No es original, por lo tanto, aunque sí extraordinariamente bien expuesta. Dios – que no puede ser justo y, a la vez, declarar justo a alguien que es pecador e injusto – ha enviado a alguien para morir en expiación por las faltas del género humano. Esa obra llevada a cabo por el mesías Jesús no puede ser ni pagada ni adquirida ni merecida. Tan sólo cabe aceptarla a través de la fe o rechazarla.
Aquellos que la aceptan a través de la fe son aquellos a los que Dios declara justos, a los que justifica, no porque sean buenos sino porque han aceptado la expiación que Jesús llevó a cabo en la cruz. De esa manera, Dios puede ser justo y, al mismo tiempo, justificar al que no lo es. De esa manera también queda claro que la salvación es un regalo de Dios, un resultado de su gracia y no de las obras o del esfuerzo humano:
21 Pero ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada por la ley y por los profetas, 22 la justicia de Dios por la fe en Jesús el mesías, para todos los que creen en él: porque no hay diferencia; 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia a través de la redención que hay en el mesías Jesús; 25 al cual Dios ha colocado como propiciación a través de la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, pasando por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la finalidad de manifestar su justicia en este tiempo, para ser justo, y, a la vez, el que justifica al que tiene fe en Jesús. 27 ¿Dónde queda, por lo tanto, el orgullo? Se ve excluido. ¿Por qué ley? ¿por las obras? No, sino por la de la fe. 28 Así que llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. (Romanos 3, 21-28)
El argumento de Pablo no resulta novedoso y, en realidad, ya lo vimos expuesto al examinar la carta a los gálatas. Sin embargo, es obvio que en la dirigida a los romanos lo desarrolla, lo argumenta, lo fortalece todavía más.
En realidad, da la sensación de que dialoga con un adversario invisible que le plantea distintas objeciones a las que responde de manera sólida. Por ejemplo, se puede plantear si todo lo que Pablo sostiene no choca con las Escrituras del Antiguo Testamento en las que la Torah tiene un papel central. La respuesta de Dios es que precisamente en la propia Torah ya se enseña que la salvación no es por obras, sino por gracia, a través de la fe. El caso de Abraham, el padre de los creyentes, o el del rey David son una buena muestra de ello:
1 ¿QUÉ, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? 2 Por que si Abraham fue justificado por la obras, tiene de qué gloriarse; aunque no para con Dios, 3 pero ¿qué dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios, y le fue computado como justicia. 4 Sin embargo al que hace obras, no se le cuenta el salario como gracia, sino como una deuda. 5 pero al que no realiza obras, sino que cree en aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. 6 También David dice que es bienaventurado el hombre al que Dios atribuye justicia sin obras, 7al afirmar: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el hombre al que el Señor no imputó pecado. 9 ¿Esta bienaventuranza es en la circuncisión o también en la incircuncisión? porque decimos que a Abraham fué contada la fe por justicia. 10 ¿Cómo pues le fue contada? ¿en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. 11 Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia por la fe que tuvo en la incircuncisión: para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, para que también a ellos les sea contado por justicia; 12 Y padre de la circuncisión, no sólamente para los que son de la circuncisión, sino también para los que siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. 13 Porque la promesa no le fue dada a Abraham por la ley ni tampoco a su descendencia, que sería heredero del mundo, sino que le fue dada por la justicia de la fe... 16 Por tanto es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme para toda descendencia, no sólamente para el que es de la ley, sino también para el que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros. (Romanos 4, 1-16)
Precisamente, el inicio del capítulo 5 constituye un resumen de de toda la exposición del camino de salvación expuesto por Pablo:
1 JUSTIFICADOS, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesús el mesías: 2 por el cual también tenemos entrada mediante la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. (Romanos 5, 1-2)
Pero para Pablo no basta con señalar la fe como la vía por la que el hombre al final recibe la salvación de Dios, por la que es declarado justo por Dios, por la que es justificado. Además quiere dejar claramente de manifiesto que el origen de esa circunstancia es el amor de Dios, un amor que no merece el género humano porque fue derramado sobre él cuando estaba caracterizado por la enemistad con Dios:
5 Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. 6 Porque el mesías, cuando aún éramos débiles, a su tiempo, murió por los impíos. 7 Es cierto que ya es raro que alguien muera por una persona que sea justa. Sin embargo, es posible que alguien se atreva a morir por alguien bueno. 8 pero Dios deja de manifiesto su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, el mesías murió por nosotros. 9 Por lo tanto, justificados ahora en su sangre, con mucha más razón seremos salvados por él de la ira. 10 porque si cuando eramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora que ya estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. (Romanos 5, 5-10)
Sobre ese conjunto de circunstancias claramente establecido por Pablo – el que Dios nos ha amado sin motivo, el que ha enviado a su Hijo a morir por el género humano y el que la salvación es un regalo divino que se recibe no por méritos propios sino a través de la fe – viene a sustentarse el modelo ético del cristianismo al que se referirá a continuación.
Se trata, por lo tanto, de una peculiar ética porque no arranca del deseo de garantizar o adquirir la salvación, sino de la gratitud que brota de haber recibido ya esa salvación de manera inmerecida. Para Pablo (vid: Efesios 2, 8-10), las buenas obras no se realizan para obtener la salvación, sino, precisamente, porque ya se ha obtenido en virtud del amor de Dios manifestado en la cruz.
La próxima semana veremos en el siguiente artículo de esta serie “El mensaje del Evangelio: la nueva vida”
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