Con todo, como también dijimos, era obligatorio plantearse algunas cuestiones de no escasa importancia.
La primera, ya contestada, es que
si era tan obvio que la salvación derivaba sólo de la gracia de Dios y no de las obras ¿porqué no existían precedentes de esta enseñanza en el Antiguo Testamento?
La segunda –también contestada- es consecuencia de la anterior: si ciertamente la salvación era por la fe y no por las obras ¿cuál era la razón de que Dios hubiera dado la ley a Israel y, sobre todo, cuál era el papel que tenía en esos momentos la ley?
La tercera y última, que responderemos en este último artículo de esta serie, es: ¿aquella negación de la salvación por obras no tendría como efecto directo el de empujar a los recién convertidos - que procedían de un contexto pagano - a una forma de vida similar a la inmoral de la que venían?
Hasta aquí el razonamiento de Pablo puede ser calificado de impecable, pero, obviamente, surgía un problema que, en el fondo, resultaba esencial para la vida de la comunidad cristiana. Si los gentiles convertidos no iban a guardar la ley mosaica, ¿qué principios morales debían regir su vida? La respuesta de Pablo resulta de una enorme importancia al señalar que los cristianos debían vivir no como esclavos sino como hijos de Dios, no de acuerdo a rudimentos legales del pasado sino según el impulso del Espíritu Santo:
“Ya que sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre! De manera que ya no eres un esclavo, sino un hijo, y puesto que eres un hijo también eres un heredero de Dios por medio del mesías. Ciertamente, en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses, pero ahora que conoceis a Dios, o más bien, que Dios os conoce ¿cómo es posible que os volvais a los rudimentos frágiles y pobres? ¿cómo es posible que deseis volver a convertiros en esclavos ? Guardais días, meses, tiempos y años. Me temo por vosotros que haya trabajado en vano en medio vuestro” (4, 8-11)
Ciertamente, se podía alegar que los judíos - que seguían guardando la ley mosaica - eran los descendientes directos, carnales de Abraham, pero, como ya ha indicado antes Pablo, esa circunstancia es mucho menos importante que la de la promesa de Dios.
En realidad, se trataba de una especie de repetición del pasado, cuando Abraham quiso por sus propios medios forzar el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de darle un hijo y con esa finalidad mantuvo relaciones con la esclava Agar. En aquel entonces Dios insistió en que sus propósitos se cumplirían no por las obras de Abraham - en este caso, tener un hijo de Agar - sino mediante su propia promesa que cristalizó en el hijo que Sara, la esposa de Abraham, le dio.
Ahora, buena parte de los judíos pretendía obtener la salvación mediante su esfuerzo como antaño había hecho Abraham juntándose a su esclava. Sin embargo, al igual que en el pasado, el camino no vendría por el propio esfuerzo personal sino por la sumisión a la promesa de Dios. Igual que el hijo de Agar, la esclava, fue rechazado por Dios en favor de Isaac, el hijo de Sara, ahora eran hijos de Abraham no los procedentes de la carne (los judíos) sino los que se apegan a la promesa de Dios (los cristianos fueran judíos o gentiles). Éstos además se deberían caracterizar por una vivencia ética de libertad - pero no de libertinaje - que, por sus propias características, debía superar la normativa de la ley mosaica:
“Por lo tanto, permaneced firmes en la libertad con que el mesías nos liberó y no os sujeteis de nuevo al yugo de la esclavitud... del mesías os desligasteis los que os justificais por la ley, de la gracia habeis caido... porque en el mesías Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor sino la fe que actua mediante el amor... porque vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad sólo que no debeis usar la libertad como excusa para la carne, sino que debeis serviros los unos a los otros por amor ya que toda la ley se cumple en esta sola frase : Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (5, 1, 6, 13-4)
Lo que caracteriza, pues, fundamentalmente al creyente es el hecho no de que se haya visto liberado de la ley mosaica y caiga en una especie de indeterminación ética, sino, por el contrario, que ahora, como hijo de Dios y descendiente de Abraham, se somete al Espíritu Santo. Esto tiene como consecuencia su repulsa ante las obras de la carne y su caracterización por los frutos del Espíritu:
“Por lo tanto digo: Andad en el Espíritu y no satisfagais los deseos de la carne porque el deseo de la carne es contrario al Espíritu y el del Espíritu es contrario al de la carne... Sin embargo, si sois guiados por el Espíritu no os encontrais bajo la ley. Las obras de la carne son evidentes: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, disensiones, envidias, iras, contiendas, enfrentamientos, herejías, celos, homicidios, borracheras, orgías y cosas similares a éstas, sobre las que os amonesto, como ya he dicho con anterioridad, que los que las practican no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, gobierno de uno mismo. Contra estas cosas no existe ley” (5, 16-23)
Sin duda, el modelo ético de Pablo era más difícil que el de cumplir la ley en la medida en que implicaba no tanto ceñirse a un código moral como incorporar una serie de principios éticos coronados por el del amor al prójimo. Que se trataba de una concepción inspirada en la de Jesús resulta innegable, pero que de ella se derivaba una enorme dificultad práctica también resulta imposible de negar. Precisamente por ello Pablo insiste en la necesidad de someterse a esa nueva vida del Espíritu sin desanimarse por los posibles contratiempos y de comprender que lo importante en Jesús es transformarse en una nueva criatura:
“No os engañeis. De Dios nadie se burla porque todo lo que el hombre siembra, lo segará. Porque el que siembra para su carne, segará corrupción de la carne, pero el que siembra para el Espíritu, segará vida eterna del Espíritu. Por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien, porque llegado el tiempo segaremos si no hemos desfallecido... en Jesús el mesías no tienen ningun valor ni la circuncisión ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (6, 7-9, 15)
Como ya hemos indicado, las tesis de Pablo - la salvación es por la fe sin las obras de la ley, los cristianos gentiles no están sometidos a esta última, los verdaderos descendientes de Abraham son los de la fe en la promesa y entre ellos no podía existir discriminación por ser gentiles, esclavos o mujeres, y la ética debe fundamentarse no en un código sino en la guía del Espíritu Santo - no eran, en absoluto, originales.
De hecho, encontramos precedentes suyos en la enseñanza de Jesús y de los judeo-cristianos e incluso en el Antiguo Testamento. Sin embargo, su sistematización y, especialmente, la manera clara y contundente como las exponía Pablo iban a hacer fortuna, a proporcionarles una enorme difusión e incluso a provocar que - muy erróneamente - se adscribieran a él como creador.
La carta a los Gálatas iba a tener una repercusión verdaderamente extraordinaria en la Historia de las religiones y, en términos generales, de la Humanidad.
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