El pasmoso fracaso del sistema educativo de un país del primer mundo como es España es una de las mayores tragedias autóctonas de una nación que no sólo es puntera en el ámbito de los deportes de motor y en algunos otros en los que se requieren pelotas. Hay más. También somos el gran referente mundial en asuntos más vitales, a la vez que vergonzosos, como son la dificultad de acceso a la vivienda, el continuo auge del consumo de drogas, la corrupción urbanística, la escasez de facilidades para la conciliación familiar y laboral, la alta temporalidad del empleo, el mencionado fracaso escolar, etc. En fin,
asuntos varios en los que destacamos con claridad por encima de los demás países europeos, problemas en los que, si hubiera una Champions League, también seríamos campeones. Alguno pensará que exagero, pero los datos están ahí, a pesar de que el titular del periódico esté habitualmente usurpado por el cruce de insultos y acusaciones de nuestros gobernantes o sobre las discusiones acerca de lo que un día fuimos.
Comprobar que a los ricos que delinquen se les hace enormemente fácil evadir la cárcel no ayuda a que los ciudadanos de a pie nos sintamos confiados en nuestras autoridades y en el sistema penal. Más bien, como en ocasiones se dice, se puede concluir que el pesimista es sólo un optimista bien informado. Y si esto ocurre en un país
avanzado como el nuestro, es fácil comprender lo supone vivir en un país pobre y más corrupto, situación que explica las avalanchas de inmigrantes que a diario se juegan la vida para salir de rincones abandonados sin esperanza.
De algún modo, se asume el humanismo como el remedio menos malo para avanzar como sociedad, aún a sabiendas de que el hombre es siempre fallón, pero
la Palabra de Dios revela que el humanismo sin Dios es deshumanización. Y en el fondo, quien más y quien menos, sabe que el ser humano como medida de todas las cosas no es el planteamiento definitivo que colma el corazón ni el que otorga trascendencia al individuo, razón por la que la voz del dador de la vida se nos hace imprescindible, no viniendo nunca para imponerse ni como un anacronismo irrelevante o irracional, sino como ungüento sanador de las deformidades del sentido y de la razón que un día nos fueron dados. Por tanto, la bajeza del ser humano no debe ser motivo de parálisis e indiferencia, sino asunción de la realidad, siendo esta situación un perenne reto incendiario para quienes libremente decimos ser adoptados como hijos de Dios.
No es raro que las personas más
curtidas hayan dejado sus ideales de juventud para afirmar en su resabiada madurez que, en la vida, “
nadie da duros a pesetas”, y es
el mismo Jesús quien nos advierte de esta tendencia natural a la resignación y a la falta de confianza en el ser humano, pues “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24, 12). Pero las palabras del Maestro en esta cita continúan afirmando que, a pesar de todo, “el que persevere hasta el final será salvo”.
Mientras en países sin libertad religiosa y con porcentajes de población evangélica superiores al 10% vemos que la persecución de los creyentes no ahoga la pasión de éstos para compartir la salvación de Cristo, por otro lado comprobamos que en un país con libertad de predicación y de culto como es España, y con un porcentaje de protestantes españoles del 0,5% (según datos del CIS en 2005), vemos que existen cristianos evangélicos que no viven excesivamente preocupados por contagiar a otros de la locura del Evangelio. ¿Creen acaso que la Palabra de Dios ya no tiene nada que decir?
Ser tan pocos en un país con tantas posibilidades para compartir de Dios, ¿no debería ser un motivo de ilusión, trabajo, fuerza, oración y de un deseo de relacionarnos más y mejor con el prójimo?
¿Es acaso la resignación ante la patente increencia que nos rodea la salida que Dios da? No creo que la gente que vive en España (sean de la nacionalidad que sean) esté sumamente satisfecha de su vida y del mundo caído que les rodea. Por nuestra parte, el amor no fingido que Cristo desprende en nosotros es, de nuevo, la única llave definitiva para la esperanza, sabiendo que
“desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11, 12), pues “
el destino del hombre y de las naciones está siempre siendo decidido y cada generación es estratégica. Nosotros no somos responsables por la generación pasada, y no podemos tomar toda la responsabilidad por lo que hará la próxima generación. Pero sí tenemos responsabilidad en esta generación. Dios no sólo nos evaluará por cómo hemos asumido nuestras responsabilidades, sino también por cómo aprovechamos nuestras oportunidades” (Billy Graham).
Igual que muchos cristianos se han rasgado las vestiduras con el éxito mediático de
El código Da Vinci de Dan Brown (y otras campañas supuestamente anticristianas), otros creyentes hemos visto en estos hechos una gran oportunidad para dar testimonio del Jesús de la Biblia, ese gran desconocido.
Si las herejías y los problemas hacen que la gente despierte de su indiferencia y banalidad, bienvenidas sean, pues lo menos malo del mal es que al final provoca que sean muchos quienes, en sus carnes, tomen conciencia de que el ser humano es un enfermo que necesita de un médico, no pudiéndose entender entonces que quien dice tener la vacuna deje de ofrecerla a quien se está muriendo. No es lo más oportuno.
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