En el colegio público se nos decía que los cristianos celebrábamos la Navidad los 365 días del año. No sé si es así para todos los creyentes, pero de lo que no me hace falta convencer a nadie es del hecho de que
muchos se identifican más con el Belén de Picasso, el Guernica, que con el de las risueñas postales invernales del portal de Belén.
El cruel bombardeo que sufrió el pueblo vasco que da nombre al lienzo es el motivo de esta obra que el gobierno de la república española encargó en 1937 al pintor malagueño. No sé bien que dirán los críticos de este lienzo refugiado en el Museo Reina Sofía de Madrid, pero
veo en este cuadro una especie de violento antibelén, un sentimiento que refleja la espantosa realidad anidada en la percepción vital de millones de almas.
Picasso dibuja aquí un caballo y un toro como si quisiera contrarrestar la endeble potencia de los apócrifos mula y buey de los belenes. Son animales parecidos a los del portal, pero agrandados y en estado de angustia y locura.
Junto al toro y el caballo, Picasso coloca una paloma moribunda a modo de lema nietzscheriano sobre la vigencia de lo divino. Muy próxima al ave aparecen los rayos picudos de una lámpara que pudiera presentarse como la antiestrella que guiara a los magos de oriente. Pero en este caso no es una luz celestial, sino interior, colgada de un espeso y podrido muro que al menos sirve para aislar de los bombardeos del exterior. Es un techo que sirve de coraza y que no deja salir la desesperación del que ha perdido la esperanza e ilusión. Es justo aquello que habita en los corazones de muchos de quienes estos días pasean por las calles con sus bolsas de regalos para la abuela y el sobrino. Y pasean rápido, como tratando de silenciar cualquier luz que no sea de neón o de tungsteno, como rechazando cualquier luminosidad que no se parezca a la de su frío Guernica.
El pintor no podía dejar de plasmar en su cuadro su peculiar virgen con el niño. Ésta es la pieza angular del
antibelén, una madre que se sitúa junto al toro y que no alaba sino que grita espanto con su hijo muerto entre sus brazos. Nada más doloroso e injusto para una madre.
Que la imagen del niño Jesús en Belén pueda parecernos menos cercana que el Guernica tiene algo que ver con las infantiles tarjetas navideñas que todavía se ilustran con el establo de Belén y que reflejan lo que Philip Yancey llama la Navidad domesticada. Son imágenes de serenidad, alegría y bienestar que se abrazan con lo ñoño para esquivar nuestra percepción real de lo que allí estaba sucediendo. Pero lo que allí ocurría no tenía nada de bobalicón.
Desconozco si Tolkien se inspiró en José y María cuando creó los personajes de Frodo y Sam, pero como en El señor de los anillos , lo que nos recuerda el portal de Belén es que el destino de la Tierra dependió en un tiempo de dos adolescentes del ámbito rural. Ser una madre soltera además de inmigrantes refugiados en país ajeno no ha sido algo fácil nunca, y menos aún en aquellos tiempos. Que un edicto gubernamental promulgara una orden para matar a niños menores de dos años por causa del nacimiento de tu hijo no es tampoco algo que contribuyese al equilibrio emocional. Seguro que las sonrisas de las postales eran momentos únicos y poco rutinarios en esos momentos.
Todo ese trasfondo nos parece tan injusto como muchos de ahora, pero creo que Dios quiso acercarse lo máximo posible al grito de horror de la madre del Guernica. Lo cotidiano y real del cuadro de Picasso hace que muchos vivan en la debilidad de desconfiar de todo y de todos. Pero el Jesús de los evangelios no puede ofrecerse de manera más explicita como respuesta.
El lienzo del pintor cubista nos da una esperanza ente tanto destrozo, nos ofrece una luz casi oculta y que está representada a modo de flor junto a un brazo mutilado y que sostiene una espada en la parte baja de la escena.
El grito de la mujer del Guernica no es muy diferente al de María. En los evangelios leemos como un hombre llamado Simeón le dice a la madre de Jesús lo siguiente: “
He aquí, éste [Jesús] está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2, 34-35).
La flor que se levanta junto a esa espada partida del cuadro es la misma que traspasaría el alma de la madre de Cristo, un Mesías salvador que brota como flor desde el corazón de la sangre derramada. El horror ante la muerte de inocentes que son víctimas por los errores de otros nos vuelve a sacudir para susurrarnos con violencia que esto ya ocurrió hace dos mil años y que fue por causa de tus errores y de los míos. Y es que no hay otra opción más que la única, la de aquella esperanza de nueva vida que se libera hoy desde el Calvario, pues el infierno de un Guernica sin flor no es más que la espera sin esperanza.
Gracias a Dios por haber comenzado a desteñir mi Guernica en este mundo y hacerme parte del cambio, pues como entona el popular villancico, sólo puede decirte que “
las esperanzas y temores de todo el mundo descansan en ti esta noche”. Al menos los míos.
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