No es fácil definir lo que es la “fe”, porque no estamos hablando de un conjunto de normas, de preceptos eclesiales, ni siquiera de formas de dar testimonio en público para afirmar que tienes fe. La fe es una actitud integral del ser humano frente a Dios. Implica el arrebato de un desesperado por cruzar el abismo existencial. Implica la contemplación de la luz mas allá de las tinieblas de la noche fría de los muertos en delitos y pecados. Pero implica el razonar, porque la fe no es ciega, no es placébica, ni opiácea. Y también implica descansar activamente en los brazos de Dios.
Alguna vez he contado la historia del alpinista del Aconcagua, que se preparó durante toda su vida para conquistar la cima. Cuando solo quedaban unos metros para coronarla, una tormenta y la noche fría se enfurecieron contra el conquistador y este cayó al abismo en medio de las tinieblas. Se dice que en estos momentos la vida entera pasa vertiginosamente y se acordó de Dios antes de estrellarse contra la roca.
- ¡Dios sálvame! Exclamó
En ese momento la cuerda le sujetó bruscamente y quedó suspendido. Pero la noche fría y el hielo de la tormenta se abalanzaban furiosamente y volvió a exclamar:
- ¡Dios! ¿ que hago para salvarme?
Y una voz le dijo, “Si quieres salvarte, corta la cuerda”.
La noticia en los periódicos del día siguiente decía:
Un alpinista ha muerto congelado suspendido de una cuerda, a solo unos centímetros del suelo.
La faltó fe, pero sobre todo le faltó razón, pues sabía que suspendido en medio de la tormenta era una muerte segura.
La fe, que es un don de Dios según Efesios, que no depende del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia, según nos dice Romanos, y que es evidencia clara de las cosas que se esperan y que no se ven, según nos dice Hebreos, requiere valentía existencial, compromiso de amor con quien nos ofrece salvación.
Es lo que expresa la otra anécdota siguiente: “Se cuenta de un equilibrista que daba grandes demostraciones de su habilidad, caminando sobre la cuerda a alturas muy elevadas, sin la seguridad de una red. Un hombre llegó a oír de su fama, y le invitó a dar una demostración en su ciudad. Se colocó la cuerda sobre unas caídas de agua muy altas, y el equilibrista empezó a caminar, empujando una carretilla. La gente reunida abajo miraba para ver si el hombre podría cruzar. Cuando cruzó exitosamente, todos le dieron un aplauso -y luego lanzaron un grito apagado al darse cuenta de que tenía los ojos vendados.
Quitándose la venda, el equilibrista le preguntó a su anfitrión: - ¿Cree usted que yo pueda cruzar esas caídas de agua?
Respondió el anfitrión: - ¡Claro que sí! ¡Lo acabo de ver con mis propios ojos!
Le respondió el equilibrista: - Entonces súbase a la carretilla.”
No me parece descabellada la idea del filósofo-teólogo danés Søren Kierkegaard que sentía que un abismo separaba la razón humana de la fe y que el supuesto creyente tenía que dar "un salto de fe" sobre ese abismo para encontrar la salvación. Lo que quizás sea mas ilustrativo sea ese subirse a la carretilla del ejemplo anterior y con ello expresaríamos esa total dependencia de los brazos de Dios en la salvación. Una salvación que no siendo mérito nuestro, implicaría la valentía de aceptarla, pues el Reino de los cielos se hace fuerte y solo los valientes lo arrebatan.
Aunque es difícil definir la “fe” como actitud integral del ser humano frente a Dios, si que podemos distinguir a los que se esconden en las barricadas de la fe como conjunto de verdades y olvidan que es don de Dios.
La fe del carbonero que popularizó Unamuno, era una fe que se escondía en los doctores de la iglesia y los dogmas.
La del francotirador es la del que siempre está expectante de los errores de los demás y defendiendo a Dios, para ocultar su falta de fe.
La verdadera fe no está relacionada sólo con las obras, la fe y la razón, - ese largo e infructuoso debate histórico católico-protestante. No sólo está relacionada la fe con la verdad y la libertad, sino que exige un sentido direccional, una actitud obediencial desde el vaciamiento de todo lo humano meritorio de la justicia de Dios frente al pecado.
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