Sería ordenado el Sr. Palomares de las ordenes menores del Diaconado el 19 de mayo de 1858, asignándosele la parroquia de San Nicolás de Requena. Sería ordenado presbítero el 24 de septiembre de 1859 por el obispo de Cuenca. Ejercería el sacerdocio en las localidades de San Antonio y San Juan próximas a Requena y luego sería coadjutor en Talayuelas. En diciembre de este mismo año sería nombrado Ecónomo en la parroquia de la Santísima Trinidad en Moya (Cuenca). En 1863 es traslado a Requena como coadjutor de San Nicolás, en abril de 1864 pasa a San Martín en Cuenca y finalmente durante tres años realiza en Cuenca labores de dirección y administración en el Colegio de San Pablo, dedicado a la educación de niños pobres y que estaba agregado al semanario Conciliar de Cuenca. Tuvo a su cargo a 168 candidatos a curas, de los que era también Confesor y Misionero Diocesano. También supervisó los conventos de mojas Carmelitas y Petrinas. Palomares debía considerarse el “niño mimado de la diócesis” ya que el obispo de la Diócesis se agradaba de acompañarle y oírle predicar. En palabras del Canónigo Penitenciario Palomares fue un “pequeño rey” lo cual confirma el mismo Palomares en su autobiografía diciendo “que no era más que la verdad”.
Por este tiempo Palomares se confesaba un fanático romanista y un enemigo del protestantismo combatiendo a los reformados en todo cuanto podía. Lutero, Calvino y los demás reformadores eran perversos, herejes y apóstatas, dignos del infierno, aunque no hubiese leído ni un libro protestante de teología. Su obispo le permitía que anualmente pasara dos meses de vacaciones con su madre y uno de estos años pidió permiso para ir a Madrid, visitar la ciudad y comprar algunas cosas para el Colegio. El obispo no solo se lo concedió sino que le ofreció ayuda económica para el viaje cosa que rechazó porque “no la necesitaba”. En Madrid visitó a un viejo amigo, profesor de Historia en el Seminario, que era entonces tutor de la familia de los Marques de Retortillo. El amigo le propondría una plaza de tutor y acompañar a la familia a Bayona y Biarritz, lo que rechazó porque acabados los dos meses de vacaciones debería volver a Cuenca. Ante el rechazo de Palomares, el amigo insistió y habiéndolo aceptado los Marqueses, se fueron todos para Francia. Este contacto con los Marqueses le hizo pensar en lo que dice en sus escritos que “podría tener, por la influencia de los Marqueses, la posibilidad de contar, más adelante, con una ayuda para conseguir de mi amado Obispo un Capellanía en el palacio episcopal o un nombramiento en la catedral”.
Acabadas las vacaciones, escribió al obispo diciéndole donde estaba y solicitándole al obispo le permitiera continuar con los Marqueses, El Obispo le amplió un mes más las vacaciones pero le ordenaba se incorporase al puesto del Colegio en Cuenca. Sin embargo enterado el Marqués por el mismo Palomares de la orden del obispo, escribió a uno de los Ministros de la Corana para que ejerciera influencia ante el prelado, quien accedería finalmente y Palomares quedaría agregado a la familia Retortillo.
Viendo los Marqueses la situación de intranquilidad que pasaba España ante la caída de Isabel II, estos que entonces en 1868 estaban en Anglet (Bayona) desistieron de volver al país y se trasladaron a Londres, primero en el Hotel Alexandra y luego en Kensington número 10 de Queen’s Gate Gardens donde se produjo su cambio radical en la fe evangélica.
