La acción comienza un caluroso día de 1935 en una mansión victoriana de Surrey, donde vive Cecilia, la bella hija mayor de una acaudalada familia llamada Tallis. El personaje que interpreta Knightley, tiene una fantasiosa hermana de trece años, Briony, que empieza a escribir obras de teatro. Las dos tienen un ama de llaves, Brenda Blethyn, cuyo hijo Robbie, acaba de volver de la Universidad de Cambridge, donde estudia gracias al dinero de los Tallis. No tarda en surgir la chispa amorosa, que despierta los celos de su imaginativa hermana, con una falsa acusación que acabará con su relación, teniendo que partir el joven al frente…
La historia continúa cinco años después en la guerra, donde Briony está trabajando como enfermera, buscando redención. Se convertirá luego en una escritora famosa, que interpreta al final Vanessa Redgrave. Las tres épocas de la película se diferencian por la luz, los colores y una textura de imagen, que se hace cada vez más sombría. El relato tiene así el tono de una novela, obra de un autor que es conocido en el Reino Unido como
El Macabro, por lo morboso de sus argumentos, que discurren a menudo entre la perversión y la disfuncionalidad. Cinco de sus diez novelas, han sido llevadas ya al cine. Ésta es para muchos su obra maestra...
VIVIENDO UNA MENTIRA
Como en todas las obras de McEwan hay un profundo examen de la vida interior de los personajes. Uno entiende la angustia y el tormento que sufren, mental y emocionalmente. El tema del libro y la película gira en torno a una mentira y sus terribles consecuencias. Es cierto que todo nace en el fondo de un mal entendido,
pero se trata claramente de un falso testimonio, cuyos resultados son irreparables. Las preguntas son inevitables: ¿Qué podemos hacer cuando mentimos?, ¿cómo podemos vivir, después de hacer daño a los que queremos?, ¿negando nuestra responsabilidad?, ¿sintiendo un remordimiento, que nos paraliza?, ¿cómo enfrentarse al caos, que hemos producido?, ¿qué podemos hacer, cuando la muerte de una persona a la que hemos hecho daño, impide toda reconciliación?
Este relato trata sobre el poder y el peligro de la imaginación. Nuestra mente nos permite tomar decisiones, actuar y funcionar en la vida, pero caminamos también al borde de un precipicio, que distingue la realidad de la fantasía. Tratamos con la personas, no en base a lo que ellas son realmente, sino a lo que pensamos que son, harán y dirán, de acuerdo a nuestra imaginación. Podemos asistir a un acontecimiento, pero no sabemos con seguridad las intenciones de las personas relacionadas con ese suceso. A menudo acertamos y nos parece que no estamos desencaminados, porque nos ponemos en el lugar de las personas afectadas, o tenemos alguna experiencia previa de ellas. Aunque la verdad es que nos falta el discernimiento para comprender que hay detrás de las acciones y palabras que encontramos…
Expiación tiene una sorpresa final, que no puedo aquí desvelar, pero da un sentido diferente a la historia. No es una conclusión liberadora, ya que nos deja con el mal sabor de boca de un amor frustrado, una mentira oculta y una justicia insatisfecha, pero nos abre los ojos a una realidad de la que a menudo queremos escapar. El personaje de la novelista Briony intenta expiar su culpa, pero la felicidad en la ficción no puede evitar el mal que hacemos en nuestra vida. No hay paz, ni salvación posible en la imaginación de nuestra mente.
¿SIN REDENCIÓN POSIBLE?
¿Cómo podemos enfrentarnos entonces a las consecuencias de nuestras mentiras y pecados? Para esto McEwan no tiene respuesta. A pesar de la nobleza de Briony, su prolongada penitencia y vida de autoflagelación, cargando con una culpa amarga, todo es al final inútil. No hay Dios, ni perdón, que limite las consecuencias de nuestro pecado, cambie las cosas y rompa el poder corrosivo de la
culpa que nos ahoga. Esta expiación atea nos deja sin ningún consuelo o redención posible. No hay esperanza en la visión nihilista del mundo de McEwan.
“¿Cómo puede un novelista conseguir la expiación, cuando con su poder absoluto de decidir el futuro, es también Dios?”, se pregunta Briony. “No hay nadie, ninguna entidad, ni forma superior, a la que dirigirse, o con la que reconciliarse, que pueda perdonarla… No hay nada fuera de ella… Sólo el intento…” ¿No es esta también nuestra tragedia?
Al alejarnos de Aquel que puede expiar nuestro pecado, tomamos el papel de Dios y escribimos nuestra propia historia, pero al crear nuestra propia realidad, no hay expiación posible. No hay confesión, ni sacrificio, que pueda lavar y limpiar nuestra conciencia. Sólo queda el intento, un intento inútil, si no nos volvemos a Aquel, que ha
“puesto su vida en expiación por el pecado” (
Isaías 53:10). Ya que no hay redención posible fuera de la Cruz. Por eso los cristianos debiéramos llorar al ver
Expiación, no por el amor perdido, sino por la triste condición del hombre sin Dios…
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