Soy bastante escéptico con la profusión de traducciones de los textos bíblicos. Lo soy, en parte, porque habitualmente para el estudio utilizo los textos en hebreo y griego; lo soy porque no pocas de las nuevas versiones no son sino operaciones comerciales de dudosa solvencia científica y lo soy porque no suelo ver mejoras sobre las versiones ya existentes que justifiquen la inversión, la publicidad y el esfuerzo de esas nuevas “biblias”.
Sin embargo, el juicio no puede ser igual en todos los casos y
el texto del que ahora me voy a ocupar constituye uno de los episodios más bochornosos de alteración y adulteración de la Palabra de Dios con que me he encontrado a lo largo de tres décadas. El texto –que pretende presentarse como una traducción veraz que parte de fuentes hebraicas– es aún peor si cabe que la traducción del Nuevo Mundo difundida por la secta de los Testigos de Jehová.
Lo es por varias razones que voy a intentar ir desgranando brevemente en sucesivas entregas. La primera es porque el Cristo que presenta no es el de la Biblia sino otro “cristo” desprovisto de su Deidad y reducido a simple rabino ben Josef o hijo de José; la segunda porque el Evangelio que encontramos en sus páginas no es el Evangelio de la gracia de Dios que aparece en la Biblia sino otro Evangelio muy diferente de salvación por obras; la tercera porque la esperanza cristiana es sustituida por el punto de vista psicopaniquista del adventismo divulgado posteriormente por los Testigos de Jehová entre otras sectas y la cuarta, porque, para remate, todos los supuestos argumentos en favor de la traducción esgrimidos por el autor son una absoluta falsedad cubierta de ignorancia verborreica.
EL CRISTO DEL “CÓDIGO REAL” NO ES EL CRISTO DE LA BIBLIA
El apóstol Juan inicia su Evangelio con una identificación clara acerca del Jesús que se hizo carne y habitó entre nosotros. Era la Palabra (o el Verbo o el Logos) que era Dios (Juan 1, 1). Esa afirmación de la plena deidad de Cristo es sustituida en el Código real por una afirmación delirante sin base en un solo manuscrito del Nuevo Testamento:
“Desde un principio era dabar de Elohim y aquel dabar estaba siempre ante Elohim y el dabar que ya existía era la expresión misma de Elohim”.
Ni siquiera los testigos de Jehová se han atrevido a tanto. Cristo, la Palabra, no sólo no era Dios sino simplemente una expresión de Dios.
Por supuesto, semejante disparate plantea problemas muy serios como, por ejemplo, el hecho de que Tomás llama a Cristo
“Mi Señor y mi Dios” (Juan 20, 28). Sin embargo, ahí el Código real ha ido aún más lejos que la Versión de los TJ y “traduce”:
“Respondió Tomah: “Mi Adón y mi Juez”.
De nuevo, no existe un solo texto del NT que justifique esa traducción, pero eso al autor del Código real no le importa lo más mínimo conseguido el objetivo de privar a Cristo de su divinidad. Semejante comportamiento se repite – no podemos citar todos los casos – en otros textos.
Por ejemplo, Hebreos 1, 8, donde se llama Dios al Hijo, afirma el Código real:
“Pero del Hijo dice: “Tu trono divino...”
Tito 2, 13 donde se nos habla de “nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”, aparece en el Código real:
“de nuestro gran Di-os y de nuestro libertador, Yeshua el Mashiaj”
o 2 Pedro 1, 1 donde se hace una clara referencia a
“por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” es vertido en el Código real como:
“a los que por la justicia de nuestro Di-os a través de nuestro libertador, Yeshua el Mashiaj”.
Seguramente, a nadie le sorprenderá a estas alturas saber que Cristo NO es adorado en el Código real sino que “
le rindieron honores reales” (Mateo 28, 17) o, simplemente, le sirven (Hebreos 1, 6).
Deseo insistir en ello. No soy exhaustivo en la exposición. Por el contrario, me limito a dar algunos botones de muestra porque no hay texto sobre la divinidad de Cristo que no haya sido identificado y pervertido por la Versión llamada el Código real. Cristo es llamado una y otra vez “el Rábi” (sic) o ben Yosef. El primer tratamiento apenas tiene repercusión en las Escrituras y, desde luego, es mucho menos importante que títulos como los de Señor, mesías, Hijo de Dios o Dios; el segundo, de manera significativa, sólo fue usado por incrédulos, pero nunca por los creyentes.
Con todo, si deplorable es su “cristo”, no menos degenerado es su “evangelio” como tendremos ocasión de ver en la siguiente entrega.
Continuará
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