Hace ya algunos años que una serie de novelas de origen evangélico han llegado a las listas de los libros más vendidos en EEUU. Uno de sus autores, Tim LaHaye ha sido considerado por ello recientemente en un estudio académico como el más importante líder cristiano americano en este último cuarto de siglo, por encima incluso de Billy Graham. La serieDejados atrásse presenta como una obra sobre los últimos días de la Tierra, pero ¿qué visión del futuro nos dan las novelas de LaHaye y Jenk.
La serie
Dejados atrás, publicada en ese peculiar español de Miami que tiene la editorial
UNILIT, no ha tenido la influencia en nuestro contexto hispano que ha tenido en la sociedad norteamericana.
El fenómeno ha traspasado allí las fronteras del mundo evangélico, conectando con la mentalidad de miedo y amenaza que invade la cultura americana desde el 11 de Septiembre. Ya que este tipo de literatura tiene una visión marcadamente fatalista, que contempla el futuro desde una perspectiva degenerativa de la Historia, que a menudo se confunde con el mensaje bíblico.
Según esta teología, el mundo va ir cada vez peor, por lo que no tiene ningún sentido trabajar por ninguna transformación social, ya este planeta va abocado al desastre. Este movimiento produce lo que se ha dado en llamar una
parálisis escatológica.
Esta lectura popular evangélica de la profecía bíblica tiene sus raíces en una especulación sobre la base del sistema escatológico que conocemos desde el siglo XIX como premilenarismo dispensacionalista, pero la utilización que de esta tradición hace Tim LaHaye y Jerry Jenkins es tan imaginativa como la que Hal Lindsey hizo en los años setenta con su
Agonía del gran planeta Tierra.
No hay duda que la visión de aquel hombre que interpretaba las noticias del día en la televisión, con un puro en la mano y una Biblia en la otra, transformó la mente de personas tan diferentes como Ronald Reagan o Bob Dylan, que han seguido citando a Lindsay incluso años después del fracaso de su falsa profecía sobre la venida del
Armagedón en los años ochenta.
Pero Tim LaHaye no es Hal Lindsay, aunque algunos siguen dudando si etiquetar su obra bajo el epígrafe de
ficción, o tomarse su literatura como algo más serio.
Hace ya algunos años le preguntaron en televisión al predicador Jerry Falwell si estaba preocupado por el creciente deterioro del medio ambiente. Su respuesta fue que “no, porque Jesús viene pronto”. Esta curiosa lógica ha marcado la mentalidad evangélica norteamericana hasta este cambio de milenio, que mientras en Europa se usaba para hablar de Jesús, en EE.UU. servía para todo tipo de profecías sobre un cataclismo mundial, para el que había de guardar comida y medicinas como provisiones, pero ¡también por supuesto armas!.
CONSPIRACIÓN MUNDIAL
Para entender a este tipo de cristianismo hay que comprender, como dice Tom Sine, no lo que piensan o creen, sino de lo que tienen miedo.
Porque esta literatura lo que revela es una auténtica paranoia. Estos autores contemplan con terror cómo una siniestra élite de “humanistas liberales seculares” que LaHaye llama “el consejo de los diez” o “concilio de los sabios”, amenaza con establecer la dictadura de un gulag socialista mundial para todos “los que han quedado atrás”.
Por eso LaHaye advierte al comienzo sus libros que “la mayor parte de la gente hoy no se da cuenta lo que es realmente el humanismo y cómo está destruyendo nuestra cultura, la familia, el país, y un día todo el mundo”. Hay una agenda oculta de destrucción de los valores cristianos, que acabará con todas nuestras libertades, y ¡por supuesto nos confiscará las pistolas!.
Abundan por eso las tramas conspiratorias. Ya que “la mayor parte de los males de este mundo tienen su origen en ese humanismo que ha tomado el gobierno, las Naciones Unidas, la educación, la televisión, y la mayoría de las otras cosas que influyen en nuestra vida”, dice LaHaye. No es extraño que sintamos terror. ¿Por qué nos atrae si no, esta literatura apocalíptica?. En primer lugar, porque hay algo en el ser humano que nos hace buscar aquellas cosas que nos dan miedo. En el fondo nos fascina el horror.
Pero
en segundo lugar, también nos atraen las explicaciones simplistas del mundo. Un filósofo americano, Eric Hoffer, ha dicho que “los movimientos de masas pueden nacer y extenderse sin una idea de Dios, pero nunca sin creer en un diablo”, que ha de ser por supuesto “vivo y tangible”. Y a ese dualismo no le basta la amenaza invisible de un diablo bíblico, lo que de verdad le interesa es la realidad material del Anticristo.
Esta escatología escapista tiene muy poco que ver con la visión bíblica de un Reino triunfante, por el que Dios trae un nuevo orden a esta Tierra. El cuadro de Apocalipsis es el de un Rey victorioso, que ha ganado con su sangre el poder sobre un trono del que no piensa abdicar. Esa seguridad que da su soberanía es la que da una perspectiva de transformación a su pueblo.
Por eso como Lutero, podemos decir que aunque supiéramos que el Señor vendría mañana, hoy plantaríamos un árbol. Ya que este planeta tiene un glorioso futuro. Esa es nuestra esperanza cristiana. Vemos un cielo nuevo y una tierra nueva. Ahora tenemos hambre y sed de justicia, pero luchamos por ella, mientras esperamos su Reino de paz el día que el Señor vuelva.
Si quieres comentar o