Frederick Eck le había regalado una Biblia con un versículo dedicado de Juan 5:39, “Escudriñad las Escrituras…” Ahora podía leerla sin necesidad de dialogar con el jardinero y también leía folletos y libros que llegaban a sus manos. También leía la prensa de Madrid, “La Época” en la que informaban del abandono de la iglesia católica por parte de algunos presbíteros que se habían convertido al protestantismo. Leía sobre las iglesias que habían sido abiertas en Madrid y otras ciudades y una lucha desesperada se operaba en su interior, hasta que fue vencido en virtud del Espíritu Santo. Mr. Eck le invitaría a visitar a una anciana, viuda de un español expatriado por motivos de conciencia y dice Palomares: “Yo le abrí mi corazón; le hablé de mis luchas y de mis deseos de predicar el Evangelio en España, si bien mi confortable situación me lo impedía y mi brillante futuro en la Iglesia –todo lo cual perdería- me apesadumbraba; y sobre todo, lo que no quería en modo alguno era causar daño a mi madre. La señora escuchó todo lo que dije y como quiera que el Sr. Eck le había informado que yo no pretendía ayuda para cubrir mis necesidades materiales, dado que tenía todo lo menester, me replicó: Yo he sufrido mucho y sobrellevado muchas pruebas. Yo soy su madre aquí. Soy protestante y mi testigo está sobre la mesa, mire mi Biblia.”
Palomares llegó aturdido a casa pues el argumento de la señora no le convencía, pero elevó sus ojos al cielo y rogó a Dios que se apiadara de él, que tranquilizara su alma y le hiciese ver el camino aunque le llevase ala desgracia terrenal y el despreció por parte de sus amigos. Es evidente que las luchas de estos sacerdotes convertidos al protestantismo fueron más valientes de lo que imaginamos, aunque algunos de ellos volvieran al catolicismo. He leído algún cometario despectivo o culpabilizando a estos clérigos por el poco avance del catolicismo o como dice Juan B. Vilar
(i) ante tantos curas convertidos y militando en el campo evangélico, parecía un regreso al punto de partida pero nada más alejado de la realidad. Palomares estaba dispuesto a afrontar las dificultades y le decía a Mr. Eck que no le hablara de peligros ni problemas pues “mi único deseo es volver a Madrid y en alguna capilla u otro lugar podré hacer profesión de fe y predicar el Evangelio.”
Unos de los problemas que preocupaba a Palomares era la forma de manifestarle a las Marqueses a quienes servía, su estado espiritual y su decisión por Cristo. La decisión de todos modos estaba tomada: “legado a casa, entré en mi habitación y tomando mi sombrero de teja lo arrojé a la calle y comuniqué al Marqués y la Marquesa mi deseo de volver a España. Ellos me dijeron que no lo hiciera porque la situación revolucionaria continuaba. Yo sufría tener que despedirme de ellos, por cuanto siempre habían sido muy cariñosos conmigo, así como todos sus hijos. La situación por la que pasaba era bastante triste para mi, pero no deseaba demorar más el tiempo de mi marcha. La señora Marquesa me dijo que no estuviera demasiado tiempo fuera y el mismo Marqués me hizo entrega de una carta orden para su banquero, por si acaso yo tenía necesidad de algún dinero. Romper este lazo fue una tortura porque yo los apreciaba mucho. Ni que decir tengo que nunca hice uso de la carta del Marqués”.
Testimonios tan profundamente desgarradores demuestran que abrazar el Evangelio nunca ha sido fácil ni sin pagar el precio de la posición social, abundancia de medios de vida, recuerdos de juventud o ideales. Todo lo sacrificó Palomares, naciendo en él un propósito firme de predicar el Evangelio a su amada España. No había abrazado el protestantismo sino que su conversión era a Jesucristo para testimonio a los hermanos y a toda la gente.
Al llegar a Madrid se alojó por un día en el palacio de los Marqueses y el mayordomo le preguntó por sus necesidades para cubrirlas según la orden dada por el Marqués. Palomares buscó una casa barata donde hospedarse de manera que el poco dinero que tenía se alargase lo más posible. Una vez instalado visitaría al pastor Antonio Carrasco que tenía su congregación en la calle Madera Baja 8, a quien le contó la historia y le pidió trabajo en la evangelización. Allí haría su confesión de fe y Carrasco le confirió parte de su trabajo. Días más tarde escribiría a los Marqueses sin comentarles su nueva ocupación.
