Aunque los cristianos sabemos que nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida, es importante, como se relata en el libro de Esther 6:1, nos dejemos aconsejar por el “Libro de las memorias de las cosas”.
Con este mismo título
escribió Jesús Fernández Santos un libro cuyo fondo histórico está formado por personajes que pertenecen a la iglesia protestante de Jiménez de Jamuz que está relacionada con don Audelino y doña Abigail y relacionado también con la novela
“Cosecha española” de Lidia B. de Wirtz, Winifred M. Pearce.
Todos están de acuerdo en que
las mejores obras tanto literaria como ideológicamente que han salido de las imprentas estos últimos años y que corresponden a Delibes con El Hereje, y a Jesús Fernández Santos con este Libro de las memorias de las cosas, de temática histórica protestante, desarrollan los problemas de hombre que es perseguido hasta hacerlo víctima recluida en un ghetto o como repite Fernández Santos un mundo cerrado y amurallado.
Los dos libros podríamos decir que no sólo son hojas hechas libros, sino libros que fueron vidas hechas en la fragua del sufrimiento y la exclusión. Para Patrocinio Ríos
[i] aunque son pocos los autores modernos que han tratado el protestantismo sin embargo los narradores que han dado protagonismo a los reformadores o a los reformistas en su obra son de primera fila. Y cita a Galdós con
Rosalía y
Gloria. A Alas Clarín en
Palique edificante. A Juan Benet en
El Caballero de Sajonia, además de los ya citados Delibes y Fernández Santos.
La tapia que aísla, que quita toda esperanza de salida o de modificación de una vida distinta que no conduzca a la extinción, es uno de los problemas que ve Fernández Santos en esta obra[ii]. La mayoría de los análisis de la novela, muchos de ellos profundamente certeros, se fijan, como lo hace Soldevilla
[iii] en una visión humana de la frustración y el fracaso de los hombres por la ausencia de solidaridad y de comunicación.
Según Soldevilla, restablecidas estas causas, sería posible “una sociedad en la que no sólo los valores degradados recuperarían su mítica limpieza original, sino que darían lugar a nuevos valores...” Sin embargo,
siendo esto en parte verdad, creo que se olvida la dimensión religiosa del creyente que encuentra amparo y fortaleza en medio de las tribulaciones. Encuentra libertad en medio de la opresión, comunicación en medio del aislamiento. Y aún está el hecho de la Providencia divina que encuentra soluciones al remanente fiel para que nadie sea arrebatado de su mano.
Fernández Santos creyó en la posibilidad de que este encerramiento de los creyentes tras la tapia (muro que en la novela está en el cementerio y en el mismo edificio de la capilla de Jiménez de Jamuz)[iv] y las disidencias internas, lograsen acabar con los ideales del protestantismo para trasformar una sociedad nacida de nuevo. Es más, el autor creyó en la extinción del pueblo evangélico por causa de su encerramiento. Sobre este tema acaba de dar una conferencia magistral José Luis Patrocinio Ríos en el Ateneo de Madrid que es necesario analizar mejor en otros escritos que publiquemos sobre la Segunda Reforma en España.
No me atrevería a considerar como “grupos de personajes socialmente marginales” a los creyentes de esta comunidad de “Hermanos” de Plymouth solo por el hecho de ser perseguidos.
Sólo por la manera de vivir en una sociedad hostil y oficialmente católica creo que no por ello debemos considerar a los evangélicos personas secundarias o marginales, sino marginadas, rechazadas, oprimidas diariamente con miradas y gestos excluyentes. Los creyentes reales que aparecen en la novela de Fernández Santos pertenecen a la clase profesional de los alfareros, son gentes de industria, gente inteligente y valiente como para saber enfrentarse a un mundo que les demandaba razón de su fe. Ellos tenían que predicar y debían conocer la Biblia. Ellos distribuían tratados y porciones de la Escritura y como el caso de Ventura Vidal, como colportor, vendían la Biblia de pueblo en pueblo. Pero además tenían que ganarse su pan de cada día.
No eran personas encerradas porque siempre tenían otras ayudas morales y espirituales exteriores como don Audelino y doña Abigail, y las visitas también de don Eduardo Turral, todos ellos de niveles intelectuales altos.
El autor del
Libro de las memorias de las cosas no sólo es un reportero, un investigador que inquiere sobre los orígenes y trayectoria de la Comunidad, y consigue historias evocadas de los recuerdos de los personajes y de los monólogos interiores de Margarita, la hija más joven de Sedano, el fundador de la comunidad en el Páramo leonés. Es algo más premeditado.
