Aunque la represión al protestantismo en España seguía operando solapadamente, las molestias las considerábamos en estos años de 1960 como parte del testimonio de ser cristianos evangélicos o protestantes, como nos llamaban. Lo más importante de aquellos mis primeros años de converso era el gran calor con que la familia cristiana evangélica trataba a los recién llegados a la congregación.
Dios quiso que llegase a la iglesia de Zamora, cuando uno de los ancianos y dirigentes era un hijo de nuestro biografiado don Audelino González: Rodolfo González Vidal, a quien desde el primer momento reconocí como un hombre de visión y tenacidad para mantener viva la llama de la Reforma evangélica que vigorosamente floreció en esta localidad desde el siglo XVI.
En esta iglesia de Zamora se respiraba la seducción de una verdadera fraternidad.Se sentía uno atrapado entre los abrazos de Joaquín Roldán y esposa Isabel, el señor Martín y el señor Santiago así como por la prudencia del señor Amós Cordero. También de Francisco Dueñas (hijo) que muchos domingos por la tarde predicaba con ferviente ardor, aunque vivía en Toro. Cada uno de los hermanos zamoranos está siempre en mi corazón altamente agradecido por sus vidas que siempre fueron mi apoyo.
Sobre todo mi corazón agradecido al Señor encontró en la esposa de Rodolfo González, Lidia Vidal, la madre que perdí a temprana edad. Ella era una mujer realista y práctica, simpática, ingeniosa, siempre amable y entregada a los demás. Todos ellos se merecen mejores palabras que las mías para no perder esta memoria del protestantismo.
Cuando hice el servicio militar, estuve destinado al campamento del Ferral (León) y luego en Zamora. Tengo que reconocer que la mili fue un buen lugar para dar testimonio, aunque todavía recurríamos al artículo 6 del “Fuero de los Españoles” para reclamar nuestros derechos de tolerancia religiosa. Pero lo más importante fue encontrarme en León con una familia excepcional.
Don Audelino, que así lo llamábamos, y doña Abigail, junto a sus hijas y yerno, abrieron su casa y su corazón mientras estuve haciendo los tres meses de instrucción militar.
Me solía quedar los fines de semana en una habitación que ellos habían dispuesto para mi. En la mesilla de mi dormitorio siempre aparecían los últimos libros comprados por el gran bibliófilo que era don Audelino.
Comenzó a poner entre mis lecturas los libros originales de todos los
Reformistas Antiguos Españoles de Usoz i Rio, comenzando por
Las Artes de la Inquisición, mientras me informaba de curiosidades editoriale
s. Me explicaba las características de cada edición, su tamaño, la textura del papel, su dificultad en la edición pero, sobre todo, el contenido de cada obra. Don Audelino sabía cómo enganchar en la lectura, te engolosinaba con su pasión de bibliófilo.
Aquella biblioteca suya era un tesoro que yo no tuve tiempo de valorar y disfrutar, pero me introdujo el gusanillo de la historia del pueblo evangélico, hecha también de biblias, revistas y libros como quedaba reflejado en aquella biblioteca.
Siempre recuerdo aquellas conversaciones en la comida y la sobremesa. Don Audelino me mostraba las cicatrices del corazón y sus dolorosas persecuciones con el orgullo de haber servido a la causa de Cristo. La cárcel, las privaciones, no solo provenían por causa de sus amistades republicanas, sino que se confundían y mezclaban con los ideales de servir en la Obra de Dios.
Percibía en sus palabras cierta añoranza por la República como un tiempo de libertades y de grandes ideales para emancipar y librar de las cadenas clericales al pueblo español. Creo que don Audelino no era político en sentido estricto, sino que amaba la libertad y la “res publica”, a la que sirvió desde los parámetros de cristiano evangélico y veterinario. Algunas veces me hablaba de hombres que había conocido y compartido con ellos algunos ideales políticos y sociales, pero yo le notaba cierta precaución al tratar estos temas conmigo, joven inexperto que no sabía de las consecuencias represivas del nacional-catolicismo si se aireaban estos ideales de la República o los nombres de exiliados republicanos.
Don Audelino había conocido a personajes republicanos importantes como Justino de Azcárate, que fue elegido en 1931 diputado por León y sería subsecretario del Ministerio de Justicia con Manuel Azaña. Propondría don Audelino como presidente de honor del Montepío Veterinario a otro ilustre republicano,
Félix Gordón Ordás, leonés de nacimiento, gran científico veterinario y político republicano que después de la Guerra Civil se exilió en México. Por parecidos motivos conoció a don
Moisés Calvo Redondo (1883-1954), catedrático de la Escuela de Veterinaria de Zaragoza, republicano convencido y gran amigo de don Félix Gordón Ordás, a cuyos dos “pecados” unía su condición de miembro de la Iglesia Evangélica Española
[i].
También conoció a
Benito Pérez Galdós, el gran escritor, entonces periodista canario, que luego plasmaría en sus escritos no sólo a los “anabaptistas” de Lavapiés y los presbiterianos de las Peñuelas, sino que tanto en “Fortunata y Jacinta” como en “Tristana”, menciona a los “Hermanos”. Al hablar de la maestra de inglés de Tristana, Galdós dice que era una misionera que “ejerció en la capilla evangélica” de Chamberí.
[ii] A
Miguel de Unamuno no se cuando lo conoció pero tengo por cierto que estaba entre sus conocidos.
Pero el perfil humano de don Audelino, que pude apreciar por años, residía en que cualquier persona por insignificante posición social que tuviese, lo trataba con dignidad, con sumo respeto y gentileza, como criatura de Dios. Aunque hubiese diferencias de edad, como era el caso mío, pude intercambiar revistas evangélicas antiguas con él como si fueran cromos entre dos niños y él siguió preocupándose por mi y por mi familia. Con don Audelino todos éramos también una familia. Él sería el que nos casó en la iglesia evangélica de Gijón, C/ Pendes Pando, 22 estando dispuesto a hacerlo desde el primer momento que se lo propusimos, aunque él entonces residía en León.
En aquellas largas charlas que ocupaban su siesta por deferencia a mi, me fue desgranando su vida de la que ahora no me acordaría si no la hubiese escrito Miguel Cordero del Campillo[iii] y el hijo de don Audelino, Rodolfo González Vidal[iv].
[i]Veterinarios republicanos en la guerra civil y el exilio. Miguel Cordero del Campillo. 100 Centenario Cuerpo Nacional Veterinario.
[ii]Historia de la Iglesia Evangélica de Hermanos en Trafalgar. Página Web. http
://iehtrafalgar. webcindario.com/historia.html
[iii]Audelino González Villa (1901-1984) Un veterinario evangélico ejemplar . Miguel Cordero del Campillo. Actas X Congreso Nacional, IV Iberoamericano y I Hispanoluso de la Veterinaria 22-23 Octubre de 2004. Este autor- Miguel Cordero, se confiesa pariente de Amós Cordero, protestante en San Miguel del Valle y después en Zamora, con cuyos hijos también evangélicos, conviví algunos años en la iglesia de Zamora.
[iv]Rodolfo A. González Vidal:
"Audelino González Villa (1901-1984). Veterinario, bibliófilo y heterodoxo en Benavente". Revista Brigecio 16.2006
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