La experiencia en Madrid de Palomares estuvo cargada de dificultades. Tras el destronamiento de Isabel II la situación era confusa y el protestantismo seguía siendo odioso por la enseñanza de siglos denostándolo. Junto a otro exsacerdote perteneciente a la congregación de Carrasco, Martín Benito Ruiz, que dice Menéndez Pelayo había sido cura de un pueblo de la Alcarria, quisieron ir a predicar a la Plaza de Lavapiés, consultándolo con el Alcalde de barrio. Este le dijo que ni lo intentaran, pues era un distrito de poca ilustración y que ocurrían siempre cosas violentas: “Es seguro que ustedes van a ser insultados y tratados muy duramente”. A pesar de la advertencia Palomares y Ruiz se pusieron en acción. Muchos trabajadores de la Fábrica de Tabacos, cuando regresaban de su trabajo fueron invitados a permanecer en el patio. Una vez reunido un buen número de vecinos “principié a predicar el Evangelio- dice Palomares- pero poco tiempo después entraron unas cigarreras y principiaron a gritar “Viva la Virgen” originándose una gran confusión. Le dieron un manotazo al sombrero tuvieron que salir de espaldas hasta llegar a la calle, siendo silbados y abucheados.
Por 1870 el Comité de Madrid pensó en enviar a provincias a quienes estaban estudiando la Biblia con el
Rev. Moore y a la vez predicaban. Fue entonces que Mr. Corffield, representante de la Sociedad Bíblica en Madrid, recibió carta del Rev. L.S. Tugwell solicitando a Palomares como ayudante en la obra de Sevilla. Palomares sabia de oídas que Tugwell solo tenía escuelas y por tanto contestó que se lo pensaría, pero ante la insistencia de ambos decidió irse a Sevilla, donde llegó en marzo de 1871. Un comentario en
La Luz decía: “Nuestro amigo y compañero el Sr. Palomares saldrá dentro de pocos días para Sevilla, donde piensa fijar su residencia, continuando en la predicación del Evangelio que con tan buen éxito comenzó en Madrid, unido a la obra del Comité Central de la Unión evangélica”.
Cuando llega Palomares a Sevilla el ambiente era de abierta confrontación del “ardoroso y temible controversista” el Padre
Mateos Gago contra Cabrera y Tugwell y aquel ambiente no dejó de afectar al trabajo de Palomares con el que también se metió Gago. Cabrera había abierto la primera capilla en Sevilla en la calle Vírgenes el 27 de diciembre de 1868 bajo el nombre de la Santísima Trinidad. La llegada de Palomares a Sevilla también coincidía con la organización de la congregación española, con apoyo del Sr. del Pino y de Tugwell y los trabajos a realizar en la iglesia de San Basilio recién adquirida, con los inconvenientes que tenía su preparación para el culto evangélico. Dice Palomares que “no siempre había dinero para pagar a los obreros, lo que trajo también demoras y no pocos disgustos. Piénsese que había que esperar los fondos que nuestros hermanos de fuera nos enviaban, aunque siempre salimos victoriosos de todas las dificultades”.
Acabadas las obras de adaptación del templo de San Basilio su apertura tuvo lugar el 11 de junio de 1871, donde como ya hemos dicho había unas mil doscientas personas. El 19 de junio Palomares ya realizaba el primer bautismo. Después se abrirían escuelas de niños y niñas en la misma calle Relator de las cuales saldrían cinco congregaciones de españoles, habiéndose formado más de 700 niños y jóvenes de ambos sexos que habían recibido formación evangélica.
La obra de Tugwel en Sevilla, como uno de los pioneros más respetados, era ensalzada por “El Cristiano” de Madrid y añadía que era obra de un solo hombre el Sr. Tugwell . A Cabrera no le parecía bien la falta de sensibilidad y discriminación que hacía “El Cristiano” a tantas personas que con gran celo y amor cristiano habían trabajado en Sevilla durante todo el siglo, para concretar el éxito en una sola persona y escribió un artículo en “El cristianismo” saliendo al paso. Cabrera no creía pecar de inmodestia el relatar los trabajos por él realizados y por otros colaboradores, indicando que toda la obra en Sevilla no podía considerarse bajo la protección del capellán inglés, ni bajo la sola misión anglicana. “Nosotros nos mantenemos en manifestar que el señor Tugwell es un hombre de gran celo y que se aprovecha de todos los medios que puede para el adelanto de la causa: que a su iniciativa se debe el principio de la misión anglicana y que él es quien la dirige con sus consejeros y procurando los fondos necesarios. ¿Pero es esto bastante para que a él solo se deba esta misión, a él solo se le atribuya, y que no haya siquiera una palabra, no para recordar y animar, sino ni para nombrar a los señores Palomares, Del Pino y otros varios que llevan el peso y el calor del día, y a cuya predicación y laboriosidad se debe ciertamente lo que hay hecho de propaganda?”
El escrito de Cabrera defendiendo la labor española era importante pues se pretendía un reconocimiento de la obra española hecha, organizada y dirigida por creyentes españoles. No para deprimir en el ánimo al señor Tugwell a quien Cabrera tenía por amigo, ni tampoco aminorar su valor, sino para resaltar el callado trabajo de los obreros españoles, el sufrimiento producido por el fanatismo romano lleno de palabras despreciables y groseras, la intranquilidad de ver muchas veces los cristales rotos a pedradas, echando los excrementos en las puertas o prendiéndole fuego a sus casas.
La organización en la que militaba Palomares se denominó “Iglesia Española Episcopal Reformada”, dándole la característica del régimen episcopal y por causa de la gestión anglicana de Tugwell, aunque en esos momentos no tenía todavía obispo. Esto les diferenciaba de la obra de Cabrera y que presidía él mismo bajo el título de “Iglesia Española Reformada”. Pero la organización no solo estaba orientada hacia lo eclesial sino que Palomares además de las escuelas y colegios para preparar jóvenes para el ministerio pastoral, cubriesen las necesidades urgentes de los creyentes primero y después los más necesitados.
El Report de 1872-1873
(ii) presentaba un escrito de Palomares con el siguiente proyecto: “Yo deseo, con la ayuda de mi congregación, establecer un Hospital en conexión con la iglesia de San Basilio, para que los miembros enfermos no sean obligados a ir a Hospital público, en el cual los clérigos fanáticos no me permitan entrar para atenderlos ministerialmente”…”Hace poco tiempo envié una carta a un miembro de mi congregación que estaba a punto de morir en el hospital. Poco antes de que falleciera, el pobre hombre me escribió a lápiz unas líneas rogándome orase por él y asegurándome que moriría en la fe de nuestro Señor Jesucristo. Saber que él moría en la fe y esperanza del Evangelio llenó de lágrimas mis ojos, pero el hecho de que no me fue permitido abrazarlo antes de que muriera, me causó gran pena y tristeza”… en este trabajo, para gloria de Cristo, deseo consumir mis días, aunque no lleguen a ser muchos”
La necesidad de un hospital evangélico era un sentir también entre los ingleses en España, especialmente marineros, que no podían recibir a ningún ministro protestante y que morían como “Roman Catholics” como decían los curas, y que además los enterraban en el cementerio católico romano. Algunos enfermos o débiles en la fe confesarían lo que el cura quisiese y otros mas afirmados como el literato y periodista José Zahonero, pues estuvo de pastor en Argentina, su biógrafo lo hace convertirse al catolicismo al final de su vida. Pero según el Rev. A. Doolan “ningún protestante español, si tiene la posibilidad de evitarlo, entrará en el Hospital, ya que conoce el tratamiento que va a recibir. Y yo pienso que hay que hacer algo sobre este particular lo antes posible”.
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(i) El citar constantemente al profesor Juan B. Vilar y a veces expresar nuestra opinión, no es para contradecir ni minimizar su amplia investigación sobre el protestantismo de la Segunda Reforma, sino todo lo contrario, resaltar su contribución.
(ii) Report of the spanish evangelical mission and school fund, For the Years 1872- 1873
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