En
Un hombre sin pasado vemos al hombre desnudo. La mirada quieta y fraternal de Kaurismäki nos muestra cómo el Ejército de Salvación se adentra en los territorios que forman las cunetas y vertederos del primer mundo. Allí donde son arrojados como basura los indigentes y desheredados de la tierra, que han sido expulsados de la sociedad y de la historia.
Esta radiografía de la marginalidad nos revela cómo hay muchos europeos que siguen sobreviviendo gracias a la sopa caliente del Ejército de Salvación, incluso en medio de la sociedad del bienestar escandinavo. Gente que malvive a orillas de un puerto industrial, refugiada en barracones, tal y como nos enseñó en
Nubes pasajeras (1996), la primera entrega de esta trilogía sobre los olvidados del sistema, que cierra
Luces al atardecer (2006).
Esta es la historia de un desconocido que se baja del tren en Helsinki con una maleta como único equipaje. Al pasar la noche en un banco de un parque, es asaltado por unos jóvenes salvajes, que le golpean implacablemente, y cruelmente le despojan de todo lo que tiene, incluida su memoria.
A la mañana siguiente parece morir anónimamente en un hospital de la ciudad, pero se despierta más tarde, como en un sueño, a la orilla de un arroyo donde juegan unos niños. Junto a sus padres intenta encontrar refugio, en una amnesia total, hasta ser atendido por una mujer del Ejército de Salvación, Irma, que despierta su ternura. M no recuerda su nombre, pero sí que ha sido soldador y aficionado al rock, por lo que convierte la banda del Ejército de Salvación en un conjunto actual, aún conservando el espíritu piadoso de sus letras.
NAUFRAGOS EN LA MISERIA
Aki Kaurismäki (Suomi, 1954) había hecho ya antes otra trilogía entre 1986 y 1990, sobre el mundo proletario de la Finlandia contemporánea, con títulos como
Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de cerillas. Son relatos lacónicos que nos muestran los desamparados de una sociedad, en la que sobreviven como náufragos toda una serie de perdedores, en el anonimato de la marginalidad. Su melancolía no cae sin embargo en una poética de la miseria, sino que presenta una entrañable humanidad que va más allá de la inquietud solidaria. El autor hace así fábulas morales, esencializadas y minimalistas, que a pesar de su depurada economía de sentimientos, nos asustan con la abominable negrura de una vida sin sentido.
La pureza e ingenuidad de esta obra traza una historia sencilla, como un dibujo a lápiz. Pero su mensaje es tan directo y eficaz, que apenas necesita palabras para comunicarlo al espectador. Esta es una “inmensa pequeña película”, como dijo Ángel Fernández Santos en El País, “el relato de la insólita aventura de un cadáver vivo”. Es toda una metáfora que pone en evidencia una sociedad hueca y desalmada. Este hombre invisible intenta reencontrarse a sí mismo en un universo legislado y gobernado por hombres vivos, pero que están completamente muertos. Jesús describe así también el estado espiritual del hombre natural, vivo físicamente, pero muerto espiritualmente. Es por eso que nuestra única esperanza es un nuevo nacimiento (
Juan 3).
¿SE OCUPA DIOS DE NOSOTROS?
En Un hombre sin pasado un personaje dice que Dios sólo se ocupa del cielo, ya que “a nosotros no nos hace caso”. Esa desesperanza llevó al director a decir en San Sebastián que “no hay ninguna razón para vivir”. Es aterrador leer las palabras de Kaurismäki que cuentan como su abuelo se suicidó, y cómo añade con frialdad: “y yo también me mataré algún día”, dice mientras prepara otra película sobre la soledad de esa vida terrible y espantosa, que contempla su cine.
Y
es cierto que sin Dios no podemos escapar de este universo injusto y egoísta. Pero en Cristo hay poder para liberarnos de esa alienación y frustración. Jesús ha venido “para que tengamos vida” (
Juan. 10:10), y por su resurrección podemos renacer a “una esperanza viva” (
1 Pedro 1:3).
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