A estos datos se han sumado otros indicadores como que el 60,8 por ciento de los jóvenes españoles de entre 15 y 24 años reconoce estar alejado o muy alejado de las preocupaciones sociales. Los adolescentes se definen como
“hedonistas, irresponsables y llenos de energía”; sin embargo, no se identifican con los papeles de
“rebeldes, inconformistas y reivindicativos” que suelen adjudicárseles. Estas son algunas de las conclusiones del estudio “Jóvenes y política: el compromiso con lo colectivo”, elaborado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), el Instituto de la Juventud (Injuve) y la Obra Social de Caja Madrid.
Para los que habitualmente andamos entre jóvenes, los datos aquí ofrecidos no sorprenden.
El típico chaval español no se ajusta al mito del joven solidario, y se reafirma en la indiferencia, la gran religión moderna de los europeos. En palabras del psiquiatra Enrique Rojas, la sociedad actual se reafirma en el culto a la tetralogía nihilista del hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo. Como resultado, nos encontramos ante una juventud que se apunta al incremento del consumo de drogas y que hoy ve un poco más
raro que ayer eso de ser solidario y altruista.
¿Son más libres las nuevas generaciones de europeos?
Elisabeth Noelle-Neumann elaboró una teoría acerca de los efectos de los medios de comunicación de masas que también es aplicable a otros aspectos del comportamiento humano. Su tesis recibió el nombre de Espiral del silencio, y básicamente consiste en constatar el poder de los efectos producidos en individuos o grupos minoritarios por causa del miedo a la marginación social por poseer opiniones marginales o realizar actos impopulares a la luz tiránica de la mayoría. Este pavor a la discriminación o al aislamiento social puede conseguir que individuos o grupos hagan morir sus más firmes convicciones en pos de continuar dentro de la simpática y amplia manada.
El precio por no haber renunciado a ser uno más es, en ocasiones, alto, pues lo que pudo ser libertad ya no es nada.
La espiral del silencio tiene hoy algo que ver con la coacción no escrita que sufre parte de la juventud, pues no son pocos los jóvenes que toman drogas o alcohol tan sólo para no ser excluidos ni tachados de raros. Algunos de estos chicos piensan que hacen lo que quieren, que son libres de decidir, pero no son ajenos a la dictadura de su microcosmos de ocio más cercano, y saben que no siempre es fácil ir cambiando de círculo de amistades. El caso es que, en ocasiones, si no haces lo que la mayoría, no tienes espacio en el círculo.
Muchos jóvenes afirman que es necesario
experimentar con todo, pero dando vueltas alrededor de las cuatro cosas de siempre y experimentan con lo establecido en su tiempo. Creen haber probado todo cuando tan sólo han seguido serviles a unas tendencias repetitivas que, con frecuencia, causan destrucción. Pero, aunque muchos jóvenes todavía lo ignoren, hay más opciones.
¿Hay posibilidad de ser transgresor? En todo ser humano meridianamente vivo yace el deseo de ser libre y de encontrar la plenitud, de toparse algún día con el secreto de la vida. Los creyentes en Cristo, con todas nuestras mediocridades en proceso de cambio (lento a veces), poseemos una ventaja respecto al resto de la sociedad. Por gracia y por decisión propia conocemos a Dios y el mundo. Sin embargo, quien decide dar la espalda a Dios sólo conoce el mundo. Por lo tanto, los creyentes estamos en disposición de decir que Jesús de Nazaret es lo mejor. Sí, mejor aún que lo más auténtico, pues podemos afirmar que su presencia se hace innegociable en el devenir de nuestra vida porque sólo en Él se esconde la plenitud.
La Palabra de Dios toma hoy un protagonismo único al incitarnos a ser rebeldes y antisistema de forma genuina:
“No os conforméis a estos tiempos, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12, 2).
La voluntad de Dios se revela como todo aquello que nos hará el mayor bien posible. La obediencia al Dios de los evangelios, como alabanza al Padre que es, no es la adhesión a un Dios ávido de recibir alabanzas para aplacar sus codiciosos deseos egocéntricos. No. El espíritu de la alabanza recogida en la Escritura es sorprendentemente humanista en el sentido en el que Dios anhela que le amemos para que vivamos las mejores consecuencias posibles para nuestro ser.
El hacer lo que pide el cuerpo será bueno en algunas ocasiones, pero no en otras. Dios desafía cosmovisiones de este mundo al invitarnos a divertirnos sin convertirnos en hedonistas, pues el hedonista es esclavo, no un ser liberado.
Quien tiene la búsqueda del placer como fin último se encontrará de forma continua con la insaciabilidad, y puede que hasta sea consciente de que en el fondo no quiere lo que hace.
El problema (mejor dicho, la grandeza) del asunto es que Dios ofrece esta eternidad sólo para quien decide aprehenderla. Muchos jóvenes y no tan jóvenes ya han renunciado a la victoria por el miedo al fracaso y han preferido vivir para procurar un marco estable que les permita colmar los instintos hedonistas. Pero la noticia transgresora del evangelio es el hecho de que nosotros le importamos a Dios mucho más, pues Dios quiere para nosotros más que esto y desea llevarnos a lugares sublimes sin esclavitud. Esa es la razón por la que Cristo se revela en la Cruz del Gólgota para destapar el estruendo en el que la nueva libertad consiste en amar y creer en aquello que nos colma para siempre. Eso sí es transgresión… y de las que dan gusto.
Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía
(Simón Bolívar)
Si quieres comentar o