El autor le describe al principio como teniendo una vida atormentada “alma atormentada” expresión que yo entendería mejor no tanto en el sentido de que Calderón fuera un ser atormentado sino de que las persecuciones constantes lo atormentaban y le afligían. Las notas de Romera no solo avalan la procedencia del dato sino que documentan ampliamente cualquier curiosidad. Una de las notas nos dice:
“La versión suiza de 1830, en Émile Guers,
Vie de Henri Pyt… p. 168-169, añade algo más (la traducción es mía): Me contentaba con ser lo que el mundo llama un hombre honesto, sin desear nada más. Me encontraba en esta disposición cuando la guerra terminó, y fui obligado a volver al convento. La ley me forzaba a ello. Me conformé, pues, a este género de vida en todas las cosas exteriores que exigían unas reglas de institución humana. Al mismo tiempo, experimentaba un deseo insaciable de conocer la verdad y, desesperando encontrarla en mi religión, me apliqué al estudio de las obras de los filósofos. Voltaire, Rousseau, Holbach, Dupuis, Spinosa, Volney etcétera se volvieron mis maestros de escuela. Cuando se ignora en qué consiste realmente el Evangelio de Cristo y se siguen las enseñanzas de tales maestros, es fácil prever el resultado.
En segundo lugar nos incluye Romera la Respuesta de un español emigrado a la carta Padre Areso. Areso también había huido a Francia por sus ideas, pero militaba en el bando católico y había escrito una carta a los españoles emigrados en Francia para precaverlos contra la lectura del Nuevo Testamento. Calderón dará la vuelta al argumento y le dirá que los españoles emigrados son los que tendrán que prevenirse de él. Uno de los argumentos lo expresa así: “Otro lazo armado en su carta a los incautos consiste en la aplicación que usted hace de la maldición que se pronuncia en el Apocalipsis contra los que añaden o quitan alguna cosa de las Santas Escrituras, pues, sin decirlo expresamente, cuenta usted como omisión culpable el que el Nuevo Testamento que vende el comisionado de la Sociedad Bíblica no tenga las notas del padre Scío, de modo que el sencillo puede creer que quitar esas notas es quitar una parte de las Escrituras, pues sólo en este caso comprende la maldición a quien imprima así la Biblia. Mas usted sabe bien que el texto solo es la palabra de Dios, y las notas, las explicaciones o la palabra del hombre, y que dar el texto sin notas no es más que separar la palabra de Dios, que es siempre pura, de la palabra del hombre, mezclada con frecuencia de error”. Romera irá explicando las expresiones castizas de Calderón e irá comparando con otros textos aparecidos en
El catolicismo neto o
El Examen Libre.
La otra obra resumida que nos presenta Romera pertenece a su especialidad de filólogo, el texto y el contexto de las oraciones cervantinas. Sus anotaciones al
“Cervantes vindicado” de Calderón no son nuevas y Romera ya había sido citado infinitas veces como uno de los especialistas. Véase el trabajo de Romera en esta nota: “
Ignoble: innoble; es un cultismo algo desusado desde el latín
ignobilis, acaso por anglicismo, ya que en inglés tiene curso este vocablo. Clemencín escribe
innoble, pero a Calderón, que no en vano vivía desde hacía muchos años en Londres, se le desliza este pequeño error al transcribir la nota. En otros pasajes más de esta misma obra reutilizará este particular adjetivo”. Pero Romera admira a Calderón como cervantista, aunque se aparte de la tradición alcazareña que él conoce tan bien. Lo admira porque Calderón presenta un texto del Quijote, claro y entendible y por eso lo proclama como la primera figura que abre verdaderamente el cervantismo en la misma patria de don Quijote porque aclaró el significado primitivo del discurso cervantino.
Romera sin embargo tiene la virtud de dejar al gramático y al crítico textual que es Calderón en el lugar que le corresponde sin ocultar sus influjos y por eso dice: “Tanto para la gramática, donde sus ideas resultaron bastante innovadoras, como para la crítica textual, la metodología de Calderón es siempre analítica, inspirada en la gramática de Étienne Bonnot de Condillac y su discípulo Destutt de Tracy, inscritos dentro de la corriente de la segunda ilustración francesa, la de los que Napoleón llamó “ideólogos”, y que se remonta a los gramáticos universalistas de Port Royal y en última instancia al Brocense. La lengua es, por tanto, una copia de la mente, y la mente del autor y de los personajes que hace vivir en su obra es, a la hora de ejercer la crítica textual, su constante preocupación”
No queremos terminar sin reconocer el mérito de Romera que lleva años recopilando dato tras dato hasta colocarlo en el contexto de la vida de Calderón de manera que podamos entender la figura de muchos de estos expatriados en el exilio de Londres. Como Calderón, muchos fueron profesores de español y gramáticos por necesidad de subsistencia aunque llegaran a ser verdaderos especialistas del español. Pero evidentemente nos ha sorprendido gratamente Romera que sea uno de los primeros en apuntar que la llamada Segunda Reforma en España comienza por almas avivadas como Calderón, impulsadas por el Réveil de los Haldane, Erskine, Chalmers y Henri Pyt y la Sociedad de Amigos (cuáqueros), y los grandes avivamientos siguientes ya que no dejaría de conocer a Jonathan Edwards, Finney, Wesley o Spurgeon.
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