Aunque de valentía parecida a Rodrigo Valer e inclinado a la evangelización personal, desde que tuvo una conversión que consideraba él “como la de San Pablo, buscaba alcanzar la paz con los hombres y estos con Dios.
En 1530 lo vemos por tierras granadinas enfrascado en algo que ya había practicado en Alcalá, como era repartir limosnas que gracias a la liberalidad de Diego de Eguía, hermano del impresor, difundía una enseñanza menos dogmática y si mas cercana a las necesidades.
Aparecerá quemado por la Inquisición en septiembre de ese mismo año, por no delatar a sus cómplices.
Recomiendan y difunden una enseñanza contraria a la de Ignacio de Loyola que se fijaba en las comuniones y confesiones semanales, la disciplina de los sentidos y de las “potencias del alma”, sin base en la Escritura, donde el esfuerzo humano para conquistar la santidad no sirve, sino solo la gracia y el beneficio de Cristo por su muerte. Como dirá Bataillon el “iluminismo podrá ser cualquier cosa, menos una aberración espiritual o una doctrina exotérica para uso de unos pocos círculos de iniciados. Es un movimiento complejo y bastante vigoroso, análogo a los movimientos de renovación religiosa que se producen en todas partes y no solo en Alemania” Y más adelante, en palabras de Maldonado, dirá que fue “una chispa luterana” que había causado un gran incendio si la Inquisición no la hubiese aplastado con rapidez. (Bataillon, 1995, pág. 185)
Juan y Diego López de Celaín en acusaciones de Francisca Hernández consideran a Lutero lleno de razón en cuanto a las indulgencias y le consideran un gran siervo de Dios y sus “escrituras” muy sanctas y católicas y buenas” y por eso querían marcharse de España para conocer a Lutero.
Los jesuitas han desfigurado a este personaje al identificarlo con el huido Ignacio de Loyola, siendo Celaín solo quemado en efigie. Las pruebas que aporta S. Pey Ordeix pretenden demostrar que Celaín, quemado en estatua y no en persona, huyó y continuó su carrera con el nombre de Ignacio de Loyola. Ángela Selke no da nada de crédito en su obra “Vida y muerte de Juan López de Celaín, iluminado vizcaíno” (1960) en la que nos confirma que Celaín había nacido en Guipúzcoa en 1488, siendo uno de los cristianos viejos, entre tantos cristianos conversos que abrazaban el alumbradismo y que visitaba con frecuencia la casa de Isabel de la Cruz. Ángela Selke parece haber descubierto su luteranismo que declaró a algunos presuntos cómplices con quienes había hablado y comunicado, pero nos añade un dato importantísimo y es que Celaín había escrito el libro “
De la verdadera paz del ánima” en el que se exponen con claridad y audacia las principales doctrinas luteranas. (Bataillon, 1995, pág. 436)
Las primeras gestiones del vizcaíno Celaín, para la formación del grupo de los “doce apóstoles”, comenzarían en la primavera de 1525 y según declaraciones de Castillo a la Inquisición, Celaín poseía una carta de presentación del Almirante Fadrique, en la que este garantiza “a todos los clérigos y personas que quisiesen ir a entender en aquello, que él los recibirá y les daría todo lo que hubiesen menester". Celaín se dirigirá a los círculos intelectuales de Alcalá y Toledo y reclutará al clérigo Luis de Beteta, el presbítero Diego López Husillos, el clérigo Gaspar de Villafaña que fue amigo de erasmistas y luteranos y después de ser procesado en 1529 lograría escapar. También reclutaría al maestro Gutierre de Ortiz del Colegio de Toledo, a Miguel Ortiz, cura de la capilla de San Pedro, Pedro Hernández, canónigo de Palencia y al dominico fray Tomás de Guzmán. Para Ángela Selke, este movimiento "representa en la historia del iluminismo español la única tentativa de llevar a la práctica esas nuevas ideas de que tanto hablaban alumbrados y erasmistas de Castilla”.
El Almirante alojará por un tiempo en una casa de campo en los alrededores de Medina de Rioseco a Juan López de Celaín y a los reclutados evangelistas cuyas alabanzas a Lutero son para Bataillon “atrevidas maneras de proclamar las reformas” pero para Selke implicaban un compromiso claro con la Reforma.
La acusadora Francisca Hernández, añadirá que Celaín, además del compromiso con las Escrituras, estaba empeñado en visitar a Lutero y no tanto a Erasmo. Además de ser discípulo de Isabel de la Cruz por el año 1523, esto era lo que le llevaría a la hoguera, su luteranismo. No le valdrían los títulos de “Capellán de Reyes de Córdoba o de Granada” o como lo nombrará el también condenado a las llamas por luterano Beteta, “provisor de Granada al servicio del arzobispo Fray Pedro de Alba”, ni los servicios al Duque del Infantado, pues sería quemado en Granada (según Selke) el 24 de junio de 1530 (Bataillon, 1995 pág. 436)
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