Ya metidos en esa dinámica, salvo honrosísimas excepciones, dejamos de lado la posibilidad de articular programas evangélicos propios. El resultado – una vez más – ha sido muy escuálido y no será por falta de tiempo para corregirlo.
Por supuesto, tenemos que dar gracias al Señor de que cada semana a una hora imposible haya un programa evangélico en RTVE y, últimamente, un culto de Navidad; también hemos de agradecer el esfuerzo de los hermanos que se ocupan de esta labor y más que nada deberíamos estar agradecidos si se ha producido alguna conversión.
Pero nada de eso nos exime de intentar hacer las cosas mejor. Lo primero que tenemos que saber es que estamos pendientes del capricho del gobernante de turno. Cuando el PSOE llegó a la Moncloa a inicios de la década de los ochenta del siglo pasado, su primer deseo fue suprimir la misa dominical y cualquier vestigio de religión que pudiera aparecer en la televisión. No fue así porque cada vez que llegan las cámaras de RTVE a un pueblo para retransmitir la misa es un acontecimiento y los mismos alcaldes socialistas rogaron a su partido que no les privara de semejante arma electoral (¡ahí es nada!).
Con los años, llegaron a la conclusión de que algo deberían aparecer las otras confesiones –las que llegarían a firmar los pactos con el Estado que proporcionaban la coartada moral para los acuerdos con la Santa Sede– para equilibrar la situación. La verdad es que el equilibrio sólo se hubiera producido si los alcaldes de los distintos pueblos hubieran insistido en tener cultos evangélicos televisados porque lo exigía su electorado, pero ese supuesto no me parece posible ni siquiera ahora.
Tampoco contábamos con la alternativa de crear una cadena evangélica.
Aparte de los problemas financieros y profesionales –nada escasos– el sistema de televisiones en España es aún más restrictivo que el de la radio al que ya me referí en una entrega anterior. De nuevo, el peso del grupo PRISA (El País, la SER, Canal Plus, Cuatro...) es agobiante. PRISA emergió del franquismo con una fuerza extraordinaria, se convirtió en brazo mediático del PSOE (hay quien opina que incluso es al revés) y el PP ni siquiera se atrevió a pedir la ejecución de sentencias contrarias a sus desafueros por miedo a la propaganda negativa que recibirían de semejante gigante mediático.
No tenemos posibilidad alguna de recibir una concesión – si es que existe alguna en el futuro – y los que ahora emiten por las buenas no dejan de estar en el terreno de la ilegalidad.
Por si todo lo anterior fuera poco, las televisiones autonómicas tampoco constituyen una alternativa sólida... salvo que estemos dispuestos a correr el riesgo de callar ante cuestiones esenciales. El estatuto catalán, por ejemplo, ha consagrado la legalidad de la eutanasia, del aborto libre e incluso de formas matrimoniales que no sólo incluirían los matrimonios de homosexuales sino la poligamia llegado el caso. ¿Alguien que conozca la política de medios de la Generalidad catalana espera que dará cancha a los evangélicos que se atrevan a defender los principios morales contenidos en la Biblia sobre todas estas cuestiones?
Me gustaría equivocarme, pero me temo que ante nosotros sólo existirá la alternativa de la defensa valiente de la enseñanza de la Biblia y con ella, el peligro de la exclusión o la capitulación ante el poder político a la espera de obtener algo, pero colocándose en el camino de la apostasía.
Sin embargo, existe una alternativa que, por añadidura, no nos mantendría a merced de la última apetencia de quien gobierne. Me refiero al alquiler de espacios en televisiones privadas. Por supuesto, no es barato y exige una profesionalidad notable, pero esa salida nos permitiría tener independencia del poder político y una audiencia mayor siquiera porque no estaríamos sometidos a un horario dominical cuando casi todo el mundo procura recuperar el sueño perdido de la semana.
También nos permitiría emerger de la mentalidad de ghetto, pero a ésa me referiré en la próxima entrega.
Continuará
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