La inquietud de Servet por entender y encajar este misterio de la Trinidad en las Sagradas Escrituras, le llevó con apenas veinte años a escudriñar los textos sagrados y los textos patrísticos en busca de una evidencia, acerca del misterio de la Trinidad. Servet advierte que la Biblia no contiene ninguna referencia a la Trinidad, lo cual le inquieta más de lo normal por lo que se siente obligado a esa “restauración del cristianismo” desde el principio de “ecclesia semper reformanda”.
Pero para una mente tan inquieta, dicho dogma trinitario resulta incomprensible e incompatible con el monoteísmo cristiano y para profundizar en el tema Servet le dedica básicamente tres de sus obras. La primera, bajo el título “Sobre los errores de la Trinidad” (De Trinitatis Erroribus) fue impresa en Estrasburgo en 1531. Un año después aparece un nuevo tratado sobre el mismo tema “Dos Diálogos sobre la Trinidad” (Dialogorum de Trinitate, libri duo). Finalmente, en la obra que constituye el compendio de su sistema teológico, “La Restitución del Cristianismo” (Christianismi Restitutio- 1553), Servet le dedicará al tema de la Trinidad siete libros, además de las cartas con los Reformadores.
La madurez intelectual de Servet coincidía con la publicación de su obra cumbre, Christianismi restitutio (1552-53), compendio de su saber teológico, filosófico y también científico. Pero está claro que lo hacía partiendo de la Biblia, única autoridad, única regla de creencia, pero también conteniendo la sabiduría y toda filosofía necesaria para que la vida no sea una ficción, vanidad, ni mentira. La tarea que Servet se había echado sobre sus hombros era triple: primero, desarrollar sus tesis acerca de la Trinidad, la Iglesia y el hombre; segundo, sistematizar la teología cristiana con ciertas fuentes filosóficas paganas; y en tercer lugar, agrupar dentro de este sistema sus investigaciones en el estudio del cuerpo humano.
Servet sabe el valor de la palabra para representar una idea y por eso usará un verdadero florilegio de términos y verbos con sus formas. Fundamentalmente deduce que “todo es uno, porque en Dios, que es inmutable, se reduce a unidad lo mudable, se hacen las formas accidentales una sola forma con la forma primera, que es la luz, madre de las formas; el espíritu y la luz se identifican con Dios, las cosas con sus ideas, y las ideas con la hipóstasis primera; por donde todo viene a ser modos y subordinaciones de la divinidad”. De todos modos este modalismo servetiano no es el que se opone fuertemente al trinitarismo como iremos viendo.
Se completa el libro Christianismi restitutio con las treinta Cartas a Calvino y una Apología contra Melanchton, en la que impugna el errores de los luteranos y hace notar la contradicción en que incurrían persiguiéndole después de haber rechazado el yugo de Roma. Es en estas cartas donde se concentra la dialéctica del debate teológico, con el propósito de “restituir el verdadero cristianismo”. En las ocho primeras el tema nuclear es la Trinidad. En la primera carta Servet mantiene que solo puede llamarse “hijo engendrado” aquel que es de forma natural de la sustancia del padre en una madre y que por tanto, llamar a Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, solo puede ser en sentido metafórico, aunque “la sabiduría divina conformadora de todo” en cuanto a Cristo “era el relumbrar al hijo futuro y tendía sustancialmente a la generación del Hijo”. En la segunda carta reitera la imagen del rayo de luz para explicar cómo procede el Hijo del Padre. De este párrafo Calvino deduce que Servet afirma que en Cristo tiene que haber dos personas en las dos naturalezas (nestorianismo) y también le acusará de monofisismo, esto es de una sola naturaleza. Pero en esta carta describirá la Trinidad así: “Se trata de la tricéfala ilusión del dragón que a instancias del reino del Anticristo se introdujo furtivamente entre los sofistas… De verdad, esos tres son los espíritus diabólicos de los que están poseídos quienes reconocen a la Trinidad de la Bestia”…”Falsos son, pues, esos dioses invisibles de los trinitarios, falsos como los dioses de los babilonios. Y más aún porque esos tres dioses son adorados en Babilonia”, refiriéndose a Roma y el Papado. “La carta tercera empieza así: “Varias veces te he aconsejado que no admitas en Dios esa gran monstruosidad de tres realidades, tan imposible... no probada por ningún testimonio de Escritura”. Para Servet “Cristo es Hijo de Dios según el Espíritu”.
Su afirmación, en resumen, es que Cristo no es eterno. Lo que es eterna es la intención del Padre de engendrar al Hijo y de un modo más sublime del que somos nosotros engendrados por Dios.” (Bas, 2004, pág. 69).
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