Para John E. Longhurst no es verdad que no hubiese hablado con alumbrados, pues ciertamente se comunicó con algunos durante año y medio, de 1526 a 1527, y las primeras sospechas de la Inquisición provienen de estos contactos. Después de venir de Barcelona y establecerse en Alcalá formó en pocos meses un grupo de ambos sexos y de diversas edades que se reunían en pequeños conventículos en el Hospital de Atenaza, así como también en algunas casas de los seguidores. En las reuniones llevaba un sencillo hábito con capucha e iba descalzo, predicando sobre los mandamientos, el pecado mortal y los dones del Espíritu, que los fundamentaba en San Pablo, los Evangelios y algunos santos. Dice Longhurst que Ignacio de Loyola tuvo resultados extraños, pues algunas mujeres sintieron neurosis Iluministas y estigmas y otras cayeron en estados prolongados de insensibilidad, melancolía y catatonía”. “Una tristeza aplastante entraría en sus corazones, perdiendo todo el control de los sentidos. Otros permanecerían en posiciones de rigidez, mientras otros rodarían por el suelo” Esto le demostrará a Longhurst que Ignacio de Loyola tuvo contacto con los iluministas y por eso la inquisición tanto a él como a sus seguidores los consideró iluministas, aunque la Inquisición también preguntó si los seguidores eran “conversos”.
Los inquisidores prohibirían a Ignacio de Loyola que no vistiese el traje que les servía de distintivo y no predicase ni tuviese reunión privada alguna durante tres años. Bataillon también cree que Ignacio era iluminista y Longhurst aporta algunas personas que fueron acusadas de Iluministas como Beatriz Ramírez que fue miembro del grupo de Alcalá en noviembre de 1526. Esta Beatriz declarará que también se reunían con Ignacio de Loyola, Luisa Arenas, con su hermana y la criada y Luisa Velázquez, con su madre; Ana Díaz con su esposo Alonso de la Cruz que en 1527 fue identificado como iluminista en Toledo, quien se había carteado con Isabel de la Cruz y Alcaraz. Longhurst seguirá aportando datos sobre la relación de Loyola con los alumbrados.
Loyola es un personaje carismático y atractivo, capaz de atraer los odios, las injurias y todo género de ataques, pero también inspirador de una espiritualidad seductora y práctica. Los
Ejercicios espirituales incitan a la meditación y al retiro, pero también se dirigen al interior del cristiano para que tome un sentido de vida. Los ejercicios son obra de un soldado que ama las ciencias humanas tanto como los estudios sagrados. Sin embargo los
Ejercicios se desmarcan de la espiritualidad evangélica, porque son “ejercitaciones para vencerse a si mismo”, movimientos piadosos y metódicos para encaminar el alma a Dios por las propias fuerzas. Hay un sentido ascético de arrancar las pasiones que turban la vida, y los esfuerzos servirán de acicate moral y mérito en definitiva para elevarse hacia Dios. Es diferente al Evangelio “buena nueva” de Dios hacia el hombre que no puede por sus propias fuerzas alcanzar la salvación deseada y encuentra en Cristo al único que puede hacer justo al pecador.
El libro de los “
Ejercicicios espirituales” del cual se han llegado a hacer 4500 ediciones en todos los idiomas, siguen siendo el alma y principio fundamental de los jesuitas. Son ejercicios de cuatro semanas cuyo propósito es preparar el interior del ser humano para una batalla con el mundo. El soldado que se disciplina y lucha hasta la extenuación espiritual para encontrar a Dios, lo que supone una diferencia bastante grande con los alumbrados “dexados” que se abandonaban en el amor de Dios y su gracia, sin luchas y sin ascesis, ni disciplinas.
Sin embargo creo que lo que ha marcado al jesuitismo son las “Constituciones” que también escribió Ignacio de Loyola. Ellas crean un hombre nuevo, cuya vocación se capta en los “Ejercicios”, se le introduce en el noviciado donde pasa dos años de profundo retiro; después durante cuatro años cursará estudios de “teología, Sagrada Escritura, de derecho canónico, de la historia eclesiástica y de las lenguas orientales y aun seis años respecto de los que mostraren disposición notable. No se confiere el grado del sacerdocio sino al fin de los estudios teológicos, rara vez antes de los treinta y dos o treinta y tres años” (1)
El hombre a quien se destina al ministerio apostólico, ha pasado como novicio dos años de recogimiento y de silencio; luego han venido nueve años de estudios y cinco o seis de enseñanza; acaba de ser ordenado sacerdote, y todavía no ha ejercido las funciones del sacerdocio; por lo común cuenta treinta y tres años de edad, y han pasado para él quince o diez y seis años de vida religiosa: el religioso, el sacerdote vuelve al noviciado un año más.”
Este último año de probación es la última prueba del jesuita en el que no solo hace ejercicios espirituales sino que entra en la escuela del corazón “in schola affectus” que es todo lo “que afirma y hace adelantar en una humildad sincera, en una abnegación generosa de la voluntad y aun del juicio, en el despojo de las inclinaciones inferiores de la naturaleza, en un conocimiento más profundo, en un amor de Dios más ferviente”.
1) ¿Quiénes son los jesuitas? : opúsculo escrito en francés por el R.P. de Ravignan...; traducido al español de la quinta y última edición francesa por Vicente Miguel y Flores.
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