En el libro Christianismi restitutio con las treinta Cartas a Calvino y una Apología contra Melanchton, impugna Servet lo que él considera errores de los luteranos y hace notar la contradicción en que incurrían persiguiéndole después de haber rechazado el yugo de Roma. Es en estas cartas donde se concentra la dialéctica del debate teológico, con el propósito de “restituir el verdadero cristianismo”. En las ocho primeras el tema nuclear es la Trinidad.
Ya vimos en el artículo anterior el contenido de las cartas primera, segunda y tercera.
En las cartas cuarta y quinta se lee: “Crasa herejía mía piensas que es ésta de creer que Jesús hombre es verdadero y natural prefigurado en la Palabra y en el Espíritu pues “Dios se hizo perceptible por la Palabra y el Espíritu”. O también: “Te molesta también que... haya llamado etérea a la forma humana del Cristo, según la cual estaba él en la forma de Dios. Pero préstame un poco de atención...: Como ahora es verdaderamente real lo que antes era figurado, así es ahora verdaderamente natural al hombre Cristo aquella forma que antes por disposición de Dios estaba figurada en la Palabra”.
Con lo cual Servet afirma que el Cristo Hijo de Dios tenía que ser hombre y no otra forma existencial. Y para ello presenta diez argumentos o “inducciones”.
En la carta sexta se lee: “Ni en la creación ni en la encarnación se realizó cambio alguno de Dios, sino una manifestación de su sustancia. En la creación se hizo visible Dios, abrió su tesoro, las puertas de la eternidad, pero no por eso hay que decir que ha cambiado de algún modo... y en la Encarnación no se mudó la Palabra, sino que la carne asumida se transformó en Palabra. La idea del Cristo antes imperceptible se hizo perceptible, visible y tangible como cuerpo de la Palabra. Una forma del hombre, fulgor divino, quien como hombre había de ser visto y como hombre se mostraba. También el espíritu divino existente arquetípicamente... se hizo perceptible tras la creación y lo llenó todo. Pero todo esto no arguye acción real alguna de Dios hacia sí mismo ni inspiración alguna, sino hacia las criaturas... Ahí tienes la verdadera igualdad entre Hijo y Espíritu Santo... El mismo tipo de manifestación correspondía también en la creación de la Palabra y al Espíritu sin alteración de sí mismo: señalaba la Palabra para ser vista externamente, comunicaba el Espíritu interiormente... ahora en el cuerpo del Cristo está toda y totalmente la plenitud del Padre y del Espíritu. ¿Entiendes toda esta gloria de Cristo? ¿Qué el Hijo contenga plenamente la Palabra y el Espíritu hipostáticamente? ¿Entiendes además cómo fue en otro tiempo hijo en potencia formal quien ahora es en acto?”. (Bas, 2004, pág. 69)
Se le ha acusado de panteísmo a Servet por expresiones como estas: “Dios está en todas partes, lleno de la esencia de todas las cosas”. De tal modo contiene la esencia de todas las cosas, que con su sola esencia, sin otra criatura puede mostrársenos como fuego, viento, piedra...flor u otra cualquiera”. “Dios ni cambia de lugar ni se muda por manifestar nuevas formas, se trata de nuevos modos de dispensación o manifestación divina”.
