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Apóstoles varones, Pablo y la mujer

La historia contra las mujeres (III)

Aunque en el currículo de la humanidad destaca el sempiterno reinado de misoginia, en esta serie de artículos venimos abordando la vuelta a la tortilla del asunto que supone el mensaje de Cristo, su persona y, por ende, el Evangelio. Situar la visión de lo femenino de aquellas sociedades antiguas en contraposición con lo que se recoge en la Escritura demuestra el avance sin parangón de la fe cristiana en lo que a
DLIRIOS AUTOR Luis Marián 23 DE NOVIEMBRE DE 2006 23:00 h

En el capítulo anterior esbozamos algunos argumentos que explican cómo las palabras de Jesús fueron una semilla entregada para que los cristianos de todos los tiempos la desarrollasen con responsabilidad y constancia. En esta nueva entrega destacaremos algún otro aspecto sobre la actitud de Cristo además de adentrarnos en las tan traídas y llevadas cartas del apóstol Pablo, en ocasiones tildadas de misóginas desde un análisis exiguo en cuanto a profundidad y contextualización se refiere.

¿POR QUÉ LOS APÓSTOLES FUERON TODOS HOMBRES?
Hay quienes se oponen al liderazgo o pastorado de la mujer en la iglesia aludiendo al hecho de que Jesús llamó a doce varones como los primeros apóstoles. Sin embargo, considerar este rasgo común entre los doce como un principio divino a reproducir por los creyentes de todos los tiempos no se plantea como un imperativo dado por Dios, además, siguiendo con el silogismo, ¿por qué reducir las exigencias al género? Pues también Jesús escogería a doce judíos cuando también pudo haber llamado a algún gentil. Sin embargo, quienes esbozan este patrón cultural como argumento, no suelen restringir la labor pastoral o apostólica a personas de habla aramea, judíos y varones. Recordemos que, tal y como explicamos en el anterior artículo, Jesús no confrontó todos los prejuicios habidos y por haber en su tiempo. Y si bien informó a sus seguidores de que aún existían muchas otras lecciones que enseñarles, también les advertiría de que aún no estaban preparados para asumirlas todas.

Sin duda, la elección de los doce es una de las decisiones más trascendentales de la historia de la humanidad, pues sería este grupo el que se levantaría como plataforma mundial para la predicación del Evangelio a toda criatura. A estas alturas, no haría falta siquiera explicar el por qué en aquel entorno social no se hubiera prestado demasiada atención a un urgente y radical mensaje salvífico anunciado por mujeres, pues con ellas siquiera se debía intercambiar palabra alguna (Juan 4, 27). Haber dispuesto de mujeres como mensajeras principales del Reino de Dios no habría sido la mejor idea. Y esto no sería por culpa de ellas ni por causa una supuesta incapacidad natural, sino debido a la tozudez y prejuicios de la mentalidad general de su tiempo, además de la falta de acceso a una educación reglada para ellas. Aún así, es interesante, además de sorprendente, destacar el dato de que la mayoría de eruditos bíblicos concluyen que al menos hubo una mujer, Junias (Romanos 16, 7), entre los primeros apóstoles que aparecen en la Biblia.

LAS CARTAS DE PABLO Y LA MUJER
“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5, 21-32; 6.1-9)

La mujer, los hijos y los esclavos estaban sometidos al pater familiar, considerado como dueño de éstos en un ambiente cotidiano en el que no resulta infrecuente que el padre arroja a las niñas recién nacidas como comida para sus bestias delante de cualquier paseante. Y es en este mundo en el que Pablo insta al marido para que ame a la mujer como a su propio cuerpo, exigiéndole una actitud que, a buen seguro, estaría mal vista por muchos. En contra de los comentarios que hoy se pronuncian contra la supuesta misoginia de Pablo, aquí no es la mujer quien sale mal parada al verse obligada a sujetarse al marido, pues éste también debe hacer lo mismo con su esposa en una relación afectuosa y responsable que las Escrituras denominan sumisión mutua. Sin duda, estos versículos suponían un mal trago para muchos hombres, no siendo difícil imaginar la mofa a la que se verían sometidos los varones cristianos con vituperios del tipo a nuestros: “¡Calzonazos! ¡Que tu mujer te tiene dominado!” y otras lindezas semejantes, pues entre otras consideraciones que el hombre debía tener en cuenta, tampoco tiene el marido dominio sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Corintios 7, 4).

Como ya vimos en el primer artículo de esta serie, desde el principio Dios dispuso que la mujer no fuese tratada como mera propiedad del hombre sino como compañera a quien darse. En esta línea, Pablo instruye acerca del amor abnegado mostrado por Jesús a la humanidad como modelo de referencia de la actitud del hombre hacia su esposa. Tal y como sucedió con Cristo, el apóstol tampoco confrontaría plena y directamente el desprecio social de la mujer o la institución de la esclavitud, aunque sí comenzaría a abrir una de las más anchas sendas de la historia de la libertad al colocar a los esclavos al mismo nivel de dignidad que los amos en Cristo, pues “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28). Es probable que este versículo fuese escrito también como respuesta a la oración que recitaban los judíos piadosos cada mañana y que dice así: “Bienaventurado aquel que no me creó gentil. Bienaventurado aquel que no me creó mujer. Bienaventurado aquel que no me creó hombre ignorante o esclavo”. En no pocos casos, éstas eran las primeras palabras que una esposa escuchaba al despertarse cada día. No hay palabras para describir lo que la mujer cristiana pudo sentir al escuchar las ungidas palabras de Pablo.

LA CABEZA DE LA MUJER
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11, 3)

La palabra griega utilizada para cabeza es kephale. Tan sólo un porcentaje residual de las Escrituras suele verter esta palabra como líder o dirigente. En la mayoría de los casos, kephale es traducida como cabeza física, como fuente u origen. Los dos conceptos más comunes de kephale (cabeza física u origen/fuente) coinciden con acepciones de la palabra cabeza en castellano. A la luz de otros escritos de Pablo o del relato de Adán y Eva, bien podemos decantarnos por la apelación a la cabeza como origen y nunca como alusión a alguien limitado en sus funciones o capacidades, sobre todo a sabiendas de que el mismo Jesucristo –El Principio y el Fin- (y quien tiene al Padre como su cabeza), no posee ningún papel con autoridad limitada en categorización alguna. En este sentido, afirmar que Dios es cabeza de Cristo no rebaja a Jesús de su estatus de máxima soberanía, capacidad y poder. Del mismo modo, apelar al varón como cabeza de la mujer no puede considerarse como un argumento para restringir los frutos de los talentos que Dios ha dado a cada mujer en particular.

En la próxima entrega desarrollaremos esta cuestión de Pablo y el atavío de las mujeres desarrollado por el apóstol en el capítulo 11 de la primera epístola a los corintios.

Continuará


Artículos anteriores de esta serie:
1Eva: señorear «con» Adán
2Jesús, las mujeres y la bombilla
 

 


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