Fray Luis de Granada, es otro de los hitos de la espiritualidad del siglo XVI, junto a Juan de la Cruz y Teresa de Jesús. Sobre ellos ya se han escrito infinidad de libros e infinidad de opiniones. Con ellos se encuentra la piedad evangélica, entremezclada con el misticismo visionario propio del siglo XVII.
Como manifestará Bataillon de Luis de Granada, en su conjunto, la
Introduccióndel símbolo de la fe brilla con resplandor más exterior que el
Libro de la oración y la
Guía, pero contribuyen poderosamente a modelar la piedad de la llamada Contrarreforma. Aun así el tema del “beneficio de Cristo”, beneficio de la Redención, tema de los contemplativos y valdesianos, es uno de aquellos sobre los que Diego de Estella habló una y otra vez con visible predilección, en sus
Meditaciones, en su
Libro de la vanidad del mundo y en sus
Comentarios sobre San Lucas.
Fray Diego de Estella, del que hay dudas fuese converso, escribe su primera obra en 1562: “
Libro de la vanidad del mundo”. Lo mejor de Estella es su
Comentario sobre el Evangelio de San Lucas aunque, al leer ciertos pasajes, los inquisidores se alarmaron y solicitaron expurgación del libro. El sentido alegórico con el que se interpretaban tan arbitrariamente los textos bíblicos, toman en Estella un sentido más literal y de buen sentido, escudriñando en cada palabra los profundos misterios. Aunque este autor, como muchos autores católicos, se indigne de la vanidad y pompas del culto, del fariseísmo de los “prelados” que “no son pastores sino tiranos llenos de soberbia”, siempre aparece el sentido ascético místico. En estilo ágil, en el
Libro de la vanidad del mundo leemos:
De la victoria de sí mismo.
Job 7.La vida del hombre es una continua guerra sobre la tierra, dice el Santo Job. No puedes vivir sin batalla, y donde quiera que fueres tendrás guerra, porque en ti mismo llevas quien te contradiga. En un hombre pone el Apóstol dos hombres, y tan juntos, que no pueden estar el uno sin el otro, ni pueden tener pena, ni gloria, y tan diferentes, que la vida del uno es muerte del otro. Son tan presos y andan tan encadenados, que siendo dos son uno, y siendo uno, son dos. Entre estos dos hombres pasa toda la contradicción de nuestra vida. Por lo cual el Apóstol les dio diversos títulos, llamando al uno espíritu, y al otro carne, al uno anima, y al otro cuerpo: al uno ley del alma, y al otro ley de los miembros, y al uno hombre interior, y al otro hombre exterior. Andad según el espíritu, dice el Apóstol, y no pondréis por obra los deseos de la carne. Moriréis si viviéredes según la carne, y viviréis sí mortificáredes la carne al espíritu. La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Novedad grande de guerra, que en la batalla se busca la paz, y en la paz batalla. En la muerte vida, y en la vida muerte. En la servidumbre libertad, y en la libertad servidumbre. La libertad y poderío del bueno se muestra en vencer a sí mismo, y sujetar sus pasiones. Refrenar apetitos, es virtud animosa, y seguirlos muy grande flaqueza. Más es de tener por fuerte el que vence las codicias, que el que vence los enemigos. En el Salmo tercero dice David a Dios: Tu heriste a todos los que contra razón me perseguían y quebrantaste los dientes de los pecadores, según lo demuestra el título de este Salmo: compúsole David cuando huía de su hijo Absalón, que lo echaba de su casa y de Jerusalén, y se alzó con el Reino. Canta David la victoria huyendo de su hijo, lo cual parece contra razón, que celebre la victoria el que huye como vencido. Pero por otra más señalada victoria da las gracias David, que es por haber alcanzado victoria de sí mismo, y de sus propias pasiones y apetitos, y tanto, que Semeí en este camino tirando piedras, y maldiciendo al Santo Rey, tan señor era de sí mismo, que queriéndolo matar sus Caballeros, lo prohibió David. Huir del mundo no es ser vencido, sino ser vencedor”
[i]
Malón de Chaide (1530-1589), discípulo de Fray Luis de León, ha pasado a la historia de nuestra mística por su
Libro de la conversión de la Magdalena (1588).El autor divide la vida de esta portentosa mujer en los tres estados de pecadora, de penitente, y de santificada. Es este escrito un tratado, o más bien, un sermón de la vida de la Magdalena, en cuya composición no quiso el autor guardar el estilo acostumbrado de la oratoria del púlpito, sino hacer una declaración de cada palabra del Evangelio que canta la Iglesia en la fiesta de la santa.
