La soteriología de la Biblia es de una sencillez extraordinaria. En primer lugar, afirma que todos
“estamos bajo pecado” (Romanos 3, 9) o si se prefiere que
“todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3, 23). De manera bien significativa, esa situación de pecado no es “estructural” – un término que entusiasma a los teólogos de la liberación por sus connotaciones marxistas – ni tiene nada que ver con criterios de clase.
Es, fundamentalmente, individual y aunque Dios juzga a lo largo de la Historia a sociedades y naciones, no es menos cierto que por diez justos se habría salvado Sodoma (Génesis 18, 32).
Sin duda, se trata de una realidad antipática, pero todos y cada uno de nosotros estamos perdidos de la misma manera que lo está una moneda que se cae al suelo y no puede por sí misma regresar al bolsillo de su ama, que una oveja descarriada en el monte que ignora cómo regresar al aprisco o que un joven calavera que ha derrochado su fortuna perdidamente (Lucas 15) y, por cierto, de nuevo en estas descripciones del propio Jesús no parece que pesen cuestiones de clase o estructura social. Curiosamente, Pablo – o Jesús – no diferencian entre pobres y no pobres como los teólogos de la liberación sino entre judíos y gentiles para afirmar que ambos necesitan la salvación porque son pecadores.
En segundo lugar, no podemos por nuestros propios méritos comprar, adquirir o alcanzar la salvación. Por el contrario, la ley de Dios nos muestra todavía más si cabe hasta qué punto nos encontramos en un estado de perdición. Nos obliga a “cerrar la boca” (Romanos 3, 19)
“ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado” (Romanos 3, 20).
En tercer lugar, desde la caída de Adán, Dios ha mostrado al género humano que la salvación vendría no por sus medios (¡no digamos ya por implantar la sociedad socialista!) sino por la muerte expiatoria de un ser perfecto e inocente. Eso es lo que prefiguraban los sacrificios del Antiguo Testamento, eso es lo que anunciaron los profetas (Isaías 52, 13 – 53, 12) y eso es lo que afirmó Jesús (Marcos 10, 45) y siguieron proclamando los apóstoles (Romanos 3, 24-6) apuntando a la muerte de Cristo en la cruz como el cumplimiento de las profecías.
En cuarto lugar, ese sacrificio expiatorio que deriva no de nuestros méritos sino del amor y la gracia de Dios no puede ser comprado o adquirido o merecido por ningún ser humano sino sólo recibido a través de la fe.
“No es por obras para que nadie se gloríe” (Efesios 2, 8-9) y es que si pudiéramos ser justificados por las obras
“por demás murió Cristo” (Gálatas 2, 21).
Como muy bien supo señalar Pablo, ése es el mensaje del Evangelio y cualquier otro mensaje – aunque lo anuncie un ángel o un apóstol – debe ser rechazado tajantemente (Gálatas 1, 9). Pues bien,
en la Teología de la liberación no aparece un átomo del mensaje del Evangelio al que hemos hecho referencia de manera resumida.
De entrada, la noción de pecado es sustituida por el concepto marxista de alienación que se lee, sustancialmente, en clave social.
A continuación, los teólogos de la liberación en su aplastante mayoría rehuyen la cruz de Cristo o si la mencionan – ocasionalmente Boff o Sobrino – es para privarle de su significado expiatorio y convertirla en un mero ejemplo del sufrimiento del mundo. Incluso en algún momento, se permiten – es el caso de Boff - enmendar la plana a las Escrituras para indicar que la idea de un sacrificio expiatorio es un concepto primitivo.
Finalmente, la teología de la liberación tiene poco o ningún interés por el destino eterno del hombre. Su inmediatez política – siempre en clave marxista – le resulta central, pero es incapaz de ofrecer una imagen mínimamente coherente de lo que sucede tras la muerte. Algunos teólogos de la liberación – los menos – se limitan a seguir la línea de la denominada Opción fundamental para afirmar que todos acabaremos salvándonos, una afirmación nada original de la que se pueden desprender conclusiones inquietantes. Sin embargo, en su mayoría, la trascendencia aparece escamoteada cuando no negada.
Ernesto Cardenal – sacerdote ex ministro sandinista y autor de un panfleto pro-castrista denominado “En Cuba” donde cantaba las maravillas del paraíso caribeño, se refiere a que resucitaremos no de manera literal sino en el pueblo que avanza hacia la implantación del socialismo. En realidad, ése es el punto de vista dominante. Al fin y a la postre, el evangelio de la Teología de la liberación se resume en el anuncio de que la sociedad injusta actual se verá rebasada mediante el esfuerzo colectivo por otra más justa de carácter socialista identificada con algunos de los anhelos del anuncio del Reino de Dios efectuado a lo largo de los siglos, anuncio, dicho sea de paso, que los teólogos de la liberación expurgan a su conveniencia. Punto y final.
Partiendo de esa base no extraña que Tamayo –uno de los restos del naufragio de la teología de la liberación que niega abiertamente la Trinidad y al que no sé quién ha pedido que escriba el prólogo de un libro institucional evangélico– sustente en su página web la peregrina idea de la alianza con el Islam o alabe la “teología” del ayatollah Jomeini. Puestos a aniquilar la sociedad occidental y capitalista, no cabe duda de que el Islam es un aliado formidable. Pero ése no es el mensaje de las Escrituras. Por el contrario, es otro evangelio que desvía del verdadero anunciado por Jesús y sus primeros discípulos. A ver si nos enteramos…
CONTINUARÁ
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