Pero quienes ya se han dedicado al estudio de la espiritualidad de esta época, consideran la imposibilidad de un certero análisis por el gran volumen de obras
[1].
Aún pareciendo un riesgo llegar a conclusiones tan simples, se pueden apreciar dos grandes corrientes, aunque haya variedad de matices específicos en cada espiritualidad.
La primera de las corrientes concentra un buen número de escritores que desarrollan parecidas temáticas y que sirven al mantenimiento del estado religioso tradicional, vigilan las virtudes y valores cristianos desde el punto de vista clerical, aunque lo hagan desde una crítica, a veces mordaz, contra los abusos del clero y las órdenes monásticas.
Pero siempre inciden en aspectos formales de los sacramentos de la iglesia, los modelos de oración, la observancia de las reglas, etc., sin apenas análisis teológico renovado.
La segunda corriente tendría los elementos típicos del siglo XVI, analizando y explicando los textos bíblicos, llamando a una verdadera piedad desde la interioridad y desde la fe. A esto se ha llamado paradójicamente secularización, porque se hacía teología al margen de la iglesia y muchos pagaron con su vida el haber encontrado otra espiritualidad en la Biblia. “Por otra parte, -expone Bataillon con bastante benevolencia-, en contraste con el materialismo de la plebe, las tendencias evangélicas que constituyen el vigor de la reforma franciscana o de la reforma dominicana se encarnan en una minoría monástica entregada a la espiritualidad”. (Bataillon, 1995)
Aceptamos pues esta
minoría de la que habla Bataillon, como representativa de ciertas inclinaciones hacia una espiritualidad más sincera, pero en muchos casos se siguió por los cauces tradicionales, como lo iremos notando. Adolfo de Castro es contundente y claro: “Si un fraile como Lutero pedía reformaciones en Alemania, otro fraile las pedía también en el corazón de España. Pero, una diferencia, harto notable para las personas amantes de inquirir lo cierto en el estudio de las antiguas historias, se levantaba entre las audaces pretensiones de entrambos quejosos. El fraile alemán solicitaba con la reformación del clero la del dogma: el religioso español solo pedía la del estado eclesiástico”(Castro A. d., 1851, pág. 27).
Pero insistiendo en estos aspectos de la reforma de la piedad, vemos que algunas reformas como la de los jerónimos, llenos de riquezas y de rivalidades, no se invocaba sustancialmente una vuelta a la virtud y al Evangelio, sino que se solicitaba a los monjes apartasen menos tiempo para vigilar sus granjas.
Entre las medidas para reformar su espiritualidad, estaban la averiguación de la economía de los conventos, prohibiéndose a los religiosos vivir en las granjas, amonestándoles a reducir los viajes por razones familiares y la recreación que se tomaban ante la visita de los seglares. Existía un proletariado espiritual que ofrecía un espectáculo nada edificante y solo existía una minoría monástica entregada a la espiritualidad. Era necesario que las inquietudes religiosas y de reformación, tuviesen asiento en la conciencia individual con un sentido crítico de las creencias y una búsqueda teológica enraizada en la Biblia. La reforma católica Romana, que existió posteriormente al movimiento evangélico, estaba asentada en otras bases de religiosidad externa y en cuyo edificio no existía esa espiritualidad cristocéntrica que debería estar en la mayoría de los ámbitos de la cristiandad española. Con suma habilidad intelectual se suele argumentar que los vicios y la impiedad, desaparecieron en gran manera en las Órdenes con estas reformas emprendidas desde el siglo XIV y XV. Sin embargo, ningún cristiano en estos siglos experimentó la necesidad de hurgar en el alma y la esfera de la intimidad, sino que supieron integrar lo religioso dentro de su sistema cultural. Aristócratas y religiosos supieron armonizar (también monopolizar) lo sagrado con el linaje y la cultura. Se había convertido la interioridad y lo sagrado en una combinación de elementos plásticos, escenográficos, sonoros y hasta luminosos que representaban sentimientos efímeros que no se correspondían con las virtudes alabadas.
Lo que parece una constante ideológica[2] es que en este periodo de finales del XV y hasta mediados del XVI, se produce, “a partir de centros emisores diversos y desconectados, y de forma en principio no programada, un conjunto de objetos con capacidad de comunicación (libros) cuyo contenido informativo-ideológico es percibido por el conjunto de la sociedad como homogéneo o, al menos, como bastante homogéneo”. Melquíades Andrés elabora una lista de 1200 obras desde 1485 a 1750, pero nuestro análisis no rebasará los años de 1560, por ser aquellos años en los que la
espiritualidad evangélica tiene componentes específicos. Lo más sobresaliente es el enorme peso moral de la mayoría estos libros, de tal manera que podría decirse eran verdaderos tratados de urbanidad católica o de vicios y virtudes. Los más avanzados en teología explican los Mandamientos y el Credo, y estos ya tienen una preocupación espiritual diferente, como pueden ser el
Diálogo de Doctrina cristiana de Juan de Valdés o la
Confesiónde un pecador de Constantino, que entrarían dentro de la literatura evangélica del XVI. Muchos autores católicos afirman que España en el siglo XVI se convirtió en el centro de la espiritualidad cristiana, pero la abundancia de escritos no acredita una mayor calidad y conocimiento de la teología que moviese a la piedad y renovase el entendimiento. Si contásemos solo los comentarios bíblicos de los profesores reformados de las universidades alemanas, nos daríamos cuenta de la exageración de tal postura por parte de los autores católicos.
Pero dicho lo anterior, sobre esa espiritualidad moralizante y exterior, existen entre los años 1560 a 1610 una explosión de autores militando en el campo católico con conocimientos bíblicos y renovada espiritualidad que nos sorprenden.Es obligado reconocer este hecho que parece extraño al haber muerto en la hoguera y en las cárceles secretas muchas personas por explicar la Sagrada Escritura. Quizás la explicación de este hecho singular es que son autores jesuitas que comienzan su Contrarreforma con las mismas armas que el movimiento evangélico, pero, las más de las veces, con sentido apologético. Es como el efecto retardado, de 70 años atrás, que los movimientos de reforma y espiritualidad evangélica habían producido en las mentalidades finiseculares.
Muchos siguen siendo críticos sin (aparentemente) muchos miedos a la Inquisición, pues el lugar de donde beben es la Biblia. No se recurre en exceso a la tradición patrística y parecen ignorarse las constituciones
[3] conciliares de Trento contra la Biblia, pero en muchos casos resulta ser un fundamento tan fuerte y cristocéntrico que sería imposible prohibirlo. Analizaremos algunos de estos libros, entre los más destacados, pero primeramente analizaremos las propuestas de piedad que hemos denominado moralizante y ascética.
El Purificador de la conciencia(1550) de fray Agustín de Esbarroya, “citando al cardenal Cayetano, afirma que es defecto lamentable “no oír la voz del Pastor que nos llama de dentro”, y que uno de los beneficios más señalados que Dios puede hacer es “esperar a penitencia”, por lo que el hombre debe “abrir los ojos del entendimiento, y mirar cuantos momentos, horas y días, meses, años ha que Dios nuestro Redentor... le espera, para que a él se convierta..., no cerrando los ojos y oídos para ver los beneficios y mercedes que de Él recibieron, y oír las aldabadas que da a las puertas de sus conciencias”. Como puede comprobarse, la presencia de los elementos bíblicos es aquí fragmentaria e indirecta: aparecen el amante-Pastor, la llamada, la espera interminable el sueño (aunque sólo implícitamente), las aldabadas y la puerta.
Hasta aquí, el recuerdo de Cantares es claro. Pero hay una contaminación con el texto de San Juan al convertirse el esposo en pastor, mientras la alegoría ve en la esposa al pecador, en la llamada la invitación a la penitencia, en los ojos cerrados por el sueño la desatención e inadvertencia culpable, en la puerta la conciencia. Es notable, por otra parte, que el reclamo divino se haga, no desde fuera, sino desde lo más íntimo del alma, recuerdo sin duda, del método plotiniano de buscar a Dios por un proceso de interiorización, divulgado por el Seudo Agustín en sus leidísimos
Soliloquios: “No te hallaba, Señor, de fuera, porque mal te buscaba fuera, que estabas dentro”.
[4] Es significativa esta obra, porque arrancando de la Biblia, concretamente de estos tres textos:
Cantares 5: 2-5; Apocalipsis 3:20; y Juan 10: 1-5, desarrolla un tema profano.
[1] Melquíades Andrés, en su
Historia de la mística de la Edad de Oro en España y América, ha enumerado mil doscientos títulos distintos de obras de espiritualidad para el periodo 1485-1750
[2] Rafael M. Pérez García
La Construcción Socialde la emisión ideológica. El caso de la literatura espiritual en la España del Renacimiento. Ámbitos, número 9-10 Universidad de Sevilla .Sevilla, España
[3] Los capítulos
“De Reformatione” o el “
Decretun de iustificatione” apenas tienen consecuencias prácticas. Sin embargo representó desde entonces una gran dificultad el conocimiento de la Sagrada Escritura por estar prohibida en lengua vulgar (1546), pero también el poder recurrir a los autores que aparecían en el “
Index Librorum prohibitorum” Sección XVIII
[4] El tema sacro de «La Ronda del Galán»(¿Fray Luis Fuente De Lope?)Cristóbal Cuevas
Universidad de Málaga. Academia Literaria Renacentista I Fray Luis de León.- Universidad de Salamanca 1959
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