Así lo previene él mismo en la introducción, cuando dice, para justificar el nuevo rumbo que tomó en este tratado: “Que, pues la Magdalena fue santa tan sin guardar Dios el orden y regla ordinaria que acostumbra en las conversiones de los demás santos, no será mucho que tampoco yo siga el estilo común que suelo en predicar de los santos ordinarios. Y así pretendo despedirme en este mi sermón de las leyes y preceptos que dan los más acertados predicadores, y gozar de la libertad de ingenio en este proceder. Y prevéngome en esto para los demás que en este mi libro escribiere, por salirme de una vez de todo ello, y por rematar con los censores, que quieren reglar el querer ajeno conforme a su antojo”. Antonio de Capmany dice que le sobra fausto y aderezo. “Así estuviese colocado con más parsimonia, y con mejor gusto y aliño en algunas partes”. El tema de la unión del alma con Dios es menos patente en la conversión de la Magdalena que apenas aparece la palabra. El centro parece este: “Ya se ve María con su amado: ya está hecha aquella unión y lazo de amor entre Dios y el alma: ya el rayo de la hermosura soberana la ha arrebatado a su centro, que es Dios. Contenta esta María, ya ama María, ya arde, ya goza, ya sale de si, ya no vive en si, ya vive en su amado: ya vive y muere, ya descansa y pena; ya teme y espera: ya llegó el hallé al que amaba mi alma. Hallado le ha María. A la sombra del deseado de mi alma me asenté, a los pies de mi Señor me veo, al tronco del árbol de la vida estoy: dulce fruto es el suyo para mi garganta: fruto de vida es el que he cogido. Díceme mi amado: Estando en medio do tus pecados, revuelta en tu sangre y abominaciones, muerta en tus torpezas y fealdades, pasé yo . Vi que te acoceaban y hollaban cuantos pasaban, y movido a compasión y lastima, te dije: vive, alma muerta. Digo, que estando aun en tus maldades, te dije: alma perdida, vuelve, levántate, y vive...”
[ii]
Las reformas católicas después del Concilio de Trento “produjeron innovaciones decisivas en la organización de los beneficios eclesiásticos. Las viejas “prácticas financieras”, que tanto habían dado que hablar desde los tiempos de Aviñón, expectancias, regresiones, accesiones, etc., fueron pura y simplemente abolidas, mientras se introducían enérgicas reformas en otros puntos y se prohibía la acumulación de varias prebendas en una sola mano, lo que por lo demás resultaba ya imposible al establecerse la obligación de residencia. Por su parte, el papa estuvo totalmente de acuerdo en que tanto él como la curia perdieran con este motivo una gran parte de sus rentas.
Sería, en cambio, erróneo pensar, como a veces se hace, que el concilio de Trento imprimió un nuevo rumbo e infundió un nuevo espíritu a la vida religiosa. Le aportó, sí, claridad y limpieza, corroboró su valentía y su sentimiento de responsabilidad, pero no creó ningún tipo nuevo de santo. Ni era tampoco necesario. Trento representa un hito en la trayectoria de la Iglesia, no un viraje ni una ruptura.(Hertling (S.J), 1989, pág. 293).
[i]Tratado de la vanidad del mundo con las cien meditaciones del amor de Dios, que compuso el v. p. fr. Diego de San Christoval, conocido por el apellido de Estella su patria en el Reyno de Navarra. Tomo II Madrid 1785 pág. 52
[ii]Tesoro de los prosadores españoles Escrito por Antonio de Capmany, Eugenio de Ochoa, Antonio de Capmany y de Montpalau Año 1841 - 584 páginas Pág. 440-441
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