No hace muchos meses que apareció un interesante artículo sobre el “Archivo secreto del Vaticano”[i] acerca de los protestantes españoles. No me ha resultado novedoso su contenido porque la memoria protestante aún alcanza aquellos años de represión continuada, aquel espíritu combativo hacia lo protestante.
Los sesenta años que analizan los diferentes obispados de España (1869-1930), tienden como siempre a minimizar el movimiento protestante y expresar, como dice el autor José Ramón Hernández Figueiredo, “un celo inmoderado por la defensa de la fe o, lo que es peor, una excesiva vinculación con los poderes políticos, que los llevaron con frecuencia a sucumbir a la tentación de una intolerancia que no parecía recordar el ejemplo y la doctrina del Señor”.
Estoy de acuerdo con el autor en que la reactivación en España del protestantismo es producto del reavivamiento por el mundo anglosajón, el “Reveil” o “Despertar” de los países protestantes a comienzos del XIX.
Como ya he escrito en otras ocasiones, salir del anonimato en un país que perseguía con violencia toda disidencia religiosa no hubiese sido posible en otro momento que en el siglo de la Ilustración y del Liberalismo en España, casi un siglo atrasada respecto a Europa.
Pero fundamentalmente los vientos de la espiritualidad del Despertar (Rèveil) europeo, trajeron hombres avivados y empujados a
la tarea de la evangelización de una España que de tanto ser católica romana había dejado de ser cristiana.
Jovellanos señalaba a la impiedad y la superstición como males a prevenir. El mal que aqueja a la iglesia católica- dirá Jovellanos- no se debe a los herejes que pongan en duda puntos concretos del dogma y de la moral. Los ataques vienen de los
impíos e incrédulos que atacan en bloque y de raíz la religión revelada”
[ii] En el extremo contrario al de los impíos, encuentra Jovellanos el fenómeno de la
superstición a la que ya Feijoo había calificado de “hija de la ignorancia”. Jovellanos dice que “es madre del fanatismo, si acaso el fanatismo no es la misma superstición puesta en ejercicio”.
Pero lo que más le dolía a Jovellanos “es que los muchos curas y frailes que viven a costas del pueblo y que debían y podrían dirigirlo espiritualmente, elevarlo, instruirlo, no solo no lo hacen sino que lo mantienen en su ignorancia y hasta se la cultivan”.
[iii]
En este informe vaticano la idea fundamental es la defensa de la unidad religiosa católica en España al surgir con fuerza el liberalismo progresista en el que los protestantes veían esperanzados una puerta abierta para que se estableciera la libertad religiosa.Con los datos aportados por los obispos se pretende informar al Vaticano de la situación del protestantismo español en todas sus facetas sociales políticas y religiosas.
Con la Regencia de Espartero y el Bienio reformador de 1854-1856 la evangelización protestante creyó en un triunfo de la implantación del Evangelio en España, pero no fue así totalmente. Y en parte sería así por la tan
desproporcionada reacción de la iglesia católica que buscó todos los apoyos políticos y todas las fuerzas de propaganda propias, para sofocar de inmediato el intento.
No sería hasta el año 1869 en el que se plasma en el artículo 21 de la Constitución el derecho a la libertad religiosa, aunque el catolicismo siguió siendo la religión oficial.
Cánovas en la Constitución de 1876 logra quela libertad religiosa quede expresada en dos artículos: “el ejercicio de todos los cultos es libre en España” (art. 34); “queda separada la Iglesia del Estado” (art. 35).
Sin embargo en la práctica no era la libertad de cultos, sino solo la tolerancia del culto privado.
Canalejas en una real Orden el 10 de junio de 1910 dará un paso más de libertad hasta conseguir que haya signos religiosos externos que distingan los edificios de las diversas confesiones. Dice Gerard Brenan
[iv] a este respecto: “El único avance logrado fue (y ello no sin violentas protestas de los obispos, procesiones de señoras elegantes por las calles de Madrid y reconvenciones del Vaticano) el permiso concedido a las iglesias protestantes para erigir una cruz o cualquier otro símbolo sobre sus edificios. Se decía que el rey de Inglaterra se había negado a visitar Madrid mientras no fuera otorgada esta concesión.
[i]El Protestantismo en la España de la II República a la luz de los Informes del Archivo Secreto VaticanoPor José Ramón Hernández Figueiredo. Hispania Sacra, LXIII 127, enero-junio 2011, 305-371;
La II Repúblicay la Guerra Civil en el Archivo secreto Vaticano. Documentos Del Año 1931 Edición Preparada por Vicente Cárcel Ortí. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid - MMXI
[ii]Jovellanos: antropología y teoría de la sociedad Volumen 2 de Colección del Instituto de Investigación sobre Liberalismo, Krausismo y Masonería Publicaciones de la Universidad Pontificia Comillas Autor José Luis Fernández Fernández Editor Univ Pontifica de Comillas, 1991, pág., 283
[iii]Diarios, 24 de abril de 1795
[iv]El Laberinto español. Gerard Brenan. 1950. Una de las tesis de Brenan es que laEspañamoderna debe su existencia como nación a la Reconquista, guerra santa que siguió con los protestantes. Dice:“Durante ocho siglos, la tarea de expulsar a los musulmanes fue la vocación propia de España, y la unidad del país fue la recompensa del feliz cumplimiento de esa misión. Por entonces, el ímpetu del cruzado había llegado a formar parte del carácter nacional de tal manera que, hasta el agotamiento completo sobrevenido en el siglo XVII, continuó la guerra santa contra los protestantes, con total descuido de los propios intereses. Como es natural, la Iglesia desempeñó un destacado papel en estos sucesos. El clero era el guardián de la gran idea por la que los españoles luchaban, y bajo su influencia éstos se acostumbraron a pensar que toda divergencia de opinión era delictiva y que todas las guerras eran ideológicas. Luego, en 1812, la Iglesia se vio envuelta en una lucha política con los liberales. Esta lucha condujo a una guerra civil que duró siete años y, aunque la Iglesia perdió, la política y la religión quedaron tan fatalmente entrelazadas que en adelante nunca pudieron separarse. Esto quedó claro cuando se vio que la derrota de la Iglesia la había arrojado en brazos de los terratenientes, de manera que en adelante atacar a una de estas fuerzas significaría necesariamente atacar a la otra. La religión que había desempeñado en los conflictos sociales de los siglos XVI y XVII un papel armonizador, era ahora un factor de exacerbación.
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