En diversas entregas, quisiera, por lo tanto, referirme a la actitud que, a mi juicio, deberíamos mantener como creyentes en Jesús hacia el tema del terrorismo en las dos caras – desiguales sin duda – que son los victimarios y las víctimas, los asesinos y los asesinados.
I. LAS VÍCTIMAS: LA JUSTICIA
El acercamiento a las víctimas del terrorismo debe girar sobre varios ejes que aparecen expresados con enorme claridad en la Biblia. El primero de esos ejes es la justicia.
No deja de ser significativo que entre los mandamientos que Dios le dio a Noé tras el Diluvio (Génesis 9, 1 ss) y que según las Escrituras deben regir las relaciones entre todos los seres humanos independientemente de su credo, lengua o nación se encuentren dos relacionados con nuestro tema. El primero es el que establece la creación de tribunales de justicia y el segundo, el que informa de la santidad de la vida. Como dice la Biblia:
“de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derrame sangre de hombre, por el hombre será su sangre derramada porque a imagen de Dios fue el hombre creado” (Génesis 9, 5-6). El texto difícilmente puede ser más claro.
La vida humana es sagrada precisamente porque cada ser humano ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios. Por ello, Dios espera de cualquier cultura, civilización y sociedad que no deje impune a aquellos que derramaron la sangre de un semejante.
La ley de Moisés – la Torah – mantiene precisamente este mismo enfoque y no deja de ser significativo, al respecto, que considere que la santidad de la vida humana exige que el que la quitó pague con la suya, salvo en los casos en que lo hizo de manera accidental. Sin embargo, incluso en esos casos, seguía enfatizándose la importancia de la vida humana y el homicida debía escapar a las ciudades de refugio (Deuteronomio 19, 1-14). En Éxodo 23, 7, se nos dice taxativamente que Dios no justificará al impío que prive de su vida al inocente y en Deuteronomio 19, 13 se insiste en que “no compadecerás” al que ha privado de su vida al prójimo y añade a esa conducta la promesa de que a los que castigan al que ha actuado de esa manera les “irá bien”.
Por supuesto, se puede argumentar – y el argumento es sólido – que los cristianos no se hallan bajo la Torah. No es menos cierto, sin embargo, que todo lo contenido en ella aparece para nuestra enseñanza (I Corintios 10, 11) y que no podemos despreciar principios claramente trazados en la Palabra de Dios. A decir verdad,
esos mismos principios aparecen en el Nuevo Testamento. No deja de ser iluminador, por ejemplo, que Jesús no discutiera la justicia de la ejecución de los dos ladrones crucificados a su lado – uno de ellos era más que consciente de que se merecía ese final (Lucas 23, 39-41), pero sobre el tema de los malhechores volveremos más adelante. De la misma manera, es enormemente relevante que cuando Pablo se refiere a las finalidades del poder político (Romanos 13, 1 ss) indique que entre ellas está la de llevar la espada – un término bien gráfico – como
“servidor de Dios, vengador para castigar al que practica el mal” (Romanos 13, 4). De forma transparente, el apóstol – que, de manera bien significativa, nunca predicó la sublevación armada contra el imperio romano – enseña que los magistrados deben
“infundir miedo... al que hace el mal” (Romanos 13, 3) y
“castigar al que practica lo malo” (Romanos 13, 4). Posiblemente, para ciertas corrientes ideológicas el planteamiento – inspirado por el Espíritu Santo – del apóstol pueda parecer ramplón, pero, difícilmente, puede ser más claro. Del magistrado, de las autoridades políticas se espera que infundan temor a los malhechores y que los castiguen. Ésa es no sólo su razón de ser sino además la causa fundamental por la que los cristianos nos sometemos a las autoridades y pagamos impuestos (Romanos 13, 6).
La primera actitud que deberíamos mantener, pues, frente al fenómeno del terrorismo es una sincera sed de justicia – no de venganza - que, siguiendo los principios establecidos por Dios, señala que la vida es un bien sagrado, y que espera que las autoridades judiciales y políticas intimiden a los criminales y los castiguen ya que no debe escapar a su castigo quien privó de ella a una criatura creada a imagen y semejanza del Creador. No otra cosa piden la aplastante mayoría de las víctimas del terrorismo.
Pasemos al segundo eje de nuestra conducta hacia ellas. Esto será en el próximo artículo.
(Continuará)
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