Volviendo a don Audelino, relata que sus captores, al escucharle la expresión “si Dios quiere”, sin duda pensando que la utilizaba para congraciarse con ellos, le preguntaron: “Si Dios quiere? ¿Cuándo has dicho antes
si Dios quiere?
La respuesta fue que, desde su infancia había recibido educación religiosa de su abuela y que, convertido al protestantismo, continuó con esa práctica, porque ya consta en el Evangelio que ni una hoja de los
árboles, ni un cabello de nuestra cabeza cae sin su beneplácito.
Esta anécdota le llevó a considerar la ignorancia del pueblo español sobre religión y la historia de la misma, la religiosidad, especialmente en su expresión externa, como costumbre rutinaria, sin convicción y, confirma su opinión con apoyo de las obras del P. Sarabia,
¿España es católica? y la del P. Figar,
La moralidad en quiebra, sumamente críticas con el catolicismo hispano.Sin embargo, no cree que los españoles sean antirreligiosos, como pudiera deducirse de los brotes violentos del pueblo contra la Iglesia, sino
que opina que se trata de expresiones de un sentimiento anticlerical, que es otra cosa,como demuestran
sus conversaciones con los compañeros de prisión, obreros y liberales. Las masas que llenaban los templos
traducían una religiosidad externa, aparte de que muchos simplemente simulaban una fe para garantizar su
seguridad, en aquellos recios tiempos de la “Cruzada”.
En la Comisaría de Policía coincide con otros dos detenidos que temían por su vida, como el propio Audelino quien, sin embargo, tiene fuerzas para la esperanza y los invita a orar con él, recordando las promesas del Evangelio y la liberación del profeta Daniel. Uno de ellos le confiesa sorprendido que solo había escuchado ese tipo de oración a él, un protestante.
Nuestro protagonista pasa a la cárcel de Zamora (en la que permanece desde el 25 de agosto hasta el 3 de septiembre) con ambos compañeros y posteriormente a la de Toro, donde prosigue su labor de proselitismoentre los que compartían su infortunio, conlecturas bíblicas día y noche, oraciones y cantos de himnos religiosos, que consiguen adhesiones de algunos, aunque mayoritariamente eran ateos y blasfemos.
A su esposa, le da cuenta de estos hechos y le hace llegar una relación de los presos con los que convive y su dirección, con el encargo de que lleven a las respectivas familias el NuevoTestamento,si acaso perdiera la vida.Como le habían confiscado el Nuevo Testamento al entrar en la prisión zamorana, tuvo que recurrir a citar los pasajes bíblicos de memoria.
La penosa situación en que se hallaba poco tiempo le dejaba para otras reflexiones que no fueran las vinculadas con la esperanza de salvar la vida y, en último término, el alma, pero también encuentra ocasión para conversaciones políticas, en las que se declara “enemigo de los extremismos y partidario de un régimen en el cual todos los hombres puedan, en el mutuo respeto, sostener las ideas filosóficas o sociales o religiosas”, pese a que considera que la política corrompida es causa de las catástrofes que padecen los pueblos. La comunicación escrita con su mujer se llevó a cabo clandestinamente, con tinta simpática, con la comprensiva tolerancia del jefe de la prisión que, por cierto, fue destituido poco después. Las llamadas a las 6 de la tarde para afrontar la desgraciada suerte de muchos de los detenidos, presuntamente enviados a otra
prisión, y la descripción de su actitud ante la predicación religiosa, es realmente impresionante, como son las consideraciones que hace a su esposa (carta de 3-I-1937), refiriendo la tristeza de la pasada Navidad,“ con los sonidos tétricos de corredores y llaves con sus ecos de muerte”asociados al traslado de presos, para un triste destino en la mayoría de los casos, pues calcula que de más de 200 detenidos, no más de un par de docenas habían sido liberados.
Amante y conocedor de la Historia -dice Cordero- comenta las vicisitudes por las que pasó el cristianismo, la instauración de la Inquisición, la Reforma, con la réplica contra-reformista del Concilio de Trento y la fragmentación de las comunidades cristianas de Occidente, pero analizando sobre todo las consecuencias que todos esos hechos tuvieron en España.
Confesándose protestante, declara explícitamente que no pertenece a la confesión de Lutero, ni a la de Calvino, ni a la de Wesley, sino que es seguidor de los Evangelios, rechazando cuanto no está fundado en ellos, creyente de que nadie se justifica por sus obras humanas, personales o inventadas por organizaciones que se amparan en el nombre de Cristo, sino por la muerte del Redentor y la fe en Él. Por supuesto, invoca con admiración la tarea de los que llama “gloriosos héroes del Evangelio”, que en el siglo XVI intentaron la Reforma en España y fueron sacrificados en los autos de fe, del modo que tan plásticamente ha relatado Miguel Delibes en
El hereje.En su opinión, muchos de los males que afligieron a España (su “querida España”, como él dice) vienen de aquellos tiempos de sometimiento al cristianismo oficial, del que rechazaba cuanto tiene de estructura reglamentada y sometida a la disciplina de los intérpretes que se atribuyen la exclusiva autoridad.
Hoy, cuando la lectura de la Biblia ha dejado de ser excepcional entre los católicos, resulta sorprendente conocer que, cuando algunos de los proselitistas protestantes pasaban por los pueblos distribuyendo biblias a precio de coste y regalando fragmentos de ella, como don Guillermo Willes (¿William Willes?, que recorrió las tierras de Zamora repitiendo la aventura de George Borrow en el siglo XIX, don
Jorgito, el Inglés, autor de
La Biblia en España,que tradujo Manuel Azaña), los curas trataran de recoger y destruir aquellos “librotes”, como le contaba uno de los que compartía cárcel en Toro”.
Por fortuna, los evangélicos que celebraron en1969 el Congreso Evangélico Español, conmemorativo de los 100 años de su presencia en España, están actualmente amparados por la libertad de cultos que garantiza la Constitución de l978.
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