“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado […] Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza? La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello?” (1 Corintios 11, 5-5 y 13-14).
LA MUJER HA DE ORAR CON LA CABEZA CUBIERTA
Respecto a la expresión: “La naturaleza misma ¿no os enseña…?”, el término griego usado aquí para “
naturaleza” es
physis, el mismo vocablo que designa
costumbres, hábitos sociales, tradición o
decoro. La evidencia de que en este caso la acepción más idónea es “
costumbre” nos la ofrece el propio contexto, pues resulta obvio que
sólo por una cuestión cultural –y no gracias a una supuesta y extraña revelación de la naturaleza– se puede afirmar que dejarse el cabello largo es moralmente deshonroso. De hecho, la palabra
physis es la que usa Pablo para referirse a la práctica de la circuncisión (Romanos 2, 27). Es evidente que en este caso tampoco
podemos interpretar que “por enseñanza de la naturaleza” los judíos debían circuncidarse. Si no fuera así, entonces no sólo la circuncisión debería aplicarse a los judíos, sino que deberíamos tomarla como una práctica obligatoria para todos los hombres de cualquier tiempo y lugar, planteamiento que no concuerda con la revelación neotestamentaria.
MÁS SOBRE EL CUBRIRSE LA CABEZA
La costumbre del velo como prenda cubridora de la cabeza femenina no sólo se desarrolló en el Imperio romano. También griegas, egipcias o babilónicas lo usaron. Llegado este punto, es necesario mencionar que
en el Antiguo Testamento no se alude a esta práctica como un mandato impuesto por Yavé. Es más,
en una de las escasas apariciones bíblicas de la cuestión del velo comprobamos cómo en otro tiempo era un distintivo, no de virtud, sino del ejercicio de la prostitución: “Entonces se quitó ella los vestidos de su viudez, y se cubrió con un velo, y se arrebozó […], y la vio Judá, y la tuvo por ramera, porque ella había cubierto su rostro” (Génesis 38, 14-15). ¡Cómo cambian las costumbres sociales del decoro y el significado de éstas!
Posteriormente, en el ámbito grecorromano, el velo y el cabello largo pasarían a convertirse en distintivos de formalidad y del saber estar femenino. El giro de los cánones del decoro fue tal que incluso a algunas prostitutas y adúlteras se las identificaría como tales cortándoles el pelo como modo de exhibición pública de su vergüenza. Como ilustración para el siglo XXI podríamos afirmar que el hecho de ir en contra de estas actitudes de formalidad del primer siglo equivaldría hoy a que (exagerando un poco), durante el tórrido verano español, a una mujer cristiana se le ocurriese entrar al local de una iglesia mediterránea
vestida solamente
con el
bikini o en
top less. Es más que probable que tal actitud estuviese considerada como poco apropiada por muchos de los allí presentes, a pesar de que la Biblia no afirme en ningún sitio que llevar
bikini sea pecado. Pues algo así es lo que trata de solventar Pablo con el asunto del velo y la percepción social más ortodoxa –que no bíblica– de la Roma del siglo I.
Lo más probable es que el mensaje liberador del Evangelio llevase a algunas de las primeras cristianas a promover una especie de
contrarreacción que, como casi todas las contrarreacciones de la historia, pudo constituirse en una actitud descompensada y avasallante contra los enormes abusos y discriminaciones recibidos.
Esta libertad y autoestima reforzada en Cristo seguramente provocó una rebeldía que se canalizaría en la ruptura de muchos de los formalismos clásicos que distinguían a las mujeres sumisas y formales, según los cánones culturales de entonces. Sin embargo, es fácil comprender que esta actitud de algunas cristianas no fuese bien entendida del todo por cada uno de quienes se iban incorporando a la recién nacida Iglesia de Cristo. Por esta razón, Pablo opta por llamar a la concordia y el talante entre creyentes de diferentes trasfondos advirtiéndoles de
“que esta libertad vuestra no venga a ser tropiezo para los débiles” (1 Corintios 8, 9), motivo por el que el apóstol alude a la conveniencia del decoro en pos de evitar escándalos y fútiles enfrentamientos.
Fijémonos, además, en que en 1ª de Corintios 11 se afirma que la mujer “
trae vergüenza sobre sí” si no se cubre la cabeza. Por otro lado, también se advierte de que es el hombre quien traerá vergüenza si éste se la cubre.
¿Pensamos entonces que un varón ofende a Dios si se coloca una gorra o se pone un sombrero? ¿Corresponde esta consideración de vergüenza o conflicto a un criterio moral permanente y universal? Parece evidente que no es así. Y es que
considerar lo que es decoro o lo que no lo es a menudo tiene más que ver –como es este caso– con las convenciones humanas y particularidades históricas. Una vez superada esta innecesaria polémica de género, de estos textos podemos saborear innumerables enseñanzas, como son el respeto por los más débiles, la consideración hacia los demás o el amor del esposo a la esposa como a uno mismo, entre otras lecciones cristianas que nada tienen que ver con la misoginia, sino más bien con la dignidad de una mujer que también es imagen y semejanza del Dios creador.
En la próxima entrega abordaremos someramente el controvertido mandato de Pablo a la iglesia de Corintio para que las casadas callen durante las reuniones.
Continuará
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