Como decía Patrocinio Ríos, en su Conferencia ya citada, es una película con un director que nos guía hacia un final pero hecha de escenas diferentes y aparentemente inconexas. Al comparar el presente con el pasado aparece una especie de conciencia del fracaso en los personajes más reflexivos: “¿Cómo se vino abajo aquel espíritu tan fuerte?¿Por qué Molina, que siempre fue el primero en luchar contra los otros, nos quiere abandonar?” se pregunta Margarita. Y poco después: «Ahora ya, ¡qué lejos está todo! Ahora todo es igual, como es igual la tierra con sus hierbas y cardos a los dos lados de esa tapia caída” (se refiere al cementerio, que les causó denuncias y problemas.) Evidentemente el creyente también tiene dudas, momentos de desaliento. El mismo autor de la novela se hace eco de ese pesimismo sin tener en cuenta al Dios que cuida de su grey, su manada pequeña.
En este sentido de la providencia de Dios en el Libro de Esther, del que se toma el título de la novela, confirma que la minoría fiel a Dios que se halla en medio de una sociedad desacorde, dominante y escéptica, halla su fortaleza en la acción de Dios en sus vidas. Pero la historia es también para recordar y reconstruir. En uno de los fragmentos se dice: “para que si algún día alguien quiere saber algo de vosotros, de lo que sois, fuisteis o seréis, puede llegar a conoceros, odiaros, envidiaros o huiros, para que llegue a conocer vuestra historia…”. Fernández Santos procura interpretar la historia no con datos, sino por medio de revelaciones de la intimidad para provocar reacciones emocionales de odio, envidia o rechazo, con el objetivo de que pervivan en la memoria.
El protestantismo en España, que todavía no ha llegado a nombrarse por su protagonismo individual sino colectivo, creo que llegará a tener o ya tiene nombres propios reconocidos. En la novela, sin embargo aparece la identidad del grupo religioso y como tal colectividad aparece el grado de importancia y valor testimonial. Esto es una realidad que debe ir cambiando aunque parezca presuntuoso destacarse individualmente. A veces un veterinario como don Audelino, desde su profesión daba el mismo testimonio que aquellos esforzados colportores como su suegro Ventura Vidal, pero en conjunto el protestantismo ha mantenido un protagonismo colectivo en ningún modo invisible.
Paulino Ayuso destaca en este sentido eldiálogo de Sedano con el cochero de la tartana como significativo de esa mirada ajena. Dice el cochero: “Todos le conocemos. Es el pueblo de los protestantes”. Y más adelante pregunta Sedano: “¿Y por qué sabe usted que soy protestante?” A lo que aquel responde: “Pues, hombre, en primer lugar, por el pueblo al que va... y,sobre todo, más que por nada, porque con ustedes, más tarde o más temprano, siempre se acaba hablando de lo mismo.» (pp. 315-316) Esto deriva en un motivo de separación del resto de la sociedad. Cuando ya la dificultad de convivencia no es tan grande y no hay tanta razón de exclusión, continúa un espíritu de segregación y diferencia, que aspira a una suma pureza de conducta y que es el presupuesto que entienden necesario para mantener su identidad, amenazada por el acoso exterior (indiferencia, vacío, otras confesiones, etc.)
Los jóvenes (que han estudiado y se han alejado físicamente de la comunidad) abandonan esa confesión (sin dejar la creencia e incluso la práctica religiosa) como ocurre con los dos hijos de Muñoz. La reflexión de este personaje es significativa: primero, espera que los muchachos vayan por el buen camino (con dudas y temores) y los imagina a veces “asistiendo a los cultos, fieles a la Comunidad, casados dentro de ella, como en los clanes familiares que mantienen unidas las de otros tantos pueblos», aunque también marchándose definitivamente; y luego piensa que «quizás el problema de su Iglesia, de su propia confesión sea el de pasar esos cerros, ese río, ese puente, sin perderse a sí mismo”.
Excelente imagen de la vinculación espacial y de grupo a la identidad.
[i]Cuarenta años de un Nadal: Libro de las memorias de las cosas (Jesús Fernández Santos) Patrocinio Ríos. El Faro Noviembre 2010
[ii]Identidad religiosa y existencia. José Paulino Ayuso Ilu Revista de Ciencias de las Religiones 2005, 10 107-126
[iii]Ignacio Soldevila, La novela desde 1936, Madrid, Alhambra, 1980
[iv]Así la describe Fernández Santos esta capilla:
Es como un dado de paredes ocres, rematado por una pequeña cúpula deslucida por el tiempo. Una valla cubierta de pequeños tejadillos apenas deja descubrir el edificio coronado por ventanillos redondos como bocas de palomares. Tiene también un balconcillo breve de madera mirando al campo que allí mismo empieza, a las viñas, a punto de brotar, y a aquel monte solitario […]
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