Como consecuencia del abrazo entre el hombre y Cristo se produce el milagro por el que a seres imperfectos se nos entrega
“el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14, 17).
En una sociedad donde la falta de rigor golpea y se asienta por doquier, a la Iglesia de Dios se le otorga la misión de ser luz levantándose como estandarte de la rigurosidad y del juicio ecuánime para dar testimonio de la obra de Cristo en sus hijos:
“Así habló Yavé de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad” (Zacarías 7:9). Que duda cabe que la verdad es el cimiento irrenunciable de la vida cristiana y que no admite especulación, manipulación, recortes ni otro tipo de concesiones diabólicas.
NADA POR AQUÍ, NADA POR ALLÁ...
En ocasiones, recibo en mi correo electrónico mensajes reenviados de cristianos que tratan de advertir a la Iglesia de ciertos peligros que creen haber detectado. Ya es la segunda vez que me envían un e-mail donde se manifiesta la condena e indignación de algunos hermanos hacia unas supuestas palabras de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, quien, según estos creyentes, esta señora afirma tajantemente que:
“los libros [de Harry Potter]
hacen entender a los niños que el débil e idiota Hijo de Dios es una mentira viviente y será humillado cuando la lluvia de fuego venga, y vencido por el Señor de la Oscuridad mientras nosotros, sus fieles sirvientes, reiremos y celebraremos la victoria".
Tras el reportaje que hemos realizado en el número de lanzamiento de la revista
Suburbios, también nos ha llegado alguna carta de malestar en la
que se nos reprochaba nuestro tratamiento a la obra de Rowling y nuestra ignorancia respecto al mencionado supuesto comentario blasfemo de su autora. Sin embargo, la cita atribuida a la creadora de Harry Potter es inventada y nunca fue mencionada por ella. Se trata de una entrevista de ficción publicada en la revista satírica
The Onion.
Cierto es que no siempre tenemos las mejores herramientas para comprobar la veracidad de toda la información que llega a nuestras manos, pero no menos cierto es que el evangelio nos llama a realizar más esfuerzos que nadie en este aspecto para que
“Yavé sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad” (Jeremías 42, 5).
Cabe esperar que la pasión por la verdad sea la alabanza pura en nuestros labios e intenciones, una premisa irrenunciable en cualquier debate o actitud surgida por parte del cristiano. Volviendo al ejemplo de las inexistentes declaraciones blasfemas de J.K. Rowling, me llamó negativamente la atención el comprobar que muchos cristianos evangélicos han extendido como la espuma esta difamación; en diversos foros y publicaciones en Internet muchos creyentes han arremetido con la mayor de las durezas contra esta mujer por unas palabras que nunca mencionó. ¿Ayudan esta actitud de falta de rigor a que esta mujer se anime a acercarse a una iglesia? ¿Verá Rowling en los hijos de Dios un testimonio de verdad que le invite a ponerse de rodillas para reconocer el poder del Evangelio? ¿Dónde está la pasión por conocer la verdad antes de machacar a una persona? ¿Dónde queda la espiritualidad? Podría poner más ejemplos de cosas que ocurren para seguir ilustrando el mismo problema diabólico y comprobar que en algo en lo que los cristianos deberíamos ser más luz que nadie, algunos se levantan como sombra maligna digna de protagonizar los cuentos de Potter. Aunque, por desgracia, la realidad religiosa supera la ficción mágica de Rowling.
HOMOSEXUALIDAD SIN SESO
El rigor y la defensa de la verdad de Cristo exigen exámenes cuidadosos previos al anuncio de la profecía (verdad de Dios) al postmodernísimo mundo que nos rodea. Se nos hace imprescindible el tener un cuidado especial cuando, por poner un ejemplo muy habitual, creyentes hablan a la calle sobre homosexualidad y la condena bíblica de esta práctica. El rigor y la empatía hacia el homosexual es algo innegociable en el discurso del cristiano, por lo que no deja de producir cierto espanto cuando se oye a supuestos especialistas cristianos que afirman que la primera razón para rechazar el matrimonio gay es “el peligro de la conservación de la raza humana”. Aparte de lo impropio que resulta hablar de extinción humana en estos tiempos de superpoblación mundial, lo realmente extraño de este
argumento es que se pretende obligar al homosexual no cristiano a que tenga hijos con alguien del sexo opuesto. También he escuchado decir a algunos de estos
especialistas que quien busca la legalización del matrimonio gay no va detrás de un derecho del individuo, sino detrás de cuestiones políticas. Sinceramente, no se debe meter a todos en el saco del interés político y negar la realidad de que existen parejas homosexuales que realmente se quieren. Más falta de rigor y sensibilidad. Y no digamos ya lo que podemos producir en el corazón del inconverso (sea
homo o
hetero) cuando salimos a la calle para decir que el argumento para que no se casen gays y lesbianas no es más que tal o cual versículo de la Biblia. ¿Qué dicen éstos que tratan de obligar al no creyente a vivir bajo los principios de la Biblia cuando escuchan a islamistas que abogan por que todos vivamos bajo los preceptos del Corán?¿Se debe obligar a quien no acepta la revelación de un libro religioso a que viva bajo esos preceptos?
Y es que para una sociedad en la que la Biblia es un libro más, va siendo hora de que nos demos cuenta de que estamos obligados hacer esfuerzos para explicar con coherencia y rigurosidad el sentido y la profundidad de la verdad de Dios. Si se pretende convencer a la calle de que unos padres homosexuales son más perjudiciales para el niño que un orfanato, se hace necesario apelar a las explicaciones, estudios y hechos que fundamenten la tesis. Nos guste o no, el relato de Adán y Eva como argumento no convencerá al agnóstico de la hipotética posibilidad de que el niño salga
tarado con dos tutores del mismo sexo.
Todos nos equivocamos, y mucho; pero lo haremos menos si no percatamos de que la Palabra de Dios nos insiste en que al proclamar la verdad de Cristo se nos exige primeramente ponernos en la piel de quienes vamos a desafiar, sobre todo en temas especialmente sensibles y que, honestamente, debemos reconocer que son asuntos difíciles. En segundo lugar, es premisa evangélica la obligatoriedad de abandonar los argumentos que no son tales y que, por lo tanto, configuran caricaturas de la verdad y del poder de la Palabra de Dios. Qué bueno saber que cuando
“la misericordia y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan” (Salmo 85, 10). De verdad.
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