Pero nos interesa saber especialmente la actividad religiosa: aunque no podemos dejar de mencionar que los jerónimos ofrecían aposento y comida gratuita a los pobres durante tres días, servicios sanitarios y pan y vino para el camino. También atendían el alojamiento de los reyes, caballeros y otras personas de “honra” además de frailes y monjas. En los hospitales se practicaba la medicina y la cirugía con “físicos” bien pagados y capacitados, siendo la calidad de los servicios uno de los atractivos estratégicos para las peregrinaciones y las curaciones “milagrosas de Nuestra Señora”. Medicina y fe no eran incompatibles para ellos. Pero también la comunidad jerónima dedicó una gran parte de sus gastos sociales a los pobres del lugar que se daban en limosnas y en especie.
El año 1450 don Diego de Marchena se hizo monje Jeromita, viviendo en el famoso convento de Guadalupe durante más de 35 años, sin embargo, la Inquisición le condenó porque estimó que sus enseñanzas eran poco ortodoxas. Este sería el primer detonante de la situación conversa.
Aunque se habían promulgado varios edictos de gracia y se habían logrado muchas reconciliaciones, llegado el siglo XVI, no estaba extinguido el germen de los judaizantes. Parece ser que los conversos en esta pequeña aldea extremeña habían creado una comunidad aparte, que iban los sábados para contemplar las costumbres judías, viviendo judíos y conversos en la misma calle.
Llegada la Inquisición en 1485 murieron en la hoguera 52 judaizantes, 48 cadáveres fueron desenterrados y quemados, así como las efigies de 25 conversos que habían huido. Lo que queda claro es que en muchos monasterios se habían escondido muchos conversos haciéndose frailes para sentirse más seguros. Además el disimulo en muchas ocasiones no servía para seguir aferrados a la ley de Moisés y su Biblia. Según el historiador judío Graetz, bajo los hábitos mantenían en su corazón “la llama de la religión paterna y minaron los cimientos de la poderosa monarquía católica".
No solo en el siglo XV la comunidad católica romana tuvo judíos conversos en los monasterios, sino que la Iglesia española en tiempos de Felipe II recibió un abúndate aporte judío cuando el cardenal Siliceo tomó posesión de la sede primada. Allí en Toledo se halló que casi todos los presbíteros eran descendientes de judíos y una de las villas con catorce clérigos, solo uno era cristiano viejo.
Lo mismo ocurría en las órdenes religiosas, como el caso de fray García Zapata, prior del convento de los jerónimos de Sisla cerca de Toledo, que celebraba fiestas judías en el interior del convento.
Pero sea o no exacta la noticia, es evidente que la Iglesia española recibió un fuerte impacto judaizante hasta el punto de que en 1568, con los furores inquisitoriales que habían hecho hogueras por doquier, cuenta Caro Baroja que "se descubrió en Murcia una gran sinagoga, en la cual de noche predicaba la ley de Moisés un guardián de San Francisco, judío de nacimiento que se llamaba Fray Luis de Valdecañas".
Don Diego de Simancas veía a los conversos amenazando la unidad católica y
las autoridades de la época habían descubierto con estupor una carta de la jerarquía máxima de los judíos de Constantinopla, Usuff, en respuesta a una consulta hecha por el rabino español Chamorro sobre un plan para salvar a los conversos españoles. Caro Baroja sintetiza el contenido de la carta en cinco puntos:
1. Convertirse en apariencia al cristianismo. 2. Dedicarse con más insistencia al comercio, para arruinar a los cristianos. 3. Practicar también la medicina y la farmacia, para matar impunemente, si fuere menester a los cristianos. 4. Hacerse sacerdotes católicos para profanar y destruir la religión y los templos cristianos. 5. Introducirse en los cargos de gobierno para subyugar a los opresores y obtener venganzas variadas.
Parece que el análisis histórico coincide con estos datos que concuerdan con los de Bataillon al referirse a la espiritualidad española del siglo XVI, siendo los conversos judíos y generalmente de raza semita, los que abonaron el terreno a las nuevas tendencias morales y místicas, de tan honda resonancia en la espiritualidad que se transmitía principalmente desde los confesonarios.
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