El retiro en cuestión está organizado por una entidad cristiana andaluza llamada
Doukonia- Mayores. He de decir que a los organizadores de tan gigantesca iniciativa no los conozco de nada, no sé quienes son, ni cuáles son sus nombres, pero sus actitudes los hacen englobarse dentro de la categoría de
héroes oficiosos. Oficiosos, por su dedicación y porque no figuran en la lista
oficial de los idolatrados y admirados de este mundo, pues no son de aquellos cuyos rostros se pagan como oro para anunciar maquinillas de afeitar o perfumes y cuya estampa cuelga sostenida por las sacras chinchetas que se hincan en paredes configuradoras de referentes para adolescentes. Los rostros de quienes se encargan de esta labor no aparecen en el folleto y, a buen seguro, las quinceañeras no se desgañitarán ni se hartarán de tomarse fotos junto a ellos en los aeropuertos cuando los vean aparecer. Me da la impresión de que estas personas que este verano harán sentir más valiosos y amados a los abuelos que acudan a su retiro mientras otros nos tumbamos al sol, no aparecerán en la portada de las revistas ni de ningún videojuego de Fórmula 1.
Quizás cuando uno de estos mayores pueda sentirse amado y atendido por algunos de los dadores del retiro, podamos encontrarnos ante un gesto que no se aplaude con el mismo frenesí, ni por las mismas multitudes, con el que se aplauden los goles del Mundial de fútbol. A los débiles, sean enfermos o ancianos, se les suele tratar con compasión o con cariño en el mejor de los casos, pero pocas veces les tratamos como Jesús lo hace, y que no es de otro modo que considerándoles sumamente importantes.
Cuando vemos los anuncios de TV, los de las vallas de la carretera o aquellos que lucen las marquesinas de autobús, vemos a gente guapa y joven. Es la dictadura de lo superficial, del barniz que continuamente se unta y embadurna este mundo caído al que le cuesta levantarse porque hace tiempo que esta verdaderamente senil. Cuando nos dejamos descristianizar de este modo, cuando rechazamos la humanidad recuperada en el Calvario, es cuando comienza otra vez nuestra muerte, pues si no podemos mirar a los más débiles con los ojos de Dios, comenzamos a enterrarnos a nosotros mismos. Y lo peor será cuando nos llegue el día de la vejez, pues si en juventud no hemos amado a los que no resultan rentables para el mercado, nos resultará muy difícil vernos como valiosos a nosotros mismos, pues si nuestro egocentrismo hace que hoy miremos a nuestros mayores como estorbos con demasiada frecuencia, así nos sentiremos nosotros. Y por eso moriremos antes, en plena vida, pues nos resultará imposible amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, ya que simplemente no nos amaremos, reconociendo la voz de Cicerón cuando afirmaba que lo más triste que tiene la vejez es el mero hecho de pensar que uno es molestia para los otros.
Como en el poema de García Márquez, la marioneta salida del baúl nos exhorta a los humanos diciéndonos que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido. Y por eso se puede morir en juventud, pues la memoria y la satisfacción no vienen de lo vendible, sino de aquél que lo es todo y para siempre. Por eso la memoria y el don de la vida empieza desde temprano y se hace carne en quienes se acuerdan
“de su Creador en los días de su juventud, antes que vengan los días malos” (Eclesiastés 12, 1). Y por eso se dice que lo peor es ser viejo de Espíritu.
Gracias a quienes en su juventud son parte del calor de quienes acumulan años y cuerpo cansando. Gracias por ese ejemplo, casi anónimo, de lo que es un póster para colgar en el corazón con chinchetas de gracia divina, de aquella que ofrece vida porque le es imposible morir. Gracias a quienes han decidido no salir en el folleto para que todos podamos ver directamente al Creador. Nunca morirán.
“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia” (Salmos 92, 12-15).
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