La visita de Hu Jintao es un hecho histórico para nuestro país, pues además de ser el gran dragón monetario,
China se levanta también como el Leviatán de la persecución, la muerte y la intolerancia más extremista. El director de Amnistía Internacional en España, Esteban Beltrán, aprovechó la visita de Jintao para recordarnos que "
hasta la fecha, el Gobierno español parece obviar que China es uno de los países donde se producen mayores violaciones de derechos humanos y se vulneran tratados internacionales, con ejecuciones, torturas y malos tratos, detenciones arbitrarias, desalojos forzados, restricciones a la libertad de expresión y otros graves abusos". También la entidad cristiana Puertas Abiertas denuncia desde hace años la matanza y tortura de cristianos chinos a manos de funcionarios. Miles son masacrados, mutilados y encarcelados por el mero hecho de abrazar una fe que el Estado no reconoce.
Con motivo de la presencia del señor Jintao en Madrid, Amnistía Internacional convocaba una protesta en la capital, pero a diferencia de lo que ocurre con la llegada de otros mandatarios, digamos, el presidente de EE.UU., la visita del caudillo asiático no movilizó ingentes oleadas de indignados manifestantes españoles por las calles. Más bien hubo pocos, y además chinos.
Se estima que el 90% de las penas de muerte del mundo se producen en china. ¡Quién lo diría al escuchar a los grandes voceros de nuestro país! Pues más bien pareciese que en este mundo sólo matan los cristianos de EE.UU. Para bien o para mal, resulta habitual que a los cristianos se nos recuerde nuestra fe cuando hacemos algo mal. Sin embargo, todavía no he visto pancartas en las que se critique el ateísmo del presidente chino, como tampoco he visto a ningún grupo de rock justiciero o antisistema que se llame Bad Atheism (Ateísmo Malo) o que espete letras contra líderes sanguinarios y su confesión atea. ¿O acaso debemos establecer diferentes niveles de exigencia moral para unos y otros? Tan injusta es una cosa como la otra. A ver si algún día superamos el trauma.
La televisión de los últimos tiempos emite numerosos programas de dudosa objetividad sobre los
fundamentalistas cristianos de EE.UU. y la importancia que éstos ejercen en la política de su país.
Los articulistas de prensa y los tertulianos de radio de una gran parte del espectro mediático español han agotado casi todos los recursos comunicativos para despotricar contra las injusticias de Bush y para recordarnos que Mr. President dice ser cristiano y orar todos los días. “
Tú te llamas cristiano, pero yo te digo hipócrita” es una estrofa con referencia a Bush desde el nuevo tema de los Rolling Stone. El enésimo ejemplo de lo que vengo comentando.
Esté bien, mal o regular aquello que Bush haga, no se puede negar que este machaqueo de alusiones a la fe cristiana de un presidente contrasta con la ausencia de artículos, reportajes o contertulios que relacionen la fe del ateísmo con las destrucciones masivas de humanos por parte de la dictadura roja. Y no digo que haya que hacerlo; simplemente expongo lo que mis sentidos y entendimiento perciben como una balanza desequilibrada. Al tirano lo que es del tirano y a Dios lo que es de Dios.
Mirando detrás de lo que decimos, me da la impresión de que esta prejuiciosa vara de medir revela un subconsciente colectivo donde sigue viva la idea de que el cristianismo tiene que valer y que los cristianos debemos ser los más ejemplares. Aunque sea políticamente incorrecto verbalizarlo, pareciera que la sociedad no ha acabado de dar por inválidas las revelaciones y enseñanzas del Jesús de Nazaret que caminaba por Palestina. A fin de cuentas, las palabras del Maestro son las canaletas por las que ahora fluye el Espíritu de Dios, un mover urbano que, como toda ondulación audible, permanece como vibración de fondo que todavía asombra conciencias. Y es que el Cristo de los Evangelios no ha desaparecido del todo como referente. Sigue siendo el motivo que hace que desde la oscuridad se nos pida que seamos luz, más luminosos y ejemplares que nadie.
Como las naranjas de la China, lo injusto es fruto amargo, aunque en este caso, el hecho de que la calle pondere la actitud cristiana de manera más exigente que la del resto nos deja un cierto regustillo dulzón.
Aunque no acaben de entender que un cristiano es alguien fallón a quien se le permite levantarse después de cada caída, hay esperanza de salvación cuando vemos que se espera grandeza del mensaje del Maestro y de sus discípulos. Aunque sea de malas formas, la calle acierta al recordarnos que somos embajadores del Rey y que nuestro reto consiste en vivir con coherencia la vida sobrenatural de un Cristo que está en nosotros. Sin cuentos chinos. Eso es lo que para nosotros cuenta.
Si quieres comentar o