En un par de ocasiones he contemplado a predicadores que instaban al auditorio para que levantaran la mano quienes habían llevado “
al menos una persona a los pies de Cristo”. Me recordaban a aquellos pilotos de combate que colocaban una pegatina en su avión por cada objetivo conseguido gracias a su pericia militar.
En esta misma línea, fue hace unos días cuando escuchaba a una señora orar dando gracias por Pepito, hermano que –según sus palabras– era digno de elogiar por causa de ser
el instrumento por el cual una tercera persona se convirtió recientemente a Jesús de Nazaret. Precisamente yo conocía este último caso, y puedo decir que, para empezar, en la conversión de este señor participaron diferentes factores y personas que iban desde un compañero de trabajo cristiano hasta una novia protestante de buen testimonio. Esta persona no fue tocada por el amor de Cristo a través de una sola persona. Es más, diría que
siempre existen infinidad de elementos que desconocemos en el milagro del arrepentimiento y que convierten en simplismo el afirmar que Antonio o Fulano se convirtieron a través de una única persona. Falta amplitud de miras.
Quizás fueron hasta cientos las personas que Dios usó para conceder a Antonio –por proponer un nombre- la oportunidad de la salvación. Es posible que hace catorce años este hombre asistiese a una charla en su universidad donde un científico creyente contribuyó a eliminar de la mente de Antonio tremendos prejuicios hacia la Biblia. Probablemente, Antonio se enterase de la existencia de esta conferencia a través de un folleto diseñado por Daniel y colgado por Marcos. Las dedicadas oraciones de Amparo y Ruth rogando que el Evangelio provoque impacto en aquella universidad también fueron atendidas por un Dios misericordioso. Es incluso probable que, desde aquel momento hasta el día de su conversión, Antonio haya conocido hasta doscientos nueve fragmentos del Evangelio que, de algún modo, diferentes personas le habrían hecho llegar hasta sus ojos y oídos a través de folletos de iglesia, comentarios en la mesa de al lado del bar, por medio de Internet o en un e-mail…; diferentes porciones de vida que le impactaron en mayor o en menor medida, aunque no le impulsaran por entonces a nacer de nuevo. Es probable que la simbología evangélica de
El Señor de los Anillos o de
Las crónicas de Narnia sembrasen en el corazón de Antonio la matriz de un soporte de asombro ante el Dios que escoge a los débiles y que da su vida por los traidores. Tolkien, Lewis, Peter Jackson, Disney… también fueron parte de la obra divina en la mente y corazón de Antonio. ¿Cuántos más?
A pesar de esta misteriosa y desconocida complejidad del mundo espiritual, a las personas nos gusta ser protagonistas y sentirnos útiles por los logros obtenidos como creyentes.
Y no es malo. Pero sería de insensatos ignorar que de los
éxitos espirituales personalizados a la vanidad religiosa hay tan sólo un paso, con precipicio de patetismo y falsa humildad por medio.
Me imagino el día que parta de este mundo hacia la presencia de Dios y el soberano se acerque para decirme: “
Te voy a mostrar a través de qué persona pudiste conocerme como Señor y Salvador”. Seguro que me enseña una imagen con cientos o miles de personas…, unos orando por España, otros predicando, otros escribiendo, otros sonriendo, otros traduciendo la Biblia, otros repartiéndola, otros predicando a quien posteriormente me predicaría el Evangelio… A todos ellos, anónimos y conocidos sin más deseo de protagonismo que el de ser parte del engranaje de la vida eterna: gracias.
Sigo vuestro ejemplo.
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