23).
No se necesitaba más porque la vivencia en torno al mesías, al Espíritu y a la Escritura era bastante.
De hecho, personalmente recuerdo una época en que era casi así en el mundo evangélico. No es el caso ahora y debo decirlo con inmenso pesar. El apellido se ha hecho indispensable.
Como en sectores cada vez más amplios de la iglesia católica. A ver si nos enteramos…
CONTINUARÁ
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