En la carta séptima escribe: “Es de dominio vulgar que en Dios no hay accidentes y que nada le acaece, por más que ciertos sofistas pongan en su Trinidad ciertas relaciones, entidades imaginarias, que a nada responden en la realidad”. (Se refiere a las relaciones de paternidad, filiación y procesión con que la escolástica intenta explicar la vida trinitaria y es proclamada por todos los cristianos desde antes del Concilio de Nicea). También: “Todo lo que acaece en la naturaleza siempre le acaece a Dios, en Dios recae; no se disipa, sino que Él lo asume. Mas no se altera Dios por eso: son las cosas que acaecen las que se alteran”. “Ningún absurdo contiene todo esto... Que ponéis varias mutaciones en Dios mismo os lo demostraban con toda eficacia Arrio y Macedonio contra todos vosotros, sofistas”. “Arrio y Macedonio dijeron que Dios no engendró Hijo en sí, sino fuera de sí, e hicieron del Espíritu Santo una mera criatura”. “Otro es el camino de la verdad, no conocido de los metafísicos, sino de los idiotas y los pescadores, que enseña que el Hijo de Dios verdaderamente engendrado es el hombre cuya generación se consumó en María. Todas las acciones reales de Dios son hacia las Criaturas. Por esta razón, Dios hizo desde la eternidad en sí mismo y engendró lo que reflexionando constituyó en sí. Decretó una Palabra príncipe y un Espíritu príncipe, sin esas acciones reales vuestras, y al decretarlos así, engendró por ellos a este hombre. La única generación era en Dios el decreto de la generación que tendía a la generación, y la única creación, el que a la creación”. (Bas, 2004)
En la carta octava, Servet, basándose sobre todo en Prov.8 Pro 8:22 “
Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Pro 8:23 Eternamente tuve la primacía, desde el principio, antes de la tierra. Pro 8:24 Fui engendrada antes que los abismos, antes que existieran las fuentes de las muchas aguas. Pro 8:25 Antes que los montes fueran formados, antes que los collados, ya había sido yo engendrada, Pro 8:26 cuando él aún no había hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo”. En particular en los versículos 22-25, así como en otros textos, identifica la “sabiduría” bíblica con aquel “relumbrar al hijo futuro” de Dios (Carta I) y con la “prefiguración” de Cristo en Dios (Carta IV). “En consecuencia, sabiduría era el predesignio y referencia del Cristo, que contenía todas las cosas en Dios y se había de comunicar a todas las gentes”, y “ahora es el Cristo mismo... y es también la definición de las cosas en el Cristo”. Hay que precisar que “Palabra” y “Espíritu” entendidas estas tradicionalmente por las dos personas de la Trinidad – Hijo y Espíritu Santo- para Servet son tan solo aspectos de Dios, correspondientes a dos modos de dispensación. La “Palabra” manifiesta a Dios en el universo y el Espíritu vivifica y da aliento. Jesús hijo de María es la encarnación de la Palabra, pero como es concebido por obra del Espíritu Santo es hijo de Dios, aunque no eterno, puesto que tuvo un nacimiento dentro del tiempo. Terminará diciendo Servet: “Los filósofos inventaron una tercera entidad desvinculada de los otros dos y realmente distinta, que llaman tercera persona o Espíritu Santo y, de este modo, maquinaron una trinidad imaginaria, tres entidades en una sola naturaleza... como yo no quiero hacer un mal uso del término “personas”, las llamaré primera entidad, segunda entidad, tercera entidad, pues en las Escrituras no encuentro ningún otro nombre para ellas... los que admiten esas tres personas, admiten absolutamente pluralidad de seres... de entes... de esencias... de substancias, de ousias, y en consecuencia, entendiendo rigurosamente la palabra de Dios, habrá para ellos pluralidad de Dioses”. “Y si esto es así..., nosotros somos triteístas y para nosotros Dios es tripartito: nos hemos convertido en ateos, esto es, sin Dios”.
Termina Josefina Bas el análisis de la Trinidad en la obra de Servet con este comentario: “Hay que decir que la doctrina relativa a la Trinidad no podrá jamás presumir del derecho de ser una comprensión adquirida sobre Dios. Será más bien una afirmación límite, un gesto indicador que señala a lo Inefable, pero nunca una definición encasillada en los ficheros del conocimiento humano, ni siquiera de un concepto que sitúa a la cosa en el radio de captación del espíritu humano” (
Diccionario Teológico). Así pues, como dice San Agustín, “busquemos con el ánimo del que está a punto de encontrar y encontremos con el ánimo del que está buscando todavía. Cuando se comprende esto, al final la última palabra de nuestras palabras se hace silencio y la primera palabra de nuestro silencio se hace adoración”. Añadimos, de nuestra parte, esa especial devoción al Servet que quiere asimilar toda sabiduría divina emanada de la Biblia y aunque entendemos que para Servet, Jesucristo es hecho hombre por Dios Padre y su naturaleza humana le impide ser Dios y participar de la eternidad del Padre, no minusvalora la importancia de Cristo.
"Yo no separo a Cristo y a Dios más que una voz del hablante o un rayo de sol. Cristo es el Padre como la voz en el hablante. El y el Padre son una misma cosa, como el rayo y el sol son la misma luz. Un tremendo misterio hay, por lo tanto en que Dios pueda unirse con el hombre y el hombre con Dios. Una sorprendente maravilla, en que Dios haya tomado para sí el cuerpo de Cristo con el fin de hacer de él su morada especial.(59b). Y porque su Espíritu era totalmente Dios, es llamado hombre, lo mismo que por su carne es llamado hombre. No os maravilléis de que lo que vosotros llamáis humanidad yo lo adore como Dios, pues habláis de la humanidad como si estuviera vacía de espíritu y pensáis en la carne según la carne. No sois capaces de reconocer la calidad del Espíritu de Cristo, que confiere el ser a la materia: El es el que da vida cuando la carne nada aprovecha." (59a)
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