Afirmaba que “la mayor parte de los humanistas españoles, tal vez incluso podíamos decir los mejores, dedicaron sus esfuerzos a la recuperación y estudio de la tradición religiosa judeocristiana. Por lo tanto, sabemos que lo más cultivado en España fue la teología, tanto la especulativa o escolástica como la positiva o bíblica. Pero incluso el desarrollo del Humanismo bíblico se vio frenado en España por la intervención de la Inquisición. Los humanistas españoles sintieron pronto los peligros de dedicarse al estudio filológico de la Biblia, por lo que muchos de ellos decidieron, finalmente, abandonar el estudio del hebreo y de la Sagrada Escritura. En consecuencia, Baltasar de Céspedes, al publicar en el año 1600 su conocida obra
Discurso de las letras humanas, excluye del campo de los estudios de humanidad tanto a la Biblia como a la lengua hebrea. Ambas cosas quedan reservadas para los teólogos. Más decisiva aún fue la intervención de la Inquisición para acabar con el débil desarrollo del Humanismo científico en España. Al llegar el siglo XVII la Inquisición, que hasta entonces había condenado sólo a algunos científicos y por razones religiosas, lo hizo ahora de forma masiva y por razones científicas. En efecto, el Índice de Bernardo de Sandoval (1612) y, sobre todo el Nuevo Índice de Antonio Zapata (1632), incluyen entre los autores condenados, de una u otra forma, a la mayoría de los científicos importantes del momento y lo hacen en cuanto tales.”
Como en toda proposición, hay algunas excepciones reconocidas por la ciencia y algunas aportadas por los pensadores y reformadores españoles.
Es el caso del
“Examen de los ingenios” del calvinista español
Juan Huarte de San Juan, la obra más científica y reconocida de su tiempo por su modernidad y consideraciones científicas, no solo en España sino en toda Europa. En el
Examen de ingenios para las ciencias aparece subyacente la teoría del conocimiento y se inscribe en el contexto del escepticismo tardo renacentista vigente en la cultura europea a raíz de la reforma religiosa desencadenada por Martín Lutero.
El
Examen sigue el programa social y pedagógico expuesto por Platón en la República. En cuanto a la interpretación de las Sagradas Escrituras vemos que Huarte acepta el significado literal de la mayor parte de los pasajes que cita y argumenta sobre ellos con lo que hoy nos parece una mezcla ingenua y chocante de fe, dogma, lógica y casuística empírica. Afirma que “de muchos sentidos católicos que la Escritura puede recibir, yo siempre tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación”.
[i] De la Escritura dice “Es muy misteriosa, llena de figuras y cifras, oscura y no patente para todos [...] Sin embargo, en el decurso de la obra vemos cómo, cuando le conviene, afirma que tal o cual expresión no hay que interpretarla literalmente, sino conforme a la filosofía natural: “Por donde el que construyere la letra, y tomare el sentido que resulta de la construcción gramatical, caerá en muchos errores.” Esto no sería un atrevimiento si lo dijera un teólogo, pero lo es en el caso de Huarte, que no tenía título alguno para tocar los temas teológicos. Razón suficiente para que el Tribunal de la Fe lo conminara a suprimir completamente ese capítulo en posteriores ediciones. Claro es que había algo más peligroso que permitir que un simple médico entrara en disquisiciones teológicas y era que el tema de la libre interpretación de las Sagradas Escrituras era uno de los puntos fundamentales del enfrentamiento entre Lutero y las Iglesias reformadas con la Iglesia de Roma. En su pasión por defender que el alma infusa por Dios en el hombre no era sólo entendimiento, sino igualmente memoria e imaginativa, sin que eso menoscabara su condición de inmortal, Huarte llegaba a afirmar que la certidumbre acerca de la inmortalidad del alma no se alcanzaba mediante la razón, sino mediante la fe. Esto iba totalmente en contra de la teología escolástica tomista y desprendía un sospechoso aroma de luteranismo”
[ii].
En parecida línea al humanismo europeo se encuentra el filósofo
Sebastián Fox Morcillo, hermano del protestante Francisco Fox Morcillo, quemado en la hoguera de los Autos de Sevilla y evangélico como él. Sebastián como dice la Enciclopedia Ger, fue un filósofo humanista español, conciliador de las doctrinas de Platón (v.) y Aristóteles (v.). Nacido en Sevilla en 1528, de una familia oriunda de Francia; moría en 1559 ó 1560 cuando, desde los Países Bajos, se dirigía a España para ocupar el cargo de preceptor del príncipe D. Carlos por encargo de Felipe II.. A pesar de todo, Fox Morcillo representa, junto a León Hebreo y Miguel Servet, la cumbre del neoplatonismo español del XVI, si bien se trata de un platonismo sereno, realista, que “no dejó penetrar por ningún resquicio en su ontología la doctrina del éxtasis, volvió los ojos a la naturaleza y al método experimental”
En consonancia con la tesis anterior que defiende el siglo XVI como un paréntesis para las ciencias entre los siglos XII y XIV con el siglo XVII, siendo el XVI el siglo de las ciencias bíblicas y la espiritualidad evangélica, sostenemos también con
José Amador de los Ríos, buen conocedor del mundo de los conversos de judíos, que muchos tesoros de la edad Media sobre estas ciencias religiosas son desconocidos y es justo reconocerlo. El siglo XIII y XIV había sido un tiempo de vigoroso y apasionado movimiento intelectual que se había dirigido hacia los extravíos y supersticiones de la muchedumbre y los había guiado hacia la bienandanza – expondrá Amador de los Ríos-. Una preocupación constante sobre la filosofía y la teología comenzó a desarrollarse en el seno de aquella sociedad por los “muy ilustres tránsfugas del judaísmo”. “Muchos, y por extremo respetables, eran los varones que en uno y otro concepto se habían distinguido.
De teólogos eminentes fueron reputados desde el siglo anterior el agustiniano don
fray Alonso de Vargas, obispo de Badajoz y arzobispo de Sevilla, famoso por su libro
Contra Judaeos, y el antijudío don Pablo de Santa María, lumbrera de las letras sagradas, que siendo respetado maestro de don Juan II, vinculó su nombre en la historia de aquella ciencia con su
Scrutinium Scrípturarum y sus
Apostillas a Nicolás de Lirá. Por doctos eran también celebrados el dominicano don
fray Juan de Torquemada, obispo de Orense y cardenal de San Sixto ; el jeronimiano
fray Alonso de Oropesa, general de aquella Orden, a quien ilustraba al propio tiempo la fama de sus escritos y de sus altas dotes oratorias ; el franciscano
fray Alonso de Espina, señalado predicador, que salido de la Sinagoga, como Pablo de Santa María y sus hijos, contribuía también con su
Forlalitium fidei al lustre de la doctrina católica , y otros no menos aplaudidos, entre los cuales brillaban un
don Tello de Buendía, un Juan de Mella, un Raymundo Sabunde, y sobre todos el ya mencionado
Alfonso de Madrigal, “universal océano de las ciencias .. (Amador de los Ríos, 1805, pág. 308)
[i]Esta hermenéutica del sentido literal, donde la filología encuentra el significado por las palabras de la Escritura es la que prevalecerá en la Reforma, pues todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundamentan sobre el sentido literal.
[ii]Examen de ingenios .- Sergio Toledo